No sólo le pasa a los despistados, seguro que alguna vez no encontraste, no viste o no recordaste dónde narices pusiste el mando. Y si no vives solo, ni te cuento…
Y ya lo puedes poner en el lugar más preferente, en su sitio indicado o en el más accesible, da igual, llega un día que no lo encuentras. ¿Dónde está el mando?
Retroceder en tus pasos anteriores dicen que ayuda. Ayuda si eres de los que te vas fijando todo el tiempo en lo que haces y además luego te acuerdas, claro. Si eres de esos, de un 0’98 % de la humanidad, pues muy bien, supongo que no leerás este post porque este título no te sonará familiar ni te habrás reconocido, pero para el resto, si fuera tan sencillo, nos bastaría una simple pregunta y no deambular de un lado a otro con el soniquete ¿dónde lo puse? ¿quién lo tiene?
Hasta hace bien poco la humanidad pensaba que todo estaba escrito y que el mando sólo servía para apagar, volver a encender o en todo caso, cambiar una cosa por otra y poco más. En realidad no éramos dueños y el mando era anecdótico, puro trasto que nos facilita y acomoda. En definitiva, nos reconfortaba pensar que algo interveníamos en ese proceso, pero todo se nos daba y no quedaba otra que aceptar. Casi todo te viene de arriba… pues dejemos que se cumpla. ¡Qué alivio! decidiera lo que decidiera, me equivocara o no, todo estaba ya escrito.
Pero conforme la parrilla se llenó… Vaya, ya no da lo mismo, las cosas son tan variadas en temáticas, en edades, gustos, intereses, horas… Ahora no toca otra que elegir dándole a la teclita del mando y… ¿dónde está? ¿dónde lo puse? ¿quién lo tiene? ¿dónde, dónde lo dejé? Ya no vale decir que de entre cientos de opciones te quedas donde se quedó la última vez, fuera quien eligiese. ¿Para eso tanto esfuerzo y avances? No puedo quedar como un pelele.
Ale, pues a encontrarlo como sea… ¿Dónde estará el maldito mando? Entonces te sirven todas las teorías y métodos. Volver sobre mis pasos… hacerle un sitio ex profeso… movilizar a todo dios para que me ayude… Todo, ahora todo vale para encontrarlo. ¡Te lo estás perdiendo! ¡Encuéntralo ya!
Entonces se te viene a las manos y te vuelves a sentir poderoso. Ya puedes encender, apagar, cambiar, consultar, silenciar, brillar, verlo todo, no ver nada… Te vuelve a pertenecer, eres… Eres un pelele con un mando en la mano, jugando a que eres el programador y el inventor.
Es un vaivén constante, del miedo a ser libre cuando eres recién espectador, al miedo a no serlo cuando empiezas a vislumbrar oportunidades. Te apropias del mando, de su poder, de su capacidad de cambio, de interferencia… Y cuando ya te sientes el puto amo, cuando ya parece que nada puede escapar a tu control… Cuando ya te notas poderoso, con tu gran, moderno, llamativo, fálico, instantáneo e indiscutible mando… Pues que no, que apenas influimos sobre un par de cositas, lo demás, puros trucos de magia.
Que si la genética. Que no, que no, que podemos convertirla en… Venga, sí, pero haciendo esfuerzos, para cuando te vas a dar cuenta que llevas una enorme mochila desde que naces, ya has recorrido media vida con ella y la espalda se te ha quedado chepada.
Que si el medio ambiente, las circunstancias, lugar, posición, época histórica, cultura inmersa. Que no, que no, que están los resilientes que a pesar de su condición, de que le machacaran, esclavizaran, coartaran, privaran… Venga, sí, pero eso si hemos podido superar la barrera de la desnutrición, el despojo de amor o la falta absoluta de recursos para pensar en más allá que la pura supervivencia. Con casi todo hecho te da para controlarte, descontrolarte y volverte a controlar, pero sin casi chasis para hacerlo…
La película de pronto se desmorona a tu alrededor: No tienes tanta capacidad de influencia sobre las cosas. Eso sí, sobre lo que puedas, sobre lo que sientas, compruebes y veas que te pertenece, o sea, sobre tu actitud y poco o nada más, empléate a fondo, transforma, crea, rompe, rasga… El resto… juega a controlar las cosas con las luces del mando.