Hace poco leí que en América el que carezcas de dinero se considera un demérito, en Occidente una vergüenza. Es un matiz diferente, pues la carencia de dinero en América refleja tu condición presente, mas te deja la puerta abierta al futuro. Si la carencia es vista como vergüenza, se ancla más en el pasado arrastrando más ese lastre hacia tu presente y es posible que tus esfuerzos se dirijan a ocultarlo, más que a remediarlo, aceptarlo, desearlo o considerarlo indiferente.
Decimos que vivimos en una sociedad que solo valora… Como si la sociedad y nosotros fuéramos dos puntos aparte frente a una misma buena frase. No sé si alguien se ha dado cuenta, pero estar en la sociedad, está. Aunque no quiera, y aunque fuera de los que reniega, estar, lo que se dice estar, está. Tan sólo hay que saber dónde te sitúas y cómo haces para relacionarte con lo que se mueve a tu alrededor. Pues bien, estando donde estoy o creía estar, un día mi hija me cuenta sus observaciones y descubro lo que nunca hemos hablado y ambas nos hemos estado diciendo todo este tiempo.
Debo de tener un remilgo no tratado por ahí con el dinero que me hace creer que hay cosas que no hace falta explicar a tus hijos. Uno de ellos es tu relación con el parné. Por supuesto que les he dicho mis ideas y creencias acerca del dinero: que si quieren algo, cuesta; que hay cosas que tienen un precio, que aunque podamos hay que priorizar; y otras que ni pudiendo queremos y otras… otras que secretamente las deseamos tanto que preferimos no reconocerlo.
También hemos hablado de no valorar a las personas por lo que tienen. Y esto así dicho, queda tan mono… Pero luego no es así. Ni siquiera lo aplicamos con nosotros mismos. Y los que más lo padecen son el género masculino, que no todos los hombres, si no esa parte de la sociedad que se educó en la creencia: tanto consigues, tanto vales. Es decir, la autovalía, la autoaceptación y hasta el amor propio está íntimamente ligado en la educación hacia el género masculino con lo que hace, con lo que es capaz de hacer (entiéndase trabajo u ocupación). En esta época de crisis de empleabilidad generalizada, nos hemos dado cuenta que más que a la cartera, afectó al corazón de los varones.
Por eso a veces el dinero para el género masculino se convierte más en un fin que en un medio. Si yo quiero valer, si quiero demostrar lo que valgo, si mi yo depende del dinero, este será mi fin. Ya sea que simbolice que con dinero consigo mi independencia como ser humano (alimentarme, cobijarme) o consigo vincularme con el mundo (reproducirme, formar una familia, convivir entre mis congéneres, compartir con mis amigos) o consigo reconocimiento (influencia, estatus, poder), si obtengo dinero con mi hacer, yo valgo. Y cuanto más obtengo, más valgo.
De ahí que también desprecien (aunque «amen») a sus mujeres madres o parejas por no hacer, por no conseguir con su hacer, por no tener dinero, por no valer… Como eso de adorar como iconos a personas que ganan un gran salario, que hayan ganado pasta, que hayan amasado fortuna… La de papanatas que hay dándole a la maquinita de los billetes… Pero no quiero demonizar a unos y otras, se trata de entender a esta sociedad. Se trata de saber donde estamos todos, donde conformamos, donde contribuimos y de la que nos educamos, embebemos y convivimos.
Y es que el pasado día, cada vez con más repulsión que con gusto, estaba viendo un programa de personas que vendían a gente no ya rica, sino extremadamente rica que era capaz de desperdiciar su dinero obteniendo carísimos placeres sensoriales que ni siquiera trascendían o redundaban en beneficio de nadie más que sí mismos. Todo eran cosas que comían, bebían, consumían… ni siquiera eran cosas que podían compartirse. No se trataba de obras de arte, piezas de culto, experiencias grupales, tecnología, avances médicos, no. Todo eran «pajas» de usar y tirar.
Las personas que vivían vendiendo y produciendo para estos ricos parecía que sentían como más admiración y respeto que si estuvieran vendiendo artículos constructivos a personas de normal o escasa fortuna. Sus clientes de lujo podían permitirse ser caprichosos, exigentes, extravagantes. Más que los demás. Porque valen más que los demás. Sus necesidades valen más que las demás. Sus criterios valen más que los demás. Y es que que esta gente es la que mueve la economía de lujo que te vende unas alpargatas por 600 dólares o un inodoro con tus iniciales grabadas en oro para que no te olvides de cuál es tu trono. ¿Realmente es necesario para nuestra economía la fabricación de estas tontadas? Y con todo ello se hacía un programa a mayor ensalzamiento de estos comportamientos y personas valiosas. Y yo viéndolo…
No, no podemos seguir diciendo eso de que vivimos en una sociedad que valora a las personas por el dinero que tiene como si esto no fuera buscado, consentido o aupado por todos.