La escuela de la vida

Se suele hablar de la escuela de la vida para hacer referencia a esas enseñanzas que no obtienes en un temario de un programa, de esas cosas no muy agradables y que a cada uno se nos aparece a lo largo y ancho de nuestra efímera existencia. Mas no quería hablar de esas enseñanzas.

Y tampoco me sirven esas historias de «yo iba por ahí y llegó alguien que se llevó mis entrañas y desde entonces ando vacío para no rellenarlas y no volver a sangrar». Me parecen muy perniciosas esas lecciones, para eso, la verdad, mejor seguir ignorante. Yo sigo sin saberme todavía ese tema, así me va y que así sea.

Sin embargo ya me he graduado varias veces, mientras que en otras, me matriculo insistentemente en el mismo curso. ¡Novata! Genial, son las que más ligan, se deslumbran por los veteranos y estos, hinchados de orgullo al final sucumben en su propio juego. ¿Ves? el veterano tropieza con la misma piedra y la novata se resabia. Historias donde los papeles se invierten…

El caso es que siendo novata, un día en el trabajo me tocó un extra de esos. ¡Qué suerte! me decían en ese tiempo de mi carrera que no llegaba a los treinta. Sí, me tocó un extra de esos que te ascienden al puesto de responsabilidad.

Ya sabes, con la responsabilidad pasa lo mismo como con «la rubia»: todos quieren tenerla pero muy pocos tienen cojones de «casarse» con ella. Pues a mí me casaron con la responsabilidad y luego aprendí a convivir y desearla; tanto, que cuando sales con una, ya no te conformas con menos.

Un puesto de responsabilidad que se precie es aquel donde dejas rastro, y yo lo dejaba en tinta a diario muuuchas veces: firmando. Me vi un día en Notaría con mi Apoderamiento bajo el brazo, sentada al lado de un comercial, entregando una media diaria de 12 viviendas de obra nueva con sus respectivas hipotecas o subrogaciones… O sea, era apoderada de una inmobiliaria en pleno boom donde las casas, bungalows, adosados, locales y parcelas se despachaban como barras de pan.

Lo que en principio para un asesor jurídico de empresa podría parecer el mayor torro de su vida, se convirtió en mi gran Escuela. Lo de menos fue lo que aprendí de Derecho, me pasó como persona, de todo. Y cuando digo de todo, digo de todo. Absolutamente todas las habilidades personales de las que carecía me las curtí en esos años.

Aprendí a gestionar mis emociones para no matar a algún director de banca o caja y entre tragar mi frustración y digerir incompetencias y malos modos ajenos, pulí los míos. Me enteré por fin de qué significa eso de influir en los ánimos de los demás para apaciguarlos, rebajar tensiones y no dar al traste con operaciones racionales en virtud de razones emocionales.

Pero sobre todo y por encima de todo aprendí a inventar e improvisar temas de conversación. Algo había que hacer en horas y horas de estancia y espera en una Notaría. El comercial que me acompañaba ya había agotado su tiempo de oportunidad y con tan sólo mirarnos ya sabíamos que había que cambiar de escenario y no seguir incidiendo en el objeto y sus objeciones de compra.

Así que trataba de viajes a Egipto, China y Méjico como si hubiera sufrido la opresión de caminar por  los pasadizos de las pirámides, hubiese olido el peculiar aroma de los patos cocinados que cuelgan en sus casas de comidas o supiera distinguir entre 5 tipos diferentes de enchiladas. No se trataba de mentir, ni de juzgar sin conocer, pero a base de intervenir y dar cuerda a los clientes, al final me encontré viajando con ellos. Una mezcla entre escucha activa y participativa. Y claro, después de unos años… te aseguro que hay viajes que perdieron misterio…

Al final sacaba temas de debajo de las piedras, y todavía me acuerdo de algunas sobre los nudos de las alfombras o una magnífica diatriba sobre adolescentes cuando yo siquiera tenía un bebé. Dejaba el tema a un lado y me centraba en algún aspecto, en cómo lo exponían, a qué puntos le daban importancia, qué relación mantenían entre ellos…

Así que cuando me preguntan de dónde saco los temas para escribir mis posts, me acuerdo de mis ratos de Notaría y agradezco no pensar que perdía el tiempo, sino que me aprovechaba para curtirme en el arte de conversar. Desde el saludo de presentación, a quien toma la iniciativa, cuándo la dejas, esperar turno de palabra, cederla a quien está siendo excluido, cortar el silencio incómodo, dejar que impere para asimilar lo dicho… Lo que se llama tratar a la gente.

No supe que me gustaba tanto hasta que me vi forzada a ello. Aun así he discutido acaloradamente con alguien quien finalmente no me importaba lo que pensara. He hecho amistades sociales que posteriormente me han abierto puertas. He rechazado una proposición indecente y citas de clientes, Notario mediante. Me he emocionado con historias personales de pérdidas, de triunfos, de superaciones y de delirios de grandeza. He metido la pata ofendiendo a alguien, sin querer y queriendo. Me he hecho la interesante, la estúpida, la divertida, la sobrada, la amable, la listilla y la tonta.

Ni el paso por la Facultad, ni los cursos, ni los libros, ni las master class, ni mis varios trabajos… mi escuela de la vida han sido las personas a las que traté en las varias Notarías de España. Y como no puede ser de otra manera en estos tiempos de formación continua, me sigo matriculando en la misma materia, en el arte de conversar, gracias a mis alumnos, a mis clientes, y a ti, querido lector.

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