Queridos desconocidos e inexistentes amantes míos ¿dónde os hallo para calmar la imaginación de algunos lectores? Aunque ahora que lo pienso… quizá sea eso lo que les atraiga, que es ideado y no real.
Por otra parte, reconozco que alimenta mi ego terrenal saberme al menos en posibles en caso de accidente, viudez, insensatez o inmensa crisis. Porque me los buscáis guapos, listos y ricos ¿verdad? En caso contrario, voy a pedir el libro de reclamaciones, alegaciones y pataletas, que lo sepáis.
No sé si tendría tiempo de atender menudencias tales como alimentarme o asearme en caso de que fuera cierta esa vida que se me atribuye de locas aventuras, pasiones recónditas y fogosidad íntima y privada. A raíz de mi novela «El sexo como excusa», me han llegado a preguntar…
¿Hace falta matar, descuartizar, chantajear y estafar para escribir novela negra? Es que si me viera abocada a escribir tan sólo de mis vivencias, de lo que conozco en primera persona, de mi barrio y de tres o cuatro cositas extraordinarias, no salgo. ¿Os imagináis un ensayo por volúmenes sobre los hoyuelos y la sonrisita de mi nene al hacerle cosquillas? ¿Un thriller trepidante cuando creo haber reconocido a alguien y al darse la vuelta caigo en mi error? Espera, que estoy viendo ya la escénica épica de llegar la primera a pillar la chaqueta chollo de las rebajas…
Ojo, que no digo que mi vida no tenga ratitos interesantes que contar, pero la mejor de las historias sin recreaciones, poesías, reflexiones, fantasías y pasión se quedan en odiseas fatigosas de vuelta a casa, amoríos no correspondidos ni consumados, cotilleos de ociosos grupos sociales, chapuzas de mercenarios, familias con pésimos relevos generacionales, paseos con agujetas por pueblos y ciudades de España y mujeres con yermas maternidades.
Cierto es que todo escritor, como cualquier persona, lleva un viajero, un psicópata, un conquistador, un voyeur, un déspota, carismático, creativo y ramplón personaje dentro. Tan sólo está deseando salir y lo hace en forma de palabras, cuadro, plato, canción, vestido o cualquier otra representación artística.
Me encantó la distinción que un amigo me explicó acerca de nuestro ser. Me dijo: Laura, todos tenemos una vida pública, una vida privada y una vida secreta y la más interesante y necesaria es esta última. Pues creo precisamente que el arte nos permite confesar esa vida secreta sin comprometernos siquiera con nosotros mismos.
Así que para desconsuelo y alivio de alguien diré que mis mensajes, mis historias, mi prosa poética, mis escenas narradas y mi última novela pertenecen a otra de mis vidas, pero no a la que a los ojos acontece. Está dentro de mí, pero no preciso por ello ponerlo en acción. Me pertenece y yo la expongo como me place, no como es. Me permito ser sin existir.
Cierto es que todavía no me he reconocido el talento para idear maldades y salvajadas crueles, tales que cuando las veo en una película o empiezo a leer un comic, todavía me impiden soportarlo a mi tierna cuarta década de edad. Aunque no lo descarto. No lo veo necesario, mas no lo descarto. Supongo que no me harán la preguntita de marras imaginándome en un vis a vis esposada y con abogado penalista detrás asesorándome sobre qué contestar. Porque puestos a elegir, prefiero vivir comedias hilarantes, aventuras interculturales, amores sin finales, hazañas legendarias y placeres tórridos ¿para qué mentirles? Les dejo la intriga asfixiante, el hampa sangrienta, el melodrama fortalecedor y el asesinato macabro a otros.
Aún así, queridos e inexistentes amantes míos, no me abandonéis a mi suerte, que la vida es larga, la dicha buena y la inspiración escasa.