Voy a contar unos de mis más tontos secretos para escribir acerca de estos temas: Momento vacío, momento Twitter, lees y… ¡voilà! Si me encuentro con algo en lo que estoy totalmente de acuerdo, guardo en notas solo el título para que se me olviden esas palabras y así llegar a la misma conclusión pero desde mi psique. Si discrepo mucho, me lo guardo entero para releerlo y rebatirlo con argumentos que busco, pregunto e invento. Pero si por un casual me viene a la vista algo en lo que estoy de acuerdo pero…; algo en lo que creí y ahora…; algo que parece muy obvio mas no… En resumidas cuentas, algo que se mueve en la escala de grises, pues conforme lo voy leyendo, me pongo a la excitante tarea de clavarle alfileres para ver cómo sangra.
Esto es lo que me pasó con un artículo intachable en su planteamiento, tan correcto en sus premisas y conclusiones, que resultaba extremadamente aburrido. Lo siento, me cogió en un domingo de lluvia y no me quedó otra que sacarle punta con mi máquina de escribir. ¿Cómo que las empresas prefieren la inteligencia emocional al cociente intelectual? ¿Desde cuándo? ¿Solo desde ayer? ¿Cómo que esa materia debería enseñarse en las carreras? ¿Y en casa y en otros ámbitos? A ver, cuidadito con lo que se pide, que luego es susceptible de ser concedido.
Creo que primero deberíamos conocer al becerro de oro, antes de adorarlo. Con inteligencia emocional nacemos todos, es una capacidad innata en el ser humano. Nos la ponen en la Fábrica Biológica. Como los pelos. Luego uno lo desarrolla mejor o peor, o se los deja largos. Y luego está, que aun queriendo melena espesa y poblada, pues tus genes te dan para calva rala aunque puede que unas pestañas preciosas. Y esto último, es lo que cuesta de asimilar. Como lo del líder: ¿nace o se hace?
Dentro de la IE (entiéndase inteligencia emocional para abreviar), existen varias capacidades que hacen que la combinación se vuelva compleja y variable. Hasta el mismo término incluye dos palabras, a día de hoy, sin consenso unánime acerca del significado y alcance de cada una. ¿A qué llamamos inteligencia? ¿Cómo medimos su presencia en una toma de decisión? ¿Es posible variar una emoción cuando se presenta? ¿Somos libres para decidir lo que sentimos? Si aplicamos un recurso que nos dan ¿lleva implícito su entendimiento o se queda en burda réplica e imitación?
Venga, vamos a dar por hecho que partimos de que la IE es la capacidad para reconocer, comprender y gestionar nuestras emociones y la de los demás. Esto es simplificar mucho, pero al fin y al cabo, es lo que es. Yo voy a añadir, porque es mi post y para eso lo escribo, que IE es dar la mejor respuesta adaptativa ante los acontecimientos internos y externos que nos suceden. Para mí, separar de las decisiones a las emociones o hablar de algo relacionado con la mente dejando a un lado los sentimientos, es como aislar las gotas del elemento agua.
Pues bien, como animales racionales, emocionales y sociales que somos, nuestra individual alquimia hace que la configuración de nuestra IE sea diferente unos de otros. Hay quien su capacidad priopreceptiva la tenga más desarrollada, otros la empatía, otros la autogestión, otros la motivación y otros enfoquen hacia el grupo a gran distancia y con precisión. Como toda capacidad, es susceptible de entrenamiento y mejora. Ahora bien, como toda capacidad, parte de unas limitaciones en su potencial que en competencia con los demás (aquí bien podríamos sustituir el término «en competencia con» por «en la relación con») resulte que algunos se queden cortos y otros sigan avanzando.
También nacimos con la capacidad de movimiento, y hay genes con los que nunca jamás montaremos atletas, o simplemente que llamen nuestra atención lo suficiente como para perder el tiempo viéndolos desplazarse 100 metros. O si bien hubiesen podido de origen, tampoco se dieron las circunstancias ambientales por falta de estimulación, carencia de nutrientes, accidentes… Pues en la IE pasa lo mismo. Esa podría ser la mala noticia. ¿La buena? Que aún así, con conocimiento y entrenamiento cada uno podemos aumentar nuestro umbral de competencia, nuestro potencial hacia algo más y mejor. Y ello hace que no nos conformemos, que sigamos en el camino de conseguir muchas y buenas respuestas adaptativas.
Vale, ya tenemos al muñeco vestido, ahora lo mandamos para la empresa. Y mira tú por dónde, se va a encontrar con personas. Y esas personas a su vez, estarán en su propio proceso de aprendizaje y mejora o en su estancamiento y echado a perder de su IE…
Aunque desconozcamos los entresijos del significado de este cuño llamado IE (porque no siempre se denominó así, ni se identificaba, clasificaba o manejaba como ahora se pretende) apreciamos esta competencia cuando la tenemos delante. No sabemos cómo, pero nos hacen sentir escuchados, comprendidos, no juzgados e incluso alentados en nuestros objetivos. Hay personas con las que un encuentro con ellos se torna un encuentro con nosotros mismos. Las hay que pese a tempestades, se mantienen a flote e incluso salvan los restos. Curioso que ante semejantes contemporáneos, a unos la caducidad les brilla cual anuncio de neón y a otros no les ves el fin. Y así, podríamos describir multitud de situaciones donde la IE flota en el aire y hace que las nubes huelan.
Y ahora, por favor, que alguien me diga qué persona, desde que la empresa es empresa, quiso estar entre empleados que andan contagiando estrés y ansiedad; que ante nuevas propuestas, se quejan o boicotean silenciosamente; que si les miras o no les miras, o les miras de este o tal modo se lo toman como algo personal y montan obras de teatro que duran quince temporadas; que si las cosas no les salen como las planearon, vociferan y buscan culpables; que si notan que alguien se desempeña bien a su alrededor, intentan eliminarlo; que detestan tanto su vida que andan escaqueándose de conseguir logros; que si les ponen un no, se vienen abajo dos semestres; que… Ufff, dejo el buzón de sugerencias abierto.
Y es que, salvo cavar agujeros de tumbas para uno mismo, las competencias personales (que hoy día queremos recoger bajo el manto de la IE) son siempre necesarias. Para cualquier oficio, profesión, desempeño o actividad humana. Cierto es que con torpes habilidades sociales un camarero o maestro sería clamorosamente llamado al orden y, sin embargo, se le daría el pase a un operario de tren o a un avistador de aves. Pero ello no quiere decir que no redundaran en mayor beneficio si las tuvieran desarrolladas.
Nunca han sido desdeñadas, ni por familiares ni vecinos, ni por empresarios. El tema es que se inventó el test de Cociente Intelectual, al igual que en su día las natillas o la fregona, y como ahí entraban unas destrezas muy necesarias para ser pieza de fábrica que fabricara a su vez más piezas de fábrica, se escogía en base a ese criterio.
Si eras brillante para sumar 2 + 2 sin pestañear, e incluso ideando otras premisas para ese resultado, te pasaban al cajón de listo y candidato para sacarte jugo. Si tu brillantez compensaba tu mal genio y tus proezas en crear malos rollos, pues te quedabas en la empresa. Si topabas con alguien que amaba más la paz y la cordialidad que los billetes que luego malgastaba en pastillas y psicoanalistas, pues te mandaba a que te aguantara tu progenitora.
Esto siempre ha sido así. El caso es que desarrollarse personalmente no es asignatura que nuestro sistema educativo, orientado a la fábrica, haya detectado como interesante como para molestarse en hacer la inversión. Me congratulo en que ya huele demasiado a rancio, y las miradas ya se fijen en otras competencias que, como ya he indicado, aunque uno mismo no las tenga, se perciben y se valoran.
Y claro, cuando hablamos de estas cosas los demás, los de a pie, los de RRHH, los empresarios, los reclutadores, los sociólogos, los periodistas y todos los que hablamos de este tema, es como si hiciéramos dos grupos: los que TENEMOS inteligencia emocional y los otros que NO TIENEN. ¿Se aprecia la sutil diferencia o la recalco más?
Señores, descendamos de los altares donde nos hemos subido que se nos ha olvidado algo muy importante. Para contratar, valorar, apreciar, manejar, aceptar, aprovechar, pagar… (ahora cambio por los verbos de la segunda conjugación) no desmerecer, no repeler, no enflaquecer, no oscurecer, no posponer, no temer… (le toca el turno a la tercera) hay que saber elegir. Y esto es lo complicado.
Si yo no lo tengo del todo… Si aquí no se gestiona con… ¿Cómo voy a poder…? No se trata de una moda. Ni tampoco de una utopía. El desarrollo personal va parejo con el desarrollo social y ambos, el individuo y la sociedad, se hallan en proceso. Actualmente, parece que todavía en el primer peldaño de la propia IE, la toma de conciencia. ¿De qué? De que algo no funciona, de que algo queremos, de que algo hay que hacer.
Como no todos coincidimos en el mismo punto de maduración del proceso, empezamos a notar unas presiones más intensas de un lado que de otro. Pese a que nadie dude de que preferimos personas y entornos con sus competencias lo más posible desarrolladas, no podemos olvidar que somos imperfectos. Y yo añado que todos tenemos cabida y todos hacemos nuestra función, los bien desarrollados y los no tanto.
Cuando hablamos de este tema, me viene un magnífico trabalenguas, que siempre me ha fascinado más por su mensaje que por su juego: «El cielo está enladrillado ¿quién lo desenladrillará? El desenladrillador que lo desenladrille, buen desenladrillador será».
He ahí la razón por la que pese a que andemos tras la virtud, nos quedemos con nuestra, hasta ahora, conocida esclavitud.