Ni sentimiento, ni adjetivo, ni sustantivo, el amor es verbo.
Con los ojos cerrados, con palabras calladas, con manos encogidas, con ausencias plomizas, con necesidades extremas, con expectativas… no vayas a buscarlo. Allí no se encuentra.
El amor se hace, se cuece, se crea, se construye y se transforma.
Al amor lo ves cuando se mueve, cuando se expande y acaricia a las almas.
¿Quién no ha sentido físicamente al amor? Te hincha el pecho para que tomes vida, te despeja la mente para que actúes con honor, te alivia el hambre para que no mates y te enternece los dedos para unirte al mundo.
El amor no se piensa, está en el pensamiento. Se pasea en las intenciones, pero el amor vive en los hechos.
El amor se aprende, se comparte y siempre, siempre, quiere crecer. Palpita la vida y espanta a la muerte hasta que llegue. Por eso de noche, para ahuyentar al Oscuro te llama, te hace recordar, te guía. Amantes, tened paciencia. El amor no pierde la luz, la invoca.
El amor no se guarda, no se dosifica, ni se espera, tampoco se posterga y nunca se aparta. Como tampoco puedes parar el rayo de energía. Si te desvías, seguirá habiendo amor, pero no te alcanza.
El amor es inquieto, travieso y misterioso. Si te detienes con ojos nuevos y prestados, es cuando mejor lo aprecias. Mas luego, muévete, hazlo o se convertirá en estatua de sal.
El amor se va a su rincón favorito. Se queda de pie tras tu puerta y por eso al entrar te inunda y no se separa. Te va llenando, te llena y al contacto ¡chas! se desborda. No corras tras lo que tocaste, ya estaba en ti.
Eres un ser de amor. Anda, salta, mira, abraza, besa, roza, calienta, estrecha, alberga, suelta, camina y no pares. El amor no se siente, te acompaña y todo lo mangonea. El amor no se piensa, se quedaría dormido a tu abrigo y no despertaría. El amor se hace.