De pocas cosas me acuerdo de lo que estudié en la carrera de Derecho. Del contenido… apenas algún artículo rocambolesco. De las asignaturas… definiciones sorprendentes sobre las accesiones, las penínsulas… No tengo memoria fotográfica ni papayística, y así me fue en las oposiciones… Eso sí, tengo memoria para relacionar conceptos y una excelente habilidad que me permitió salir airosa en los exámenes orales: hablar con contundencia sobre un aspecto que sabía para eclipsar lo que no tenía ni pajolera idea.
Quizá por juventud, ansia de comerme el mundo o preocupación sobre la próxima fiesta a seguir, adquirí mi título sin enterarme del todo en qué consistía el Derecho. Como desgraciadamente suele ocurrir, no admiras lo que tienes en casa y poco escuchaba al gran maestro con el que habitaba. Ese doble oficio de padre y profesor no casa bien con el de hija dependiente y aprendiz del gremio. Así que tuvo que pasar un par de veranos y una de tantas de mis crisis existenciales para asimilar qué es lo que me llevó cinco años de mi vida entender: la definición de Derecho.
«El Derecho es el conjunto de relaciones sociales necesarias establecidas válidamente por el grupo social que detenta el poder» (Luis Segovia dixit)
Pero claro, toda familia tiene su contra vertiente, y si dos éramos de letras, otras dos eran de números y así mi madre y mi hermana, que de hecho siguen partiendo el bacalo en casa, extraen de la Economía la esencia de la organización social.
«La Economía es la administración eficaz y razonable de los bienes» (Según la primera acepción del DRAE) «Ciencia que estudia cómo las sociedades utilizan recursos escasos para producir bienes valiosos y distribuirlos entre diferentes personas» En fin, se habrá notado en ambas definiciones el exceso de adjetivos utilizados para justificar situaciones que en muchos casos no está justificada, así que me quedo con la definición que a mi hermana le gusta: «Economía es lo que hacen los economistas»
Prometo que tan sólo recuerdo una de nuestras «discutidas» comidas en las que los de leyes sosteníamos como origen de todo, e incluso como un antes a la Economía, al Derecho. Ese día mantuvimos al unísono que el Derecho era la base sobre la que se sustenta la vida social y por ende, ésta era la que permitía establecer la distribución de los recursos y bienes. No sé qué conclusiones exactas o concretas sacamos de aquella dialéctica, pero pensé durante mucho tiempo después que aquello que mantuve era inamovible… hasta esta nueva crisis propia y la mundial ajena.
Y es que tras lo ocurrido en EEUU (por no decir mundo conocido) en España y en mi íntimo círculo empiezo a cuestionarme si no es inherente a cualquier norma que haya un bien codiciado por algunos. ¿Para qué tomarnos la molestia de regular nada si no es para proteger lo que es mío (derecho privado) o lo que es nuestro (derecho público)? Seguramente primero fue el tener algo y luego vemos cómo repartirlo. O sea, ese grupo social que detenta el poder es el que se encarga de repartirlo (políticos). Y ahí es cuando me pierdo… ¿Ya de suyo lleva la norma implícita todo el sistema económico? ¿No sirve una norma más que para definir quién debe gestionar qué recursos, cuándo hacerlo, dónde es mejor, cómo hacerlo y para qué fines?
Creo que hemos complicado tanto las normas y los sistemas económicos a la par de diluido las esenciales preguntas que comienzan con esos adverbios (quién, dónde, para qué, cuándo, cómo, por qué…) que ya no distinguimos el caldo de gallina de un huevo duro y hablamos de política, de los que regulan las cosas (¿Derecho o Economía?) como algo externo a nosotros, algo que se corrompe sólo, algo que pertenece a unos pocos, algo que mantiene un sistema supremo (capitalismo) como única fórmula incuestionable, algo algo así como decir que la «Política es lo que hacen los políticos«…