Impertinente ¿para qué te metiste? ¿Acaso te llamó mi orgullo?
Debiste dejarlo correr. No venir a la ocasión deseada pero no incitada.
Como quien entreabre la ventana con cuidado de dejar sólo espacio para el viento suave y el aire renovado, te colaste.
No te lo sabes. Entras envuelto de ligera seda pisando fuerte a tu alrededor y dejando golpes de tu simple contacto.
Quizá intestaste camuflarte en los colores del entorno, mas encendiste el foco a mil watios y tu silueta resaltaba sobre todo lo demás.
Allí donde yo alcanzaba dejabas tus pistas bien visibles.
La música de fondo se mezcló con tu risa y se creó una estruendosa cadencia.
—Soy suave —me marcabas en mi cuerpo.
—Soy silencioso —aullabas a mi melodía.
—Soy apagado —cegabas en mis sueños.
—Soy tu complemento —me empujabas a distancia.
TÚ me colmas. ConTIgo estaría la eternidad de un momento. Pero jamás conseguiré que la costumbre TE acostumbre a mí.
Hasta que, desbordada, con pena, sin fuerza, cerré la ventana… Y entonces, ni sombra, ni eco, ni brisa, ni recuerdo.
Así conseguí declinar-te.