Puedes continuar la frase «Hemos venido a este mundo a» con alguna de estas coletillas, la que más te guste:
- A sufrir o resistir lo que nos echen.
- A ser felices.
- A contribuir a mejorar mi clan.
- A cumplir mi propósito de vida.
- Ni lo sé ni me importa.
- A vivir lo mejor posible.
- A reproducirnos.
- A ser uno de los grandes, a ser posible sin trabajar y con pasta.
- A dejar un bonito cadáver.
- N/C
Todavía he escuchado frases más inquietantes, pero creo que estas son un buen resumen de lo que se nos pasa a las personas por la mente. A veces vamos transitando en etapas de la vida o según vivencias por alguna de ellas y volvemos a la de arriba, la de abajo y/o lo que es todavía peor, nos abrazamos a una de ellas y no la soltamos ni para cuestionarla.
Lo cierto es que entiendas, descubras o montes toda una teoría acerca de la razón de tu existencia, existes. A partir de ahí, lo más inteligente que puedes hacer con ello es tratar de conocerte ya que, por alguna razón, te has tocado en gracia. Es que no me caigo bien. Qué lástima, lo sentimos, pero no hay ventanilla de devoluciones ¿Y ahora qué? Ya sé que dicho así sería el epitafio de un curso acelerado de estoicismo, pero es que si no vamos hacia ese propósito, se habrá malgastado esa moneda en tu partida de juego.
Para los que crean en las reencarnaciones, se frotarán las manos pensando que tienen otra oportunidad de volver y atiborrase a Nocilla, pero viendo como pinta el panorama, los veo pringando su karma chupando las cabezas de escarabajos en salsa agridulce.
Tengo que confesar, que este enigma me traía al pairo elucubrando los miles de años que me quedaban por vivir. Me voy a lo práctico, lo otro ya… Esto me decía tiempo atrás para evitar enfrentarme a mi ignorancia, si bien cuanto más voy intimando con el calendario, pienso totalmente de manera opuesta porque la práctica, o sea, la vida, sin consciencia y propósito, me parece una broma de mal gusto.
Primero te da de todo, hasta experiencias que no pides, alimentos verdes llamados verduras, amigos buenos y cafres, familiares peñazo, padres según la lotería del bombo, vecinos… ¿En serio, eran necesario los vecinos? En fin… Y pasado un tiempo, cuando ya te has acostumbrado al insano arte pedir, reclamar y recibir, te toca a ti darles a los demás, despedir a personas queridas, despojarte hasta de dientes para deglutir esas verduras verdes en puré. Lo dicho, un viaje largo de ida y vuelta con todas esas alforjas.
Pero es que no, la vida tiene su propio sentido, no el tuyo, que puede semejarse más a un peli futurista o a una antigua del Oeste. La vida nos sucede para que aprendamos dos grandes cosas: La primera es a ser feliz por uno mismo. Que no precises excesivos bienes materiales para tu sustento, que no uses a los demás seres, que no te perturbes esperando el maná que no llega y que no dejes a la siguiente generación una genética y una epigenética de estiércol. Como ves, a la vida «le interesa» tu felicidad personal e individual en la medida que contribuyes al bienestar colectivo. Te hace humano, no hormiga. De ahí que tienes consciencia para cuestionarte ideas y creencias acerca de ti y del mundo, y consigas aportar, estorbando lo menos posible. Felicidad por ti mismo, que no felicidad para ti.
La segunda gran cosa a aprender es a amar al mundo a través del servicio. No solo a amar a tus hijos, padres o pareja, que esto aún puede parecer como muy sencillito; tampoco a los que te rodean, que al final es que le cogemos cariño solo a lo conocido; sino que hemos de aprender a amar al mundo entero poniéndonos al servicio de él. Da lo mismo que lo hagas desde tu cuarto, desde lo alto de un rascacielos, desde una cueva o desde una autocaravana. Ponerte al servicio del mundo con amor y con la intención de amar con ello, es nuestra única contribución. Convertirnos en servidores, que no en sirvientes.
¿A que ahora que lo sabes te has quedado más tranquilo? Pues a mí me atenazó un rato y luego le empecé a encontrar el gusto… Sería fantástico que aprendiera a ser feliz por mí misma, de manera que me haga un ser no dependiente, al menos constantemente, de la aprobación ajena, del querer de alguien, del reconocimiento de mis vecinos (lo siento, vuelven a salir estos personajes en un lapsus totalmente involuntario), de unos números anotados digitalmente en vaya usted a saber dónde, o de experiencias sensoriales cada vez más avanzadas tecnológicamente. Restarle fuerza y control de mi vida a un montón de circunstancias y personas ajenas a mí, me devuelve el poder para vivir en libertad para hacer con ella lo que en verdad el ser humano lleva inherente, la capacidad de servir, la alegría y dicha de contribuir con nuestra única acción al mundo.
Dar en sí mismo es un placer. Es la trampa y el premio de ponerte al servicio de los demás. De encontrar tu razón de ser y estar en ese momento, tu función vital en aquello que haces aquí y ahora. Sin dirigir, sin imponerte, sin creerte imprescindible, sin buscar aplauso, sin esperar ganancia material. No te preocupes, tus acciones te traerán algunas consecuencias, de manera normalizada, a través del dinero. Pero el dinero no es más que un símbolo de la riqueza de vuelta que tú mismo has generado.
Si yo cuando interaccionara con alguien midiera y pensara que lo hago por la remuneración que voy a obtener, para mí, me estaría prostituyendo por un plato de lentejas. Claro que esperamos con nuestro trabajo obtener un rédito, pero no en ese preciso momento, y a veces, no solo en forma numérica o material. Cuando atiendo una tutoría, cuando contesto preguntas en una conferencia, cuando imparto clases, cuando tengo una reunión para exponer un programa, cuando escribo un libro, cuando doy un feedback a un ponente, cuando acompaño a un vendedor a encontrar su motivación, lo hago en ese momento dándome entera. Sin medir los céntimos, los minutos, mi energía, mi sabiduría, mi empatía… Me empeñaría de la misma manera, con independencia de si me dan 5 u 9. Otra cosa es que yo previamente acuerde mis honorarios en función de lo que estime que vale, que entre en los parámetros del mercado, que sea acorde con el beneficio obtenido, que compense mis medios y recursos empleados. Pero una vez en marcha, me desentiendo del resultado, estoy centrada en mi acción confiada en que me vendrá ese resultado en forma de dinero o de aprendizaje.
Racanear tu expertis, tu profesionalidad, tu dedicación porque no te pagan bien, porque no te reconocen, porque a nadie aprovecha, es crearte pobreza a ti mismo. No estás enfocado en ser feliz por ti mismo, y por ende, no amas desde el servicio. Estás reteniendo tu talento sin darte cuenta que recibirás lo que des. Que servir te convierte en un grande. Pocos son capaces de servir, la mayoría se someten a pencar por necesidad y desde ese lugar, no se accede a la abundancia ni se está alineado con la vida y ésta, te apartará para que no molestes. Te apartará de la grandeza, de la riqueza, de la abundancia, de la generosidad, de la gratitud. Porque a este mundo se viene a…