Los efectos paranormales no son lo mío, nunca terminé de ver esas irreales criaturas que se supone que nos acompañan. Esos misterios de puertas, escritos, señales, advertencias y objetos movientes me atraían por la historia que recreaban, pero no por sus hechos en sí. Un día que fui a recoger el pan, se ve que sin darme cuenta me estamparon en la cola de espera la incredulidad y ahí la llevo.
Sí, me tomo por esas tozudas y empíricas personas que si no ven, no palpan, no escuchan o no piensan cosas, ideas o conceptos, no puedo integrarlos. Me han llegado a decir que me deje llevar, que no piense… Vale, con esfuerzo y sin dirigirme… pues sí lo siento… como el amor, la seguridad, la justicia, la libertad… eso sí, conceptos abstractos, hasta ahí llego, pero los efectos paranormales, los creadores supremos, las fuerzas oscuras o la vida de otros planetas que no se llaman vida, pero que viven… Me resulta imposible (palabra complicada en mi vocabulario, aunque presente y existente), me resulta imposible que pueda sentir algo que no siento.
También para ello tienen sus contestaciones: «Es que no te lo permites». ¡Ostras! ya me podía pasar con el chocolate, los vicios insanos y las deudas, pero es de estúpidas no hacerlo con sentimientos. Supongo que para permitirme las ideas nuevas las tengo que pensar, razonar, revisar, interiorizar y vuelve otra vez el filtro racional que no me deja fluir… Ya un poco desesperados me indican: «No te cuestiones tanto las cosas». No se dan cuenta que dejo de ser yo si hago eso. Estoy segura que el secreto debe ser ése, dejar de ser yo para encontrarme. O el error está en mí o en el graciosillo que me pegó la inocentada de convertirme en incrédula.
Aún así, rescato lo más poderoso que tengo para perderme con el fin de encontrarme, rescato lo que más me conecta con el mundo, con la energía y me saca de mí: meter los pies descalzos en el agua. Ya sea en el mar, lagos, ríos o recreando esos escenarios con un baño casero, pisar el agua con los pies desnudos me transporta a otros límites que no juzgan, no relacionan, no miden, no se preguntan. Es el lugar de respuestas sin sentido, de soluciones sin problemas, de existencia sin pensamiento. Es un lugar único donde puedo estar o no, pero sí todo lo demás. Donde no sé ni mi nombre, ni me importa. No está ordenado, pero no es preciso. No estuve antes, pero vuelvo siempre. Es diferente pero parece el mismo, o siendo el mismo nunca es igual. Es ese lugar contradictorio donde encuentro coherencia.
Desde ese lugar sí siento y lo que cabe ahí, me lo llevo a mi certera y racional vida, pero si no aparece… no aparece. Y ya no le doy más vueltas, si no creo en algunas cosas, no creo y no pasa nada. Me queda tiempo para cambiar. Sin embargo noto que lentamente he ido incorporando mis propios hilos al extenso tejido: ahora convivo con fantasmas.
No son seres extraños, niños descuidados, maridos ultrajados, amantes insatisfechos o antiguos moradores vengativos. No son como en las pelis de Amenábar. Son mis fantasmas. Son esas personas que ya no están. Son los que pudiendo estar, no lo hacen. Son los que debí dejar marchar pero se quedaron en mí.
Es mi querida abuela de la que aprendí a contar historias. Es ese ejemplar tío que me descubrió la posibilidad de que una persona puede desarrollar múltiples talentos. Es esa amiga que imitaba porque la idolatraba y tuve que dejar de verla para no hacerme daño yo. Es esa tata que me cuidó un chichón y cuando alguien le cura a mis hijos en mi ausencia se me presenta para tranquilizarme. Es ese novio juvenil que me regaló su cadenita de nacimiento y que me toca guardarla para el resto de mi vida como portadora de un privilegiado honor. Soy yo en ese momento en que te besé… Es esa maestra de parvulario que tras mi aparente torpeza me vio esperando a ser rescatada con palabras de paciencia. También es ese duro profesor que sabe qué tiene que preguntarme cuando me bloqueo en mi vida de adulta delante de un montón de personas que esperan que yo lo resuelva. Es ese ya no recordado abuelo que me cuentan que me llevaba en brazos cuando casi no podía y todo para darme el trato de mimo que el menor de los nietos se merecía. Soy otra yo en ese otro momento en que te volví a besar… Es esa prima que sabe hacer cosquillas cuando tienes ganas de mucho llorar y juntos, la risa y el llanto, se vuelven únicos. Es ese amigo que me grababa la música que sabía que me gustaba y hablaba de su corazón sin que ninguno lo expresáramos porque no sabíamos manejarlo. Es esa íntima que me dio un portazo y todavía me dejé una oportunidad en su rellano por si un día me la abre y yo quiero entrar. Es el sabio de mi abuelo que abruma con su personalidad y no me deja ir por la calle con su apellido y sin honor. Es un anónimo que me caló de un solo vistazo y esquivo en días grises y al que busco en cuanto sale el sol.
Ya no los ignoro, los escondo o los condeno al olvido. Hace tiempo que me complace sentirme sola con mis fantasmas. Me entretiene saberme acompañada de parte de su ser, de su esencia, de lo que dejaron en mí, de lo que a día de hoy invento con ellos, o de lo nuevo que añado cuando los comparto con otros. Supongo que a eso lo llaman la eternidad. Aunque tampoco creo en ella… Así que mientras pienso, siento, creo o me voy, aquí estoy… conviviendo con mis fantasmas.