Siempre me ha gustado el folio en blanco. Siento un irresistible deseo de crear de cero. El estreno me apasiona. Y eso es lo que me mantiene en cada post que escribo, en cada capítulo de novela, en cada curso, en cada informe… Antes lo hacía sobre el papel boli en mano. Ahora enciendo el ordenador y el parpadeo del cursor me invita a moverlo, a dejarlo quieto, a jugar con él, a moverlo lento y pausado, o raudo y rítmico. Puro instrumento a mi servicio.
Así que es fácil tentarme cuando alguien me pide que le escriba algo. ¿Cómo no iba a acceder? Un amigo te pide que le ayudes con algo que se le hace cuesta arriba en solitario y a ti te gusta… ¿dónde está el truco? No será por el dinero, aunque esté presente, como testigo de la energía que mueve cualquier contribución humana. No será por el esfuerzo, juntos y con buena intención, cualquier fatiga se verá recompensada. También es fácil tocar mi ego cuando apelan a mis habilidades, a mi posibilidad de ayuda o a que mi compañía sea reclamo de alguien a quien estimo. Una y otra vez volvería a decir que sí.
Se trataba de una gran empresa, nada más ni nada menos que un encargo literario, biográfico y conmemorativo. Conllevaba investigación, documentación, recopilación de información, resumen, concreción, creatividad, redacción, corrección… y cariño. Como se hacen las cosas.
Manos a la obra, hicimos nuestra propuesta, acordamos tempos y el encargo se cerró. Curioso es que se fijara un número mínimo de palabras, como las compras a granel, pero bueno, no deja de ser una forma de medir. Aunque, un trabajo que no podría pagarse su tiempo, laboriosidad, dedicación y reputación más que con una chequera en blanco, hubiera bastado un sincero apretón de manos. Cosas de los tiempos modernos…
Me entusiasmó relacionarme con personajes reales de carne y hueso, pues en mis novelas, poesías y escritos, solo viven en mi cabeza y ellos mismos se sirven sus actuaciones a su gusto y discreción. Pensé que se trataría de entrevistar y anotar sus respuestas e historias, mas me encontré charlando e intercambiando pareceres con personas absolutamente entregadas y deseosas de participar a crear la obra. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que otra vez ésta arrebataba al autor el timón y se dirigía poderosa hacia su destino, dejándonos como meros siervos escribanos.
No es la primera vez que he sentido esto. Con anterioridad también me he visto abrumada por el fin de los proyectos donde he intervenido. Desde una sesión de coaching hasta un programa escolar de inteligencia emocional o incluso la educación de mis propios hijos. En esos momentos la presión de la responsabilidad me pesa y disfruto y sufro dulcemente al mismo tiempo. Para mí es lo más parecido a cumplir el propósito de la vida.
Aquí es donde se abre una enorme y griega. O bien puedes tirar hacia el endiosamiento del ego y creer que las cosas se dan exclusivamente por ti, que tu intervención es la única válida y que todo el mundo a tu alrededor ha de caer rendido por tus grandes hazañas. O bien puedes derivar hacia la consciencia de que algo más grande que tú te hace partícipe para que te fundas en la armonía del Universo que fluye a través de cada uno de los seres que habitamos el Cosmos. Es decir, o eres mano que agarra foco, o eres lámpara que iluminas.
No vengo de una familia de modestos, aunque sí hay humildad. En mi casa se valora lo que hacemos y cada uno tiene su lugar. Y su voz. No competimos por ver quién tiene más, quién sabe más o quién es más guapo. Cada uno tenemos nuestro propio valor. No hay que hacerse de menos, aunque tampoco creerse de más. Cada uno dispone de su peculiar valor, y si hay medida, esta vendrá por su humanidad. Quizá por ello jamás me ha epatado la gente con apellidos de tres palabras, bienes raíces marcados por sellos nobles, empresones, puestos de rascacielos, experiencias extraplanetarias o patrimonios rodantes y volantes. Nada como ver la grandeza de las personas en sus acciones. Eso sí me deja admirada.
Y esto me ha marcado mucho siempre. Temo caer en ese dilema de la y griega, porque enseguida lo detecto y me tienta a ponerme la corona que hace honor a mi nombre. Y me reconozco engreída. Y tanto. Y prepotente. Ya lo creo… Y luego me fustigo por ello. Vaya, lo que viene siendo una fiesta de ego en toda regla. Y como pongo el oído fino en detectarlo ¡chasca! al final termino escuchando a mi alrededor todos los ruidos del bosque… Esto parece a veces que me hace echarme a un lado, como luego contaré más adelante, pero no, esto me sirve para caminar a la par y en mi sitio, ni delante ni a pasos detrás.
Y contando los pasos, comenzamos en febrero de 2020. Todavía no se había desatado el huracán pandemia que arrasó con la marcha normal de nuestras vidas. Y al poco, mi trabajo, mis ingresos, mis proyectos… se paralizaron al completo. Durante meses la única tarea que tuve entre manos era leer, estudiar, grabar a diario el programa de radio con mis compañeros de El Corsario Digital y luchar para salir del bloqueo en el que a veces me veía embargada. Presentamos con ilusión la propuesta y fuimos confeccionando un calendario con tareas. Todavía no me quedaba claro cuál sería la participación de cada uno ni lo que finalmente supondría de honorarios. Pero ¡qué importaba!
Creamos una carpeta conjunta y allí metíamos vídeos, artículos, transcripciones de entrevistas y hasta un documento de lluvia de ideas para titular la obra. Durante más de un año la llamamos de una manera, hasta que fue cambiada por no sé quién ni en qué momento final de su maquetación. Para mí tenía su personal nombre, como cuando bautizas a una mascota tan solo de verle el morrito. Los libros, papeles, mapas mentales y demás documentación de este proyecto ha decorado estanterías, mesas y diferentes estancias de mi casa. Según me trasladaba a trabajar vagando por mi hogar a veces ocupada por mis hijos, a veces vacía y con eco.
En septiembre de 2020 comenzamos las entrevistas que tuvimos que cambiar de presenciales a telemáticas, excepto las que realizamos en la misma Isla de Las Palmas de Gran Canaria. Un viaje que retendré en mi memoria porque me impresionó esa tierra, sus olores, su sabor, su mar, el diferente brillo del sol. Y su gente. Sus anfitriones nos mostraron cómo se puede recibir capazos de cariño y admiración indirectamente de por quién hacíamos el encargo. Sin conocernos de nada desplegaron una clase en el trato, que bien solo por ello me ha merecido todo lo empleado.
Regresamos cargados de fotos, datos, historias, conversaciones y anécdotas que obligaban a su pronta plasmación. Y así fue, sobre el índice que preparé inicialmente y que luego algo modificamos, me puse a escribir el primer párrafo de comienzo de la obra. Segura, me asomé a esa hoja en blanco, y poseída por la inspiración de la isla y sus relatos, sin darme cuenta, lo entrecomillé:
«Cuando uno empieza una empresa, sea de la naturaleza que sea, únicamente tiene certeza del primer paso que da y a dónde le gustaría llegar; pero desconoce absolutamente cómo se desarrollarán los siguientes pasos. No queda otra que abrazar la incertidumbre, confiar y perseverar.»
Efectivamente, sin ser consciente entonces de haber vaticinado el desenlace de este proyecto, este párrafo bien puede resumir mi disposición en este proyecto: Confiar en la amistad, tomar coraje ante lo desconocido y cuando vengan las dificultades, no rendirse. Exactamente eso es lo que hice.
En el desarrollo de la planifiación que nos habíamos marcado y previo al viaje, tuvimos que presentar un borrador del contenido de la obra. Como la intención de los mandantes era alejarse de un relato excesivamente detallado y carente de arte novelesco, donde un lector lego en materia marina saliera aburrido y espantado, se me ocurrió escribir en primera persona, inventando un narrador apasionado por la Historia, dejando la narrativa descriptiva que aleja de la emoción, a las partes estrictamente necesarias. Esta primera persona nos permitía introducir opiniones, personales visiones del tema y ensalzar las figuras de los dos grandes hombres protagonistas del libro, al tiempo que el asombro, la admiración, el desconcierto y el apoyo se colaba entre líneas.
Te aseguro, querido lector, que sentí en esos primeros momentos de arranque de la obra la más absoluta certeza de qué había de hacerse en cada momento y cuál era la decisión correcta. Era como si mi mente y mis manos estuvieran guiadas por algo que me excedía. Fueron días rotundos de claridad y visión. Aunque pronto me superaron acontecimientos vitales y profesionales a los que tuve que hacer frente. De un día para otro, todo a mi alrededor se conjuró para ponerse en marcha al unísono. No fue una sequía creativa, fue un parón por desbordamiento.
Así que, a raíz de este aplazamiento en mi compromiso con este trabajo por diversas causas, decidí apartarme de la coautoría. Yo misma propuse quedarme como colaboradora. Nada borraba ni borrará lo que empecé, las ideas que aporté, el tiempo que dediqué, las llamadas que atendí, el viaje al que asistí, las citas que guardé, las frases que escribí… Pero si de algo me sirven las arrugas es para saber cuándo tomar la iniciativa de hacerme a un lado por si de esta manera evito un empujón. Quizá pueda parecer que desisto o me escapo. Nada más lejos. Para mí es un acto de no invasión. Quien no me conozca no sabe que me cuesta controlar mi fuerza e ímpetu y que mis caricias a veces bordean el apretón. Prefiero hacerme sangre mordiéndome las uñas antes que arañar con ellas.
Una llamada de mi amigo donde generosamente me dio la oportunidad de poder continuar y donde dejé en sus manos la decisión de mi participación, me estranguló las fisuras de mi autovaloración y tanto he llegado a culparme por ese bloqueo, que creo que yo misma construí el escenario perfecto para castigarme en forma de ausencia, de apenas mención o reconocimiento por mi labor.
Tal como ese primer párrafo del libro, abracé la incertidumbre, confié y perseveré. Retomamos de nuevo la alegría de escribir juntos, de corregirnos entre nosotros, de aportar ideas, de repensar títulos y capítulos, de releer para encajar el orden, de rellamar a entrevistados para resolver contradicciones, de alimentar a nuestro hijo… Y cuando parece que la criatura ya lo tenía todo, viene un prólogo, unas fotos, un detalle, un anexo, un dibujo y un sinfín de detalles a los que atender, que excedían de mis posibilidades y que tuvo que atender en exclusiva mi compañero.
El gran peso de la dirección finalmente le extendió hasta la mismísima maquetación, edición y presentación de la obra. Pero llegó por fin ese día. No la había ni visto ni tocado. Cuando algún ponente que sí la había recibido con anterioridad comentaba que le había sorprendido gratamente, se me abrían los ojos expectante. De refilón en la entrada de la sala aparecieron ejemplares sobre una mesa, pero me resistí hasta que no finalizara el acto.
Sola y en primera fila, ante miradas de interrogación de quién sería esa mujer que osaba sentarse entre la comandancia y la familia, escuché a cada uno de los ponentes de la mesa hablando de lo relatado, del libro y de quiénes habían participado. Me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo de orgullo y mérito cuando uno de los ponentes destacó el único de los párrafos que fue citado y que recuerdo escribir un poco cargadas las tintas de emoción: «Y es cierto, cuántas veces leí que, de ese viaje, la civilización no volvió a ser la misma. No solo fue un descubrimiento para Europa, fue un descubrimiento para la propia América. Con este hito histórico, el mundo comenzó a avanzar al unísono.»
Terminado el evento, salimos a una terraza a celebrarlo y ni la repetida y recién mudada palabra ayuda, que sustituyó a la precisa colaboración, como quien arrima el hombro recogiendo las tazas del café; ni el viento de ese día que arremolinaba los opacos, discretos y silenciosos telares de las bambalinas, pudo arruinarme ese día. Me vi acompañada entre íntimos amigos y una inmensa satisfacción fruto de haber hecho las paces conmigo misma, de haberme perdonado y con la firme intención de repararme. Gracias.