¿Dónde están esos besos en la calle? ¿Qué fue de los enamorados que adornaban los bancos de los parques? ¿Y esas miradas que se van tras los chavales recién estrenado su amor?
Ya no veo parejitas paseando. Ni manos entrelazadas ni abrazos espontáneos. Ya no se meten mano los adolescentes en rincones. Se echan en falta esas riñas públicas que al tiempo anuncian la reconciliación.
Seguro que ahora extrañas esa vergüenza que te entra cuando te aprieto fuerte para morderte ante el semáforo rojo de la calle más concurrida. Quedará en el recuerdo ese grito que nos lanzaron: ¡Qué bonito es el amor!
No sé cuándo volverá a tener vigencia la expresión «… Y a ti te encontré en la calle». Estoy convencida de que creamos los espacios públicos para el amor. No me cabe la menor duda de que sirve a ese fin. La magia de la física moderna discurre por anchas avenidas y angostas sendas que confluyen para que dos se unan.
Pese a que en nuestra íntima guarida seas mío, ir a buscarte entre el gentío y reconocerte y que desaparezca todo lo que nos rodea… alimenta aún más mis apetencias de ti.
Puedes vagar por mis pensamientos, y de hecho te paseas ante mí en cada llamada. Y todavía recreo como suenan tus pasos a mi lado camino de ninguna parte. Siempre llegar al destino no era la meta. Era llegar a verte frente a frente y reprimirnos porque estábamos expuestos.
Allá afuera, en la calle, es el único sitio donde poder demostrarte que aún y pese a la variedad… te elijo. Te decido.
Porque en la calle te encontré y volveremos juntos a ese lugar, que ha sido y será el hogar de todos los principios, el hogar de todos los amantes.