Es tremenda la presión universal, común, compartida y conjunta que sobre las mujeres se ejerce. Desde la sociedad, la familia, la religión, la economía, el derecho… No existe ámbito alguno en el que no se las instruya, guíe, obligue o ate. Y no me extraña, criaturas tan poderosas sólo pueden vivir en cautividad. Una cárcel mental, física, emocional, espiritual, racional o imaginada… pero bien atadas.
Ayer conversaba con un antropólogo y mientras más hablábamos de ellas, más miedo nos daban. ¡Qué criaturas tan poderosas! Las mujeres son las máquinas más avanzadas y evolucionadas en el reino animal. Ni belleza, ni inteligencia, ni fuerza, ni resistencia, ni ningún atributo es comparable al inmenso poder de dar la vida. Sí, claro, se engendra conjuntamente con otro, pero quien lo incuba, quien decide, quien cuida, de quien depende que la vida se abra paso a la vida, es exclusivo de la mujer. De ahí que se regule su cuerpo, su uso, sus prohibiciones, sus uniones, su capacidad de voluntad, su disfrute, su muerte, su gozo, su sufrimiento, su disposición, su libertad…
Y es que estas perfectas máquinas llevan, quieran o no, evoluciones inconscientes de la «Madre Naturaleza». ¿A qué otro animal se le ha dotado de un órgano sexual innecesario directamente para la reproducción, pero imprescindible para el sostenimiento de la existencia humana? Sólo a las mujeres. Un órgano que manipula voluntades a los dos bandos: a las propias mujeres y a los hombres. Es el último órgano de la cúspide de la evolución: el clítoris. Y sin embargo este órgano ha sido ignorado, obviado, extirpado, comparado, despreciado, ha sido objeto de burla, acoso, mutilación y desprecio.
Como animales que hasta más o menos los diez años de existencia no nos valemos por nosotros mismos, precisábamos de cuanta más gente mejor: madres y padres, familia y comunidad. No había más forma de amarrar al hombre para que no escapara de su prole y le ayudara a cuidarla, que dándole lo que quería: sexo. Pues hagamos que las mujeres quieran tener sexo también, y no sólo parir: les quitamos el celo y las dejamos todos los meses dispuestas. Las dotamos de placer con clítoris, podrán mirar cara a cara con quien copulan si quieren y así se podrán vincular afectivamente, todos querrán sexo y todos contentos.
Estaba claro que este plan tendría fisuras. ¿Cómo controlar a estas todo poderosas? La gran mayoría no llegaba a vieja, entre parto, infección, desangres… pero aún así era necesario controlar todo esto de dar la vida. Había que controlar la natalidad y todo lo que ello engloba, como sea, a través de la religión, la tradición, la costumbre, la educación, la coacción o la fuerza. Pero este inmenso poder no podía quedar sólo en manos de ellas.
Además, estas pobres locas poderosas no se van dando guantazos por la vida para solucionar sus conflictos. No les queda otra que conspirar, urdir, cooperar, dialogar, negociar o pagar esbirros, pero no están bien dotadas para esto de la guerra, entre gestación, parto, amamantamiento y crianza. ¿Y ahora qué hacemos? Digo yo que en algún momento los hombres se acojonaron de verdad y literalmente… Cómo a éstas les de por criarnos en campos de cultivo para su reproducción y nos utilicen como carne de cañón para las peores causas que no sepan solucionar, estamos apañados. ¡Menudo papel vamos a dejar para la Historia!
Lo que pasa es que la Madre Naturaleza dejó de ser sabia en esta era de internet. Iba poniendo parejos a los hombres en inteligencia, razón, espíritu y emoción. No podía esperarse otra cosa, ellas mismas los creaban. Ahora que ya no mueren como chinches gracias a la medicina, no precisan ni emparentarse gracias a la tecnología y poco a poco conquistan tímidamente parcelas de libertad que los hombres sueltan porque ellos también anhelan ser algo más que proveedores de comida, semillas humanas y mano de obra, vuelve la misma pregunta de antes: ¿y ahora qué hacemos? Estamos más evolucionados que la evolución.
Ya no podemos controlar a éstas de la misma forma, ya empiezan a sospechar que esta antigua conspiración está más que obsoleta. Vamos, que con un golpe de click se cargan todo este tinglado. Y si no, miremos noticias sobre el aborto, los apellidos, el adulterio, el vínculo matrimonial, el derecho hereditario, el gobierno, la educación, la conciliación familiar… Aún nos quedan vestigios en sociedades más avanzadas, imagínate en las menos… No es que Occidente sea mejor, es que es más avanzada. ¿Más avanzada respecto a qué? te espetan muchos «integristas de la tolerancia». Más avanzada respecto a la libertad de las mujeres. Más avanzada respecto a la dignidad de las mujeres. Más avanzada respecto a nuestro miedo frente al poder de las mujeres.
Todo ese conjunto de reglas sádicas, crueles, insensibles e inhumanas, llámense códigos morales o religiosos están enfocados para contener el poder de las mujeres. A buenas horas iban los fanáticos a propagar a lo largo de toda la humanidad las bondades de prescindir de la mitad de la población que les dio la vida. Todas, absolutamente todas las creencias en masa han intentado sofocar y controlar a las mujeres. Si no vamos al fondo o la raíz, no seguiremos evolucionando.
Nos preside el miedo, y uno de los mayores de toda nuestra civilización es el miedo al inmenso poder de dar la vida. Pero ¿a qué temer? si las mujeres están programadas para dar la vida. Para dar la vida en convivencia con el hombre. Si tan sólo quisieron que se quedaran con ellas… ¡Qué alto precio pagaron por ello! pagaron con todo su poder. Se quedaron con un poder impotente.