A mí me parece muy poderoso este saludo: «Hola, ¿cómo estás?» Y sin embargo, cada día se encuadra más en un convencionalismo social hueco. La persona que pregunta no tiene interés por la respuesta, y el que responde, no lo hace con honestidad.
Cuando se hace con verdadero afecto y con intención de conectar con tu interlocutor, esta sencilla expresión basta para entablar, en pocos instantes, una conversación profunda y humana. Nada más ni nada menos, hemos preguntado por el estado anímico, lo más particular e íntimo de las personas.
Si nos fijamos en detalle, es una pregunta abierta, pues comienza por un adverbio, y el que la recibe puede explayarse a gusto y no ceñirse a un sí o un no, como pasaría, por ejemplo, con la pregunta: «Hola, ¿estás bien?».
Cuando vivíamos en pequeñas comunidades, con esta simple pregunta obteníamos muchos detalles acerca de la vida de nuestros vecinos. Desde cómo era recibida, qué grado de congruencia guarda su cuerpo con su voz, por dónde comienza a hablar, a qué lo asocia, qué esconde en lo que no expresa, su salud, sus circunstancias, sus prioridades…
Ahora, esta expresión se ha quedado en un chiste que pretende definir de manera tópica el carácter argentino: «Bien, ¿o te cuento?».
Quizá es que yo le doy importancia al lenguaje, y no me vale que la mayoría de gente me diga, mucha, pues entiendo que bajo su prisma y comparación sea mucha, pero bajo el mío, es básica.
El ser humano es un ser lingüístico. Las cosas son, existen, porque podemos nombrarlas. Todo lo que identificamos y percibimos en el mundo es filtrado por el lenguaje. La conceptualización de lo que nos rodea o acontece es filtrada por el lenguaje y de alguna manera, le pondremos una etiqueta propia o derivada de otro concepto, es decir, le pondremos un nombre.
Pensemos, por ejemplo, en un olor que percibimos. Ese simple gesto de identificación, de enfoque, ya tiene su propio nombre para nosotros. En una palabra compuesta, en una frase, en dos o tres letras, da igual. Cada cosa tiene su representación. Eso es el lenguaje. Algo que parece tan sencillo encierra todo un universo de simbolismos y derivaciones.
Así que importa, y mucho, las palabras y el orden que escogemos para dirigirnos a las personas. Pensemos en qué frases utilizamos, qué intención tenemos y lo que en ese fugaz instante pasa por nuestra mente cuando escribimos o nos dirigimos a alguien.
Por ejemplo, yo me he observado que cuando simplemente quiero saludar sin trascendencia, suelo decir: «Hola ¿qué tal?», y además suele coincidir con mi estado de ánimo más evasivo y superficial. Y que cuando estoy muy de coña acudo al: «Hola ¿estás sola?». (Dejé el «Hola, Pesicola» cuando lo escuché hace tiempo y me pareció una tremenda viejunez, aunque no lo tengo del todo borrado de mi boomer brain…)
Mas, cuando estoy muy interesada, me sale decir primero el nombre de esa persona, si puede ser con el particular con el que a veces las rebautizo, y tras la oportuna pregunta: «¿Cómo éstas?»; añado mis sentimientos: te echo de menos, me encantaría ir contigo a, estoy preocupada por ti, me gustaría saber de ti, hoy me acordé, quería compartirte, etc. No es porque sea un truco en comunicación, abrirse primero para propiciar al otro a hacerlo a su vez, sino porque conforma mi estilo directo a la hora de relacionarme.
Con tan solo la forma de saludar se puede inferir ciertas cualidades básicas de tu interlocutor. Ni qué decir que el saludo cara a cara y sin obstáculos ofrece mayor información. En este año 2020 se ha convertido en una prioridad descifrar el feedback (información de retorno de nuestra interacción con nuestro/s interlocutor/es) tras mascarillas y gafas de sol.
También se ha complicado cómo calibrar la proxemia (distancia entre personas que define los límites de la cercanía afectiva, social o consuetudinaria). Lo que antes era un espanto soportar, (sobeteos innecesarios, alientos pútridos, sudores pegajosos) ahora es una gozada mantenerlos a dos metros. Sin embargo, colegas y compañeros de profesión a los que gustosamente estrechábamos ahora no sabes si tienen prisa, se han distanciado en estos meses de confinamiento y no coincidencia o les para un exceso de celo. Hemos perdido este dato tan elemental con el que medíamos en un segundo la salud de nuestras relaciones menos frecuentes.
PD: He dejado de vivir entre conocidos. Me declaro incapaz de reconocer a nadie… Ya no sé si me sonríen o se descojonan de mí, me miran raro porque llevo la camiseta del revés, me parezco a una diva del Pop, me devuelven el saludo por equivocación o he perdido mil oportunidades de ligar.
Si antes nuestras costumbres iban cambiado poco a poco a la hora de relacionarse, ahora han cambiado de forma abrupta. Vimos grandes irrupciones con el teléfono móvil y mucho más con los mensajes instantáneos y grupales. Tuvimos un período de adaptación para ir modificando nuestros tiempos en las contestaciones, los modismos usados y se crearon nuevas reglas sobre la marcha.
Pero ahora… La comunicación oral y personal ha pasado a un segundo plano, solo para escogidos amigos, familiares y obligaciones profesionales. Nos queda para el resto la comunicación escrita y ésta… Muy pocas personas saben expresarse por escrito. De entre ellas, una minoría escasa sabe leer entre líneas y descifrar el verdadero contenido: la información objetiva, lo que revela de sí mismo el escribiente, su posición respecto de ti en la relación mutua y la intención de lo que espera con lo que ha expresado. Y ya para privilegiados, que tenga una buena gestión emocional y tenga retenido su ego, o lo que es lo mismo, que no aflore a cada momento su susceptibilidad.
Si desde hace un tiempo el dominio de las habilidades sociales marcaba un hito significativo en la vida de una persona, desde este año, será imprescindible. Sin habilidad social no habrá negocio, pareja, amistad, trabajo o familia que lo resista.
¿Por dónde empezar? Recomiendo por el principio, por un buen saludo, como en las aperturas del ajedrez y desde ahí, continuar la partida. No nos han cambiado las reglas del juego, tan solo se ha vuelto un poco más retador.
Sin entrar en toda la teoría que despliega Eric Berne, ¿qué dices tú después de un Hola?