¿Quién narices te dijo eso? Tráenoslo que le damos entre todos una buena paliza. Me acuerdo todavía cuando de pequeña, más que ahora todavía, me leyeron en clase el cuento de la lechera. Yo estaba boba muy atenta con aquella niñita que iba construyendo sus castillos en el aire y ya me veía como ella con todas las cosas que lograría. Y de pronto… ¡chas! la aguafiestas de la profe regocijándose de nuestras caras de pasmo. ¿Pero cómo íbamos a seguir teniendo fe cristiana después de esa gamberrada del destino?
Con esta y mil historias más nos prevenían desde que tenemos uso de razón de que pongamos los pies en el suelo, que seamos realistas. No hace falta explicar que es ser realista, ¿verdad? porque para mí la realidad es bien distinta de la tuya. ¿O acaso todavía crees que la realidad común existe? Vamos a ver… ¿lo de los Reyes Magos y el tal Pérez ya…? Pues eso, que ser realista o tener los pies en el suelo no significa que vivas conforme las experiencias de realidad que les pasaron a los demás, y que si todo el mundo hubiera aceptado lo de los pies a tierra, ni aviones, ni barcos ni siquiera un abrazo que te levante por los aires.
La ilusión es aquello que nos empuja para levantarnos de la cama con ganas, es aquello que al pensarlo sabemos que muchos ratos chungos merecen la pena y es aquello que nos impulsa a una acción que sumada a otras pequeñas acciones nos acerca a nuestro mayor deseo. Y si tienes dudas: si al imaginar algo que todavía no has conseguido te mueve la comisura de los labios o te sale una fuerza y brillo especial por los ojos o te entra así un algo en el estómago… eso es tu ilusión. Yo me he puesto a pensar en ella y me ha salido esta foto. ¿Cuál sería la tuya?
A lo mejor te estoy contando esto y la has perdido, o la acabas de encontrar, o la mantienes desde hace tiempo, o se te está apagando… No doy recetas, lo siento, cada uno ha de ir a su propio médico, tomar su bote de vitaminas y no olvidar nunca que el día que ya no te ilusiones, ese día empezarás a morir un poquito y tan absurdo es dejar de ilusionarse porque las cosas no salen como uno quiere en el momento que quiere, como dejar de vivir porque tenemos un fin seguro.
Así que basta ya de ir con el cántaro en la cabeza aferrado con dedos entumecidos, los pies en el suelo arrastrando con paso acobardado mirando con desconfianza alrededor tan sólo para acechar peligros de vuelcos. Y ve cantando y silbando mientras puedas, ilusionado en lo que podrás conseguir porque de todas maneras vas a ir con el cántaro a cuestas y así al menos, vas contento. De ilusión no se come, pero sí alimenta el alma.