Lo sé, me voy a poner borde. Primero porque me apetece y segundo, porque el tema ya me tiene… ¿Qué es eso de que los padres hemos delegado la educación de nuestros hijos en la escuela? ¿Es cierto eso? ¿Quién lo dice? ¿Los hijos, los padres, los profesores o los observadores? De los hijos, no me lo creo. De los padres, ni bajo amenaza de pasar 24 horas seguidas los 365 días del año con sus propios hijos lo reconocerían. Los profesores pueden decirlo, pero como no lo hacen… Así que, a esos observadores les escribo la presente misiva.
Cuando hablan de educación se refieren a valores y principios. Pues si partimos de que los niños deben ser «dirigidos, encaminados o doctrinados» (primera acepción de nuestra RAE) en los valores morales de sus progenitores, estamos de enhorabuena los irresponsables, pasotas y harto delegantes padres. No nos libramos ni queriendo, ni adrede, vaya. La primera regla que uno tiene que saber es que se educa con el ejemplo. Si yo digo una y mil veces, les hago copiar, analizar gramaticalmente y hasta recitarlo en sánscrito que hay que ser generoso, pero luego hago que lo mío es mío y así mando y me impongo en que mis cosas no se comparten; pues mira, lo que educas es lo que haces. ¿Que no te gustan esos valores? Ahhhhh…
Cosa diferente es marcar límites, eso da para un tomaco entero; así como cosa diferente es enseñar en valores religiosos donde la gente con apuntarlos a clases de… hacer ritos de… sacar fotos de… les basta, y una vez superada cierta etapa, y a falta de convite, se convierte en una asignatura más como pueda ser el macramé en tiempos de la postguerra. Te da para una tesis doctoral, pero poco práctica.
Si analizamos otro gran concepto dentro de esa gran frase, nos encontramos con la palabra padres. Uffff, aquí hemos topado con hueso. No es siempre el caso, generalizar es lo que tiene… Pero he llegado a leer y alarmantemente cada vez más, que desde que la mujer se incorporó al mundo laboral, la familia perdió uno de sus grandes sentidos: educar a la prole. ¡Ay, diooosss! Siempre acabamos igual… Pues mira, ni la mujer tenía la exclusiva en educación en valores (ya hubiéramos querido tener el monopolio y otro gallo nos hubiera cantado) ni siempre hemos estado en casa atentas a la educación.
¿Por qué cuando se habla del papel de una madre dedicada a su familia se piensa en la típica mujer burguesa del siglo pasado que limpiaba los azulejos de Porcelanosa con la vaporetta en las esperas de sus hijos de vuelta del concertado bilingüe? Por favor, el gran grueso de las mujeres se dedicaba a labores agrícolas, trabajos arduos como desinfectar prendas sin lavadoras, preñarse y despreñarse, atender enfermos, alimentar animales que luego despiezaban y cocinaban sin microondas y un sinfín más de menesteres que poco daba para prestar «atención de calidad» que se dice ahora que hay que volver a dar. Para volver a algo se ha de suceder primero. ¿Pero eso cuándo se dio? Si no hace mucho se llamaban de usted, se manipulaba para que la niña no catase varón hasta que se le presentaba al rico del pueblo y apañase a esa familia formada en supremos valores, o se forzaba al «hereu» a seguir manteniendo la célula económica en que se convirtió los lazos más estrechos de consanguinidad bajo la bandera de la tradición familiar.
No, no siempre educaron sólo los padres, educaba toda la familia, desde los hermanos mayores, a los abuelos, a las tías solteronas, a los suegros cafres, al estrambótico primo y al envidioso vecino. ¿Que los progenitores somos la mayor referencia? No hay duda, pero esto no supone que de dos a cinco llamemos al orden:
—¡Clap, clap, clap! Niñooosss, atentos que voy a dar la gran lección de valores. Hoy toca aprender a expresar nuestras emociones con respeto hacia el otro.
—Mami y papi, estoy hasta las gónadas de que me interrumpáis en cualquier actividad que haga para que os escuche una orden que he de acatar tal como «recoge tu cuarto, ya», mientras que cuando vuelvo a casa no pueda ni saludar porque el telediario, el móvil o la Paquera de Jerez sea más importante que ver mi estado anímico.
—Total, si nada más entrar por la puerta ya te olemos fumao, pero oye, muy bien expresado. ¡El siguienteee! y rapidito que tengo un chat la mar de interesante en Face sobre si es bueno o malo depilarse la vellosidad intestinal y ando ya ansioso por descargarme de mis quehaceres no virtuales.
Creo que muchas veces no es una dejadez voluntaria de los padres, es que con esta era de la información que todo se sabe (¿todo se sabe?) se nos supone ya artistas de la educación infanto-juvenil y a nadie se le ha ocurrido colgar en pdf y gratis el manual de instrucciones de cada hijo. No está mal delegar, en sentido estricto hacemos eso a diario en muchas cosas con nuestros hijos: delegamos la recolección, manipulación y hasta preparado de los alimentos propios de su nutrición. Delegamos la supervisión, estudio y asesoramiento de su entrenamiento físico y corporal. Delegamos la elaboración, organización y establecimientos de reglas de su espacio lúdico, etc, etc.
Es bueno delegar incluso la educación de ciertos valores en personas que son referentes para nosotros, pero como cualquier delegación, luego precisa una supervisión y ahí es donde la escuela y los padres no andan a la par, pues confunden supervisión con imposición, justificación, evasión… La escuela es el lugar idóneo para educar en sociedad, esa es la labor fundamental del colegio, no otra. Si para algo debe servir un colegio es para educar en valores que afectan a la comunidad. Pero todo se mezcla, incluso se mezcla la enseñanza de conocimientos con la educación ¿o acaso no nos exige la escuela que corrijamos ejercicios y deberes, que hagamos manualidades marcados por pautas escolares o revisemos su autoridad si no están callados en clase?
Si tan bien formaditos en principios sanos, estupendos, éticos, amorosos, sencillos, lógicos y sin artificios venían las generaciones de antes ¿qué ha pasado? Por ahí andan una serie de panfletos sobre las bondades de la época del auge del SEAT, que me hacen estremecer.
¿Y todos esos seres celestiales y modélicos? ¿Me voy a evaporar como ellos de la noche a la mañana? Porque os recuerdo que esos bien educados en valores por sus familias con madres presentes y abnegadas son los que ahora son acusados de mirar para otro lado respecto a la educación de sus hijos. No nos portemos tan soberbios los padres pensando que somos los únicos y que mejor podemos transmitir los más grandes valores a nuestros hijos, ni nos sintamos tan incapaces e inhábiles como para no hacerlo.