Hoy me tocó los zapatos nuevos que me aprietan. Me encantan. No es que me guste su color, su tacón, su forma o su conjunto, que también. Lo que en verdad me gusta es que me aprietan y me están incómodos. Me pasa con todos los zapatos nuevos que me gustan mucho, muchísimo.
Hubo una temporada que me olvidé de esta incomodidad pasajera de los zapatos nuevos y solo admitía aquellos que me hacían sentir como las zapatillas de andar por casa. Nunca tuve la pisada tan poco firme, ni el paso tan arrastrado. ¡A la porra! Ya se ponen cómodos con el paso del tiempo. Como dijo una amiga: todos los hombres terminan convirtiéndose en un marido. Con todo el peso que esta sentencia conlleva acerca de las relaciones…
En una de esas estupendas listas de cosas que hay que hacer para sentirse bien y estar dichoso lo más que se pueda y que corre como pólvora en redes, venía este punto: usar calzado cómodo para que no dolieran los pies. Lo prometo por mi tupé moreno, venía este punto. Y oye, tenía razón. Pero a estas alturas ¿quién quiere sentirse contentito por tener los pinreles intactos?
Digo yo que debe ser excesivamente sencillo que uno bien comido, bien bebido, bien calzado, bien f… se sienta a gustito por la vida. Pero de ahí a ser feliz, va un trecho ¿no? Claro que la felicidad y la diversión… o el disfrute… o el gozo… no parecen sinónimos ni mismos embajadores. Se puede ser muy, muy feliz con el alma dolorida. Y estar lleno a rebosar de comodidades y…
Hay que allanarse el camino cuando se ha de librar otras andanzas, y para ello un aliado puede ser disponer de calzado cómodo. Aunque también nuevo. Hay que incomodarse las facilidades para espabilar. Hay que hacerlo para sentirse los pies vivos. Lo que no aprieta, roza o llama la atención, se olvida, se atrofia. O cambia el pie, o cambia el zapato, pero si todo es inmutable, es que no tenía sentido de contribución su existencia.
Lo cierto es que a mí lo que más me gusta es andar descalza. Por la tierra, por el barro, por la alfombra, por el mármol, por la hierba, por el agua. Quizá suene extraño, pero me fijo en el suelo de alrededor en las casas donde he estado. Me gusta habitar en lugares donde pueda regresar descalza. Sí, me reconforta pensar que vuelva de donde me fuera, la desnudez de mis pies encontrará el camino.
¡Qué grata sensación! Estar desprovista de cualquier protección o barrera; anclada al mundo piel a piel.
Me gusta estrenar zapatos que me aprieten mis necesidades de libertad. Me gusta ese dolor de estreno para que no se me olvide que los elijo adrede y que siempre puedo descalzarme. No quiero renunciar a esas incomodidades que me informan de lo que hay debajo, de lo que está estrechándome, de lo que ya no me cabe. De lo que en verdad me importa.