Venía sospechándolo, pero cuesta llegar a reconocerlo. Y luego me quejo, y luego me digo… ¡Pero si yo misma lo he buscado! Me lo tengo merecido, o mejor expresado: creo merecerlo…
No me enamoro de las personas. Lo que me enamoran son las debilidades. Lo confieso, me enamoro de sus debilidades. Me fascinan, me atraen como el más potente imán. Claro, en verdad es que estoy en perfecta unión, calor, amor y compañía con las mías…
Pero aún así, no deja de ser peligroso a más no poder, ya que se me llega a olvidar quien la padece. Es terrible, cuando te enamoras de las debilidades, el idilio se convierte en eterno. Y sin posibilidad de cura.
Porque claro, a las virtudes siempre se las ama y es muy poco probable que uno deteste aquello que cobija, que construye, que ilumina y acaricia el alma. Esto es pan comido, ni a los más reacios un dulce amarga. Varían, sí. ¿Podría mejorarse? Por supuesto. Pero están. Y lo que a uno le hace bien… solo alimenta, como mucho, a la mitad de nuestra estúpida existencia.
Mas las debilidades… Esas pasiones solo humanas que arrastran malsanos deseos. Bienvenidas debilidades que despiertan carencias dormidas. Necesarias sombras que ventilan al aire heridas para su cura. Solo en nuestras debilidades hallamos la humildad que nos conecta al mundo. Por culpa, obra y gracias de ellas nos hemos tatuado a fuego, tierra, aire y agua, que no somos dioses.
Si no fuera por las mías, ten seguro que jamás hubiera emprendido el osado viaje de dar contigo y ni mucho menos la temeridad de amarte.
Pobre de mí si lo veo delante, si descubro y aparece lo que desinfla al otro… Y no contenta con ello, me enamoro de ese hallazgo. Seducida, perdida en mi soberbia, a duras penas repliego las agujas para no clavar… Respiro con forzada normalidad el aire hediondo que de allí se escapa… Y si consigo esperar que con sus ciegos dedos a tientas se tape a ratitos el pinchazo… luego bailamos la más gore melodía que sale de ese tarado instrumento.
Y ahí está una, hipnotizada en esa debilidad. Ya sea macizo, bronceado, blanquidental o proporcionado en todas sus extremidades, que adonde mis ojos se van, es a su debilidad. El colmo del embelesamiento es contemplarla en acción sin intervenir. Y esto claro… yo, humana, experta en debilidades humanas, me resigno a afrontar la enorme tentación. ¿No hacer de salvadora? ¿No utilizarla para mi provecho? ¿No obrar nada con ese botín? No existe droga más potente, ni enganche más permanente.
Intento sacar el cuello del agua, no hundirme, no ser arrastrada por mí, por tus debilidades, por las mías. Entonces piso fuerte, sobre el fondo o sobre un apoyo, y veo la luz que guía a la superficie. Me impulso y… ahí están las debilidades, flotando en círculos de vacío desenlace. Y ahí es donde me suelo quedar, agonizando entre salir y quedarme, aferrada a ellas. En permanente estado de enamoramiento.
La inteligencia con tal de que no vaya acompañada por la maldad.
O sea, la bondad inteligente… ¡Me la pido!