Fascinada me tiene mi cachorro. Hoy, su cumpleaños, es un día de aniversario mutuo. Hace 13 años que estrenamos vida juntos y hoy me vuelvo a estrenar como mujer que comprende un poco más y mejor a los hombres.
Así lo siento cuando lo observo. Por supuesto que antes de él he conocido varón: mi padre, mis tíos, mi abuelo, mis primos, mis amigos, mis profes, mis novios, un marido, mis compañeros, viandantes… Pero cuando crías a uno, te das cuenta cuán igual es nuestra pasta, mas qué diferente el resultado…
Mi hija mayor me ayuda espejando mi lado más femenino. Crezco al tiempo que ella se reconoce en mí. Me desarrollo con la llamada que mi hija me hace sin palabras, apelando a cualidades que tenía olvidadas o confundidas. Mas mi hijo… mi parte mujer se multiplica, se pone en valor, admira lo que le complementa y ahonda en mi tímido deseo de acompañarme de un hombre en mi camino de vida.
Doy las gracias diarias por contemplar de qué nutrientes se sirve la semilla humana y de qué forma va tomando. Me asombra qué perfección y equilibrio existe en la naturaleza con ambos sexos. Con independencia de la orientación y gustos sexuales, lo cierto es que la vida no es neutra. Lo masculino y lo femenino conviven dentro de cada persona con una combinación única y especial.
Antes de criar a estos dos seres, pensaba que éramos iguales. Ahora me doy cuenta que obviar esas diferencias nos resta sentido y en nada honra lo que la mujer y el hombre están destinados a aportar al mundo.
Amar mi parte femenina y masculina me acerca a los demás con otra mirada. No hay que estar por encima, ni por debajo, ni en igualdad. Hay que estar en armonía. Acepto, respeto y tomo estas diferencias que me complementan como algo natural, como el pájaro que se abandona al aire, confiado en ese preciado elemento para su subsistencia, bienestar y felicidad. Así como entrego mis cualidades diseñadas para compartirlas y disfrutarlas y no para atesorarlas en soledad, ni adorarlas como engreído templo divino.
No me hacen falta manuales, lecciones, ni sesudos estudios con teorías contrastadas para reconocer esto con mis propios sentidos y para saberlo a través de mi propia experiencia: La esencia masculina se manifiesta con diferente energía que la esencia femenina.
Y le veo a mi hijo la mirada, el cuerpo, el enfoque, la tendencia y la presencia en crecimiento como una fuerza que emerge más allá de condicionamientos culturales o educativos. Es maravilloso dejar aparte juicios, creencias, imposiciones o convenciones sociales y tan solo abrir la ventana para inspirar su más pura cualidad masculina.
Ya no siento envidia, miedo, desprecio, rencor, rechazo o deseo de usurpar ese poder masculino gracias a él. Porque yo poseo el mío y en el mío está también el suyo. Así como en el suyo descansa el mío. Está tocado de sensibilidad y de solidez. Mi niño se hace hombre. Se alejará poco a poco de la constitución de mi piel. Su timbre de voz dará un giro que nos impedirá cantar en la misma escala. Habrá de calibrar su fuerza para que sus desmanotadas caricias no me hieran. Y al tiempo, se acercará a la silueta de su padre, le buscará para terminar de forjarse hombre y se codearán como miembros de un mismo club. Y me maravilla ser testigo de esta evolución que me revoluciona de los pies a la cabeza.
Gracias, mi niño hombre, por este aniversario, preludio de otros venideros.