Charlaba con un amigo sobre su etiqueta llevada desde niño. Le marcaron con eso de «eres un chico serio y formal» y encima se ve que les gustaba a los de su alrededor, así que el pobre no pudo ejercer de «malote». Una tragedia, porque luego, cuando al fin de armó de valor para rebelarse y se dejó melena, su testosterona no le acompañó en agresividad, sino en calvicie. ¡No hay derecho que todo se confabule con el enemigo! Es que, Laura, me comenta cómicamente resignado, ya lo dice el refrán: si naciste para martillo, del cielo te caen los clavos.
Esto de las clasificaciones deberían de ponerlo en la cartilla de vacunaciones de los bebés: «la Triple Vírica: ni estigmas familiares, ni nombres lastimosos, ni frustraciones paternas». Si naces un poco trasto y encima el que te antecedió era un semao, te quedas con el sambenito de revoltoso y si te pilla un psicólogo iluminado, hasta puedes llegar a ser hiperactivo, con déficit de atención a cosas que no te interesan y todo eso… ¿Que naciste rubio y con ojos azules? Serás querubín aunque de mayor te conviertas en un cranco (véase Enrique San Francisco) eso sí, te desengañarás en la adolescencia cuando no ligues, pero mientras disfruta, disfruta. ¿Que te pusieron Soledad, Primitiva, Cándido, Justo? No te sientas obligado a rendir homenaje a tu nombre, ni siquiera lo elegiste tú y cuesta un mundo modificarlo en el Registro. ¿Y qué decirte si atisban en ti algo que ellos no fueron? ¡Qué estudioso, qué precavido, qué sinvergüenza, qué qué!
La faena de todo esto es que el destino no es tuyo, es lo que los demás quieren que seas. Para eso sirve la infancia, para llenarte la pancita además de con comida, con sus cosas: creencias, deseos incumplidos, valores escogidos, repeticiones de experiencias… Tienes una segunda oportunidad en la adolescencia y empiezas a cuestionarte que lo que tus padres y amiguetes cafres de clase te dicen no debe de seguir siendo válido porque ya no eres ese inocente nenito; ni tu nombre te gusta porque igual quedó viejuno; ni tu cuerpo es la sombra en el espejo de lo que era; ni tienes que pagar con la propia, vidas ajenas.
Mas ¡ay desgraciado de ti si osas contradecir al destino! ¿Te imaginas el disgusto que le vas a dar a los demás? ¿Que ya no quieres estudiar lo que tus padres tanto se han sacrificado por ello y apenas te han recordado unas 163.214 veces? ¿Que como amigo ahora se tienen que acostumbrar a llamar a otro para que les resuelva la papeleta? ¿Con lo bien que lo hacías? No, hombre no, vuelve otra vez a ser el chico serio y responsable que queremos, que para liarnos la manta a la cabeza ya están tus hermanos o el resto de la panda. ¿Cómo que no te gusta? ¿A quién no le va a gustar ser…? Mira por dónde quien te lo suele decir nunca se apunta en esa cola, se va a la de enfrente. Que igual también tiene cartel destinado desde que nació, pero le joroba que te enfrentes a tu sino.
Yo también tuve y tengo mis letras escritas en el firmamento. Quizá ser hermana pequeña de una gran responsable me hizo estar aventajada porque siempre lo vi como lugar privilegiado: pillas a los padres más cansados y mayores, aprendes en cabeza ajena que por ese camino no y te buscas alternativas, no sirves ya de ejemplo para ninguno de atrás y por último, el factor sorpresa encaja si el primero es predecible. A mí me encantaba ese destino de rebelde sin causa que te dejan si eres el pequeño. Claro, que también tengo mis cauces trazados como ser particular y mi trabajo me cuesta romperlos hasta conmigo misma. ¡Anda! que puedo dejar de hacer lo que me tiene harta y por fin ser yo… Para pensarlo ¿eh? Un día se me ocurrió desterrar una cosa y cada vez que truena miro al cielo por si enfadé a alguna divinidad, pero no, y como en Alicante llueve tan poco, un susto al año no hace daño.
De la noche a la mañana, y más difícil conforme pasa el tiempo y menos dormimos, no se puede retar a los dioses, serás castigado a arder en la hoguera, te cortarán la cabeza o te expulsarán del paraíso. Que tampoco está mal quemar lo viejo, desterrar ideas falsas o salir afuera para darte cuenta que el paraíso ese montado era de corchopán, mas yo propongo procurarnos armas e intentar avanzar pasito a pasito sin que se den demasiada cuenta (ya lo avisé, mi puesto era de hija pequeña).
Por ejemplo, cuando alguien cambia de trabajo, o incluso de puesto dentro de la misma empresa, es la oportunidad ideal para poner en práctica aquello que no hiciste porque no estaba destinado para ti. Ahhh, ahora sí, ahora te puedes hacer el empleado IKEA (el sueco) o intentar ser el insumiso a tu impuesta suerte con la excusa de que se te ha subido el puesto a la cabeza.
En tu vida privada… da igual, de todas maneras vas a ser criticado a la par que alabado, así que decide con qué cartas marcadas vas a jugar una falsa mano de póker en un verdadero destino divino como las Maldivas, mientras «arriba» siguen discutiendo si te premian o castigan.