Calladamente te observo sin interrumpir la dirección de tu deambulado mirar.
Percibo en el ambiente tu tibia ensoñación a mil deseos de distancia.
Aunque no me veo acompañarte, me tranquiliza no estorbarte el paso.
Aquí, en nuestro cuarto, hecho tu temporal y perenne hogar, huele a color azul inerte.
¿Quién dijo que había que resistirse? Batallas inútiles, esfuerzos que impiden la mansa paz.
Nunca te vi tan descarnadamente bello, pálido, blando, escueto y majestuoso.
Jamás antes aprecié lo que era un solitario compartido momento.
Y me siento feliz, desgraciadamente feliz de sentir.
Hace casi dos meses que mi luto llora una ausencia que no llega.
Tampoco hay celebraciones por esta exigua presencia velada.
Aunque ahora volvieras, no me encontrarías, algo se me quebró dentro y no me deja.
¿Quién es ahora el que se está yendo?
Las cosas parecen mudar, las gentes entrar y salir y los permisos caducaron hace ya.
Tu resignada espera me hierve por dentro cuando me bebo las oportunidades perdidas.
Me quedan impulsos cuando te doy mi mano que aferras alguna vez para decirme que así… que así no.
Me aparto de lo que más quise, lo que más quiero ya lo tomé conmigo.
Y en esta hora al fin siento un calor punzante que llega a helar en lo más profundo.
Me resisto a comprobar que mi dolor se va a tornar nuevo y desconocido.
Me dejo de mí para rendirte homenaje.
Salvaje vida que no respetas apegos.
Cuánto amor rodea y qué inútil mi egoísta sentimiento.
Mas yo, desde aquí, desde donde ya no estaremos, desde donde me dejas… me otorgas la gracia de verte partir.