No sé muchas veces por qué me meto donde no lo tengo claro… Juro, voto, prometo, me comprometo y más fórmulas inservibles que hasta la próxima ocasión que se me plantee, no pienso dar un consejo sobre temas amatorios. Yo intentaba amablemente apaciguar a un corazón solitario que ansiaba encontrar algo, según él, que mereciera la pena.
Se ve que por un instante pensó que yo era una experta en esa materia en estupideces humanas, que conste que las practico, pero de teoría ando parca. Aún así, en ese tema escabroso caigo una y otra vez, no puedo evitarlo… Me dijo que le resultaba difícil encontrar a alguien, sobre todo enamorarse y a veces que ha llegado hasta ahí, mantener la relación. Sé que está manido, pero no por ello aprehendido, así que le repetí lo que ya de sobra sabemos:
—Primero te tienes que querer a ti mismo.
—No, si yo me quiero muchísimo, estoy más que «sobao» de mí mismo. ¿No podría poner la mano encima de otra?
Cuando empieza así…
—Se rumorea por ahí que sólo cuando eres capaz de amarte de verdad, de aceptarte, de permitirte, de sentir, es cuando estás preparado para abrirte y ser capaz de apreciar a los demás, de amar, vaya.
—Eso lo dicen los psicólogos ¿verdad? —me pregunta torciendo el gesto.
—Eso dicen sí.
—Pues a algunos le va como el c… o sea, como a mí.
Ahí se terminó ese ratito estupendo de cháchara. Si fueran tan listos y aplicados ellos, serían los mayores enamoradizos, los mejores amantes, los compañeros más comprensivos, los exitosos ligones y demás superhéroes de amor de la galaxia, y me da que no… ¿Cómo es posible que tengamos tan claro de qué se compone nuestro cerebro y no cómo se usa?
Entonces vino a mis manos un artículo que hablaba de las fases para que el amor durara un largo plazo, como las buenas lavadoras o algo así. Y me dije, estupendo, analicemos bien cuál es la primera y segunda fase, ahí estará la clave para ese corazón solitario.
La primera fase me sorprendió bastante: que exista atracción. Era de perogrullo ¿no? Pero se ve que no. Sigues leyendo y con mucha palabreja técnica venía a decir que si una persona no despierta fuerte y pronto esas ganas irresistibles de ***, habrá cariñito, intereses de ecommerce, hipotecas que pagar, costumbres que arrastrar, calores que sofocar o alguien con quien pasear, pero que eso no es el fumé del caldo de cultivo para lo que se llama amor. Debe de ser la fase importante, ésta de a ver dónde pones el ojo. Tan importante es seguir tu instinto, como no comerte todo lo que se te presente, porque luego sigue la cosa y si de primeras escoges mal…
Bueno, venga, avanzando que es gerundio, suponemos que todas las luces de la feria se han encendido y tanto noria como pulpo esperan ansiosos conectarse y pasamos a la siguiente fase: la del enamoramiento o fase romántica. Lo curioso del tema es que de abajo se pasa a arriba en contra de la gravedad y ahora es el cerebro el que se pone los guantes, la mascarilla, la bata y las gafas transparentes protectoras para mezclar a gusto sustancias psicotrópicas. El tío disfruta que da gusto, y tan atareado anda que se buscó al único ayudante que se prestó a ello. Muy solícito él, aunque le estropea las fórmulas a cascoporro. Tan mal genio le pilla al cerebro que le desgasta el nombre de «estúpido».
—Cupido, leches, que los estás dejando ciegos.
—Pero… pero… ¡Cupido, fíjate un poco, hombre! Ahora otro inútil para concentrarse ¿no ves que tiene que examinarse dentro de un mes?
—Bueno, deja a ésta que así adelgace para el vaquero nuevo que se ha empeñado en estrenar, pero no te pases con los bichos. ¡Para, para, Cupido! te dije mariposas, no termitas. La vas a matar de hambre.
Me intrigaba cuál era ese click que hace que cuando al Profesor Chiflado se le acaban las mezclitas dos personas sigan insistiendo en hacerse mutuamente la vida imposible. Pero no encontré más truco que comprometerse, respetarse, cuidarse, conformarse (ups, qué lapsus, se me coló éste), ilusionarse, cultivarse, quererse… Bueno, aunque no venga ni de lejos resuelto el enigma, no me preocupa en exceso, para ese corazón solitario le tiene que bastar incluso con las dos primeras, me convencí decidida.
Así que contenta marché a contárselo. Ya no tenía que preocuparse de mirar dentro de sí mismo, analizar sus carencias, deseos y motivaciones, ni tratar de entender lo maravilloso que es llegar a conocer a otro ser, ni admirar virtudes por encima de defectos, ni tejer día a día, ni agradecer lo recibido, ni dejarse llevar por su intuición, nada de planear bajo la luz de la luna, inútil buscar intereses y puntos en común, ni tan siquiera dar generosamente. Nada de eso.
—¡Ya lo tengo, ya lo tengo! —fui entusiasmada a darle soluciones. —Lo primero es que te entre por los ojos. Lo segundo es que ni siquiera parpadees y sigas mirando y mirando. Y ya si eso, no mires para otro lado. Si sigues los pasos, la cosa avanza. Si te saltas alguna fase, llegas al final, pero tienes razón, no merece la pena.
Ante su cara de incomprensión y por si no me había explicado bien, procedí a hacerle otro resumen: dura, locura y atadura.