Es una frase que ha corrido como pólvora de sensatez, sobre todo en la esfera laboral: en el trabajo hay que aparcar las emociones. Se ve que a alguien le vino bien eso, a un ingeniero de robótica en fase de venta y popularización de su producto, no hay duda.
En la entrada de oficinas, despachos, fábricas y comercios hay unas taquillas de colorines con un candado de estupidez donde los desconectados meten las emociones.
—Hoy no toca descubrir, innovar, mejorar, idear, cuestionarse o asumir retos, así que mira, la sorpresa, la curiosidad y el entusiasmo, al fondo a la derecha.
—Ahora que me acuerdo, no necesito defender mis ideas ni sortear inconvenientes, es más, hasta es posible que me deje pisar por todo el personal, incluso por el riel de la cortina. ¡Marchando una de enfado a la izquierda y rincón de la taquilla!
—Y ya de paso, como me la pimpla perder todo lo que he conseguido hasta ahora con esfuerzo, me voy a dedicar a mi oscura y secreta afición: insultar al personal que lleve algo azul turquesa y quemar el archivo. Ummm, ni te cuento lo que puede llegar a hipnotizar el baile de llamas… ¿Consecuencias? ¿sanciones, ilícitos? ¡Anda, ya…! si en la taquilla esa pongo así de frente y de medio lado al miedo y listos.
¿Emociones? No las hay, ni debe haber, estoy trabajando ¡háganse todas a un lado! Una de mis preferidas era la pasión. Ahora no, he leído que ésta es de las más ridículas. Ésa la dejamos para las pelis y viernes noche ¿no? Aunque espera… si paso más tiempo aquí que… ¡Bah! ¿Quién necesita a las emociones en el trabajo?
Bueno, y si no, la ñoña de la tristeza ¿pero quién en sus cabales rescataría algo valioso de ésta? ¿Superar los pequeños fracasos? ¿Tomarse un respiro para reintegrarte fortalecido de un error? Pero, por favor, que levanten la mano y den una voltereta doble para atrás para suicidarse tirándose al abismo del mundo racional quienes encuentran utilidad en las emociones. Tú lo que tienes que hacer es comprar mi batería de conductas robóticas y que ninguna emoción influya en tu trabajo.
¿Ves, ves? Te lo dije… era un ingeniero en pleno ataque de crisis de venta de unidades de IA (inteligencia artificial). Un personajillo de ésos que te describe al dedillo como funcionan los bytes, pero desistió del conocimiento de su persona y por ende, el del género humano.
Cuando alguien huye de las emociones suele ser porque no las maneja adecuadamente. Si es que a mí me parece estupendo, si no quieres ver las cosas, te tapas los ojos o apagas la luz, pero vaya, como le digo yo a mis hijos para que pierdan el miedo a la oscuridad: tu dormitorio aunque no lo veas ahora, sigue siendo el mismo. No hay redecoraciones monstruosos ni artistas no invitados, sigue ídem aunque tú no lo veas. Pues las emociones igual, pese a que quieras dejarlas a un lado, aparecen y están para algo. Se empieza a sospechar incluso que el apéndice tiene una función más allá de marcar vientres con cicatrices… ¡pues imagínate las emociones!
No las pusieron para incordiarnos, no son nuestras enemigas, son nuestras aliadas y si sabes extraer la información que nos proporcionan y luego actuar valiéndote de las diferentes energías en que se canalizan, no sólo no las aparcarás o mirarás con recelo, sino que las integrarás en tu trabajo para ser más efectivo, más responsable, más feliz, más productivo y más humano. En caso contrario, si quieres seguir tratándote como un máquina de carne, corazón y hueso, pon un ingeniero en tu vida.
PD: Tómese esto de la alusión a la gran y magnífica profesión de ingeniería con humor. Lo mismo podría haber dicho de… de… … 😉