El gran poder lo tiene el NO. El NO nos identifica, nos sana, nos protege, nos consuela. El SÍ ya lo tenemos. Es irrenunciable. Somos afirmación, en nosotros está implícito el TODO.
La primera gran conquista de todo ser humano es decir NO. Hecho revolucionario en toda vida de infante que se precie. Ni mamá, ni papá, ni agua, ni wifi, la primera palabra acompañada de gesto universal es decir NO. Ese NO, nos separa del mundo, nos identifica. Ese bebé pensaba que era parte de su madre, que el entorno y él era una misma cosa. Como los animales, que se sienten en completa armonía y comunión con la naturaleza.
Pues bien, ese NO es uno de los primeros signos de consciencia. Ese NO lo conforma nuestro ego. Bendito ego biológico que comienza a darnos una identidad separada, única y con capacidad de decisión individual. No es un instinto, es un pensamiento que se cristaliza en una negación. Ese NO es la primera afirmación de nuestra persona.
La mala prensa del NO viene de asociarla a los límites que marcamos a los demás y que no son aceptados respetuosamente. Porque a los demás no les interesa, no les viene bien o chocan con sus ímpetus invasivos. Quien tenga hijos o sobrinos o alumnos o lo haya experimentado de otra forma, sabrá qué le pasa cuando un bebito te dice NO.
¡Ostras! se niega a comer… rechaza el chupete… tira el peluche… me aparta la mano… no quiere mis brazos… no le puedo vestir… reniega de su hermanito… impide que lo bañe… se quita lo que le pongo…
Es maravilloso observar ese acto tan poderoso sobre su voluntad, su persona. Cuánto más niega, más le refuerza. Pero claro, los adultos somos los que sabemos lo que esa personita necesita. Lo quiera o no. Le guste o no. Nosotros decidimos e imponemos. O nos vamos al extremo: no le marcamos ningún límite, aunque choque con los de los demás y le dejamos a su entera voluntad.
En función de cómo reaccione el adulto frente a ese NO y cómo lo gestione, dependerá la conformación de ese ego infantil incipiente. La educación de un ser nuevo no es atiborrarle de cosas externas, consiste en preservar su esencia a pesar de la convivencia social. Sí, he escrito lo que quería decir: preservar nuestra individualidad en la colectividad, para servir a ésta desde la aportación que estamos llamados a hacer, sin perdernos ni diluirnos en ella arrastrados por la corriente.
Y para ello, para ser realmente un servidor y no un sirviente, precisamos desarrollarnos con consciencia de quiénes somos, qué podemos ofrecer, con qué medios y para qué. Necesitamos decir NO. Para afirmarnos, para optar por nosotros y desde nosotros, necesitamos decir NO.
Este NO es amoroso. Es sanador. Es muy poderoso. Y da miedo asumir el timón de la grandeza que todos llevamos dentro. Nos da seguridad que sea alguien diferente a nosotros quien ponga las normas, que haya que culpar al malvado, al enemigo, al extraño, al ajeno… al otro.
—Pero si yo dije SÍ, y mira lo que ha pasado. Yo le dije que me gobernara, que me alimentara, que me cuidara, que me protegiera, que me amara, que me reconociera, que me aprobara…
De adultos, ya lo tenemos todo, no precisamos reclamar de nuestro entorno esas cosas. De ahí que lo importante no sea decir SÍ, esa posibilidad es nuestra siempre, no se puede arrebatar. Lo importante es decir NO, es marcar nuestros límites que preserven nuestra esencia de las interacciones con el entorno. El SÍ es implícito. De hecho existe un dicho para ello: el que calla, otorga. El SÍ se da por supuesto. El SÍ suele venir de la inercia, el hábito, de la costumbre, de la predeterminación. El NO es un acto voluntario, consciente en su emisión, expreso, presente, revelador.
El SÍ nace de un pacto con uno mismo. Aflora de nosotros y tan solo lo tenemos que dejar hacer, dejarnos sentir. El SÍ ya está por el mero hecho de existir. Todo ser vivo y humano viene con todo lo necesario para vivirse. Lo hará más acertadamente o no a nuestro juicio, pero viene con todo lo necesario para vivirse. Por ello vive, por ello existe.
Pero el NO hay que buscarlo, hay que reconocerlo, encontrarlo, manifestarlo. El NO viene acompañado de voluntad, de decisión. Hay que afirmarse para decir NO a una propuesta, a una invitación, a una petición. Jamás seremos más nosotros, que cuando decimos SÍ a nosotros mismos en forma de NO a una situación que nos daña, a una relación que no alimenta, a una circunstancia que nos perjudica.
Siente tu poder cuando dices: «Basta ya. No más. No quiero. Yo no. Ya es suficiente. No así. No.» En cada renuncia estás apostando por ti. En cada negación te estás afirmando. En cada rechazo te estás tomando. En cada NO se encierra un acto de amor.
Tanto si lo dices por miedo, como por convencimiento. Si es por miedo es que no te sientes preparado o capaz y en esa opción, también se enmascara un acto de amor. No podía darse de otra manera. Tu NO es un acto de amor que intenta evitarte un sufrimiento. Toda persona se encuentra en cada momento aquello que cree poder dar y recibir. Está en el proceso de consciencia que está. Elige desde el miedo o desde la confianza dependiendo del punto dónde se encuentre. Y es por ello, que en ese NO se elige tal cual está. Y no podía ser de otra manera.
Cada vez que digas NO, estás diciendo SÍ a otra cosa. Cada NO encierra una elección. Permítete… permítete expresarte, marcar un límite, equivocarte, apartarte, rechazar, alejar, negar. Experimenta el gran poder del NO. Al contrario de lo que muchos piensan, el NO nos acerca a los demás desde nuestra autenticidad presente, aunque ello suponga alejar a quien en el fondo no soporta quien en verdad somos. Sin agresividad, con respeto. El quid estará en cómo digamos ese NO. El otro se lo tomará como se lo tome, será su personal problema a resolver.
Así que cada vez que te preguntes por un super poder que te gustaría tener, acuérdate que ya dispones de uno. Emplea ese gran recurso cuando quieras, cuando lo necesites, di NO. Puedes adornarlo con palabras, con gestos, con explicaciones, sin ellas, con buenas maneras, con las maneras que encuentres… Es tu poder, utilízalo para tu bien.
Todavía me acuerdo de todas las veces que a mí misma me he negado.
De todas las que no me he escogido.
De las que no me protegí.
Me acuerdo de las que me alejaron de nosotros,
que fueron las mismas que me llevaban una y otra vez hasta mí.
Con la boca pequeña he pronunciado mi nombre,
me he dejado los dedos abriendo un hueco para salir.
Me quiero ser libre y en paz,
y no encuentro ahora otra manera mas que decirte que no,
para vivirme en mí y en un sí.