Se fue. Es tan cierto que no se valora tanto la presencia de alguien como cuando la pierdes.
No se podía dar. No hay un echar de menos si lo sientes a tu lado. No hay un extrañar cuando el estar te invade.
Y una cosa es irse y otra, no volver.
Este fue su infantil escueto mensaje. El primero que escribía. El primero que así sentía y así le salía.
Entonces lo comprendí al instante: echar de menos se escribe con hache.
Ni una sola brizna del aire sobraba en ese poema.
No existen buenas formas, ni reglas, ni normas para decir: te pienso y solo tu recuerdo no calienta este pecho, no ahuyenta mis acechos, ni llena mis huecos.
Y es que amor también se escribe con hache.
No se pronuncia, no se ve a simple vista. Pero está.
Es una hache muda. Y es muda porque necesita tocarse, mirarse a los ojos y comunicarse en esa lengua que sólo tú y yo nos sabemos.
No pude contestarle de la misma forma. No solo fue para no perder la magia de su mensaje y corregirle, o para no estar por encima, o estar por delante…
Es que yo no le echaba de menos, a mí me dolía su hache.
Él seguía acudiendo en el resto de ocasiones a ese tiempo y forma verbal. Y ni se me pasó un solo momento decirle que así, no.
También se lo escuché y en su voz… era perfecto. Nadie puede decir que se puede declamar desde el corazón con mala ortografía.
Regresó y su verbo quedó en historia, en pasado. Él volvió y el echar de menos se fue.
Y es que echar de menos de verdad y con emoción sólo se puede manifestar en presente. No cabe expresar lo que ya fue y no es, porque ya no sigue. Tampoco pensar en lo que pasará, porque por mucho que parezcas preparado, ni lo sabes, ni lo estarás.
Nuestras sonrisas se tornaron en besos que callaron todas las palabras y nuestros abrazos se fundieron en guadañas que arrancaron de cuajo todas esas haches.
No se lo he dicho todavía y no lo haré. Para mí estaba perfectamente descrito.
Y es que hay echar de menos que se escriben con hache.