Leí una cita de Anaïs Nin: «La vida se contrae y expande en proporción directa a nuestro coraje» y estuve meditándola hasta que ayer (27 de diciembre) le vi su aplicación cotidiana. Tengo esa malísima costumbre de no asimilar las máximas o pensamientos de los demás hasta que no los hago míos. Tentada estoy de vivir en mis carnes cada experiencia ajena, pero con sólo un cuerpo y ante una sola vida, me decanto por aprender ciertas cosas bajo otro método que no sea el ensayo y error.
Nada más ni nada menos que 10 horas tuve para corroborar lo que la polémica escritora Anaïs Nin quiso decir acerca del coraje. Primero, coraje para ir a pasar con más niños que adultos toda una jornada, estrictamente hablando, en el recinto ferial (IFA) bajo la excusa de Exponadal. Actividades varias, atracciones para peques y medianos, ruidos intensos, gente de sobra y comida para saciar el hambre es lo que vas a encontrar a simple vista. La ventaja de no pasar frío, no estar más pendiente de tu bolso que de tu prole, aseos en condiciones y estar acotado para niños aventureros o despistados, se aprecia cuando ya llevas un rato. Pero después de cinco horas y metidos en ese universo, o empiezas a ver la tercera o cuarta dimensión del evento, o estás perdido.
Y eso fue lo que me llevé, ver cómo la vida se contraía o se expandía a través del coraje de los niños. Yo de pequeña jamás consentí en subirme a una noria, una montaña rusa o un cacharro más vertiginoso que unos caballitos, así que mi Feria era chiquita, chiquita… Cuando hace dos años fui con los mismos niños que ayer, la Feria me seguía pareciendo chiquita. Pero ayer… ayer fue inmensa para mis dos hijos. Todo, absolutamente todo lo probaron, todo les parecía maravilloso y todo lo superaron con sonrisa. Bueno, una vuelta costó más para uno que apenas cumplía el requisito de medir más de 130 cm y que empinando la cabeza y la valentía, se subió por vergüenza torera. Aguantó el tipo y al bajar con la cara pálida estaba a punto de venirse abajo cuando al ver a su hermana tan contenta, se rehizo y volvió a subir, consiguiendo esta segunda y tercera y así hasta la cuarta vez, que le gustara la atracción. La Feria se expandió y esta vez sí ocupaba el recinto al completo.
Eso mismo nos pasa en la Feria de la vida a los adultos, de manera que nuestro barrio, nuestra ciudad o nuestro país, marca los límites de nuestra geografía vital. Pero también nuestro círculo de amigos cuando no lo ampliamos, nuestros oficios o trabajos hasta entonces desempeñados y no variados, el vivir un amor de medio pelo o un gran amor, reciclar nuestras creencias y pensamientos que nos limitan… Todo lo que nos rodea y hasta nuestro mundo interior, se expande o se contrae en función de nuestro coraje.
Ahora por fin entiendo del todo una expresión que usamos mucho y que indicaba, no nuestra altura, no nuestras posesiones, no nuestros éxitos conseguidos, no nuestros valores compartidos, sino nuestro coraje: ¡Qué grande eres! Este simple adjetivo determina que nuestra vida sea insignificante o grandiosa. ¿No es fantástico que dependa de nosotros y que tan sólo se trate de vencer nuestros miedos?
Post Data para los que vayan superando los caballitos e incluso la montaña rusa: continua creando tu propia Feria aunque te parezca imposible.