Esculpir a tientas

Muchas veces me gustaría escribir lo que todavía no soy capaz de expresar. Parecerá una paradoja, pero supongo que ahí radica la virtud y el trabajo de un escritor.

Es como si te trajeran una gran piedra sin envolver, pero con una gran cinta de regalo. Sabes que es importante por como viene anunciada, aunque no tengas ni la más remota idea de qué hacer con ella. La han dejado en el porche de tu preciosa casa. Es pesada, con una engorrosa arenisca que se desprende de la superficie y, pese a su solidez aparente, muestra una fragilidad latente. Marca el preludio de una gran conquista. Y me pregunto: Aportar belleza y armonía a un aparatoso chusco ¿seré capaz?

A oscuras, dejándome llevar por años de práctica de escritura manual a galope de un tradicional BIC, me hallo descifrando este enigma. ¿Seré capaz?

Esa pregunta me la he repetido muchas veces y un gran silencioso y afirmativo sí se apodera de mi determinación. O seré competente o ganaré aprendiendo. O lo lograré a la primera guiada por mi intuición, o me servirá para contarlo.

Así de simple es la historia de mi vida: éxito vs cuento de intentos.

Y me vuelve esa escena. ¿Quién me deja esas pesadas piedras? Salgo a buscarlas ilusionada a sabiendas de que interrumpe el parque y el camino fácil para tomar un coche y escapar de casa. Pero el reto me hace brillar los ojos. La piedra y yo nos sabemos parte inseparable del paisaje. Conocidas de antaño nos une un gran cometido: entendernos y darnos significado a cada una.

Hoy el día es brillante, húmedo y cálido. Emplearme en ella me llevará rato y se me hará de noche. Y así ha sido. Escribo rauda, más guiada por mi tacto que por mi vista. Y luego me marcho a la cama.

Mañana volveré a la tarea, mas ya no seré la misma. Cada mensaje que me mandan en forma de esta piedra me desgasta, justo al punto que me hace hábil para esta tarea. Solo me sale decir: gracias. Lo tomo como el alimento, que te ayuda a crecer y pasar el tiempo, y luego te mata.