Cómo debatir y no discutir

A ver, un poco de refresco de temas y conceptos no viene nunca mal. Y más si se trata de comunicación en redes. ¿Por cuál prefieres que empiece? Venga, pues empezaré por lo que más problemas está planteando hoy día entre personas que tienen, incluso, una estrecha relación: el WhatsApp.

Lo más puede lo menos ¿verdad? Pues una vez interiorizadas unas mínimas pautas, se podrá extrapolar al resto, léase comentarios de publicaciones de Facebook y luego hilos de Twitter… Ejem, espera, que Twitter tiene para otro post aparte…

Voy a partir de unas premisas en comunicación y no me voy a ir a la teoría de Paul Watzlawick, no; me voy a ir a mi teoría. Que conste que esto me sirve a mí. Lo he comprobado y a día de hoy, 5 de Octubre de 2020, me vale. Si quieres, tómalo, ponlo en práctica, y luego me cuentas.

Primera premisa: no existe la inocencia.

Todo mensaje encierra siempre una intención para que el que lo recibe actúe de una determinada manera. Tomo mensaje escrito, hablado e incluso el silencio contiene un mandato, una llamada a la acción. Desconfia de quien dice que lo escribió sin más, que no pensaba en nada en concreto, que simplemente quería decir literalmente lo que las palabras indican y un sinfín de mentiras conscientes e inconscientes. Y es que es ahí donde suele radicar el quid de la cuestión: si no sabe por qué o para qué dice las cosas, es un ignorante, un ciego, un evitador, un aprovechado, un retorcido, un simplón, pero no un inocente. Cualquiera con un mínimo de intelecto reconocería qué le pasa por la cabeza en el momento en que escribe esas palabras, pero… Es más fácil negarlas, no verlas, rechazarlas, no esforzarse o pasárselas al otro como fantasmas que acechan en las sombras. Tranquilos, que la impulsividad o reacción automática se puede posponer y especializarse en la acción meditada y la respuesta inteligente, emocionalmente hablando.

Primera pauta: responsabilízate de tus intenciones.

  1. Parada. Antes de escribir o contestar tómate tu tiempo para reflexionar. No importa lo que te lleve, esto es un entrenamiento y poco a poco lo harás con más rapidez. Aprovecha que se trata de un medio que ha pasado de la inmediatez más absoluta y sin posibilidad de esconderte, a la demora y con opción de privacidad. (Quítate la información de recibido y leído por un plazo, hasta que te la refanfinfle).
  2. Deseo. Pregúntate con honestidad ¿Qué quiero que haga? ¿qué le estoy implícitamente pidiendo? ¿qué quiero que ocurra? ¿qué me gustaría que pasara? ¿qué quiero conseguir? ¿qué deseo que haga mi interlocutor?
  3. Asunción. Una vez clarificado tu mundo interno, salimos afuera. ¿Qué voy a provocar? ¿qué consecuencias puede conllevar? Y como en verdad no controlamos nada de lo que pueda pasar desde ahí, hay que hacerse la gran pregunta: pase lo que pase ¿puedo vivir con ello?

Y aquí voy a hacer una parada, pues si tienes trabajada tu autoestima, tu ego y tu asertividad, actuarás desde tus principios y valores en coherencia, sin dependencias ni apegos, sin precisar ni la aprobación, simpatía o reconocimiento de los demás, con amor hacia ti y hacia tu entorno. Pues el verdadero amor propio cuida su jardín, no se pierde en una planta, ni se confunde con la hierba, cuida su jardín y en este jardín están las personas con las que se relaciona y sus diferentes grados de afectos. Cuando uno vive desde la madurez, desde la consciencia y sujeta las riendas de su vida, uno sí puede relacionarse con los demás con inocencia, porque en última instancia, será su propio juez y no precisará que le den la razón y no sentirá que nadie se la quita, puesto que la razón es su razón y solo a él le pertenece.

Segunda premisa: no somos lo que pensamos.

Ya… esta cuesta mucho, porque desde la era cartesiana tendemos a asociarnos con nuestros pensamientos. No somos lo que pensamos, puesto que podemos cambiar éstos y seguimos siendo. De hecho, te supongo cambiante en tus ideas desde tu infancia, pubertad, adolescencia, juventud, madurez, otoño e invierno. No pensamos como ayer, evolucionamos, involucionamos, nos aferramos, nos abrimos y un sinfín de combinaciones que nos hacen mudar constantemente nuestros pensamientos. Y sin embargo, seguimos siendo. Así que, no solo lo recomiendo, sino que lo constato: no te tomes muy en serio, ni a los demás tampoco; pues nuestra mente crea pensamientos que plasmamos en opiniones que no son más que eso, opiniones, juicios y explicaciones que nos damos acerca del mundo que nos rodea. Cuando alguien expresa una idea, es una idea, no es su persona. Cuando opina, es su opinión, no es su persona. Cuando defiende o se identifica con una idea, es solo eso, una idea, no su persona. No es, está diciendo.

Segunda pauta: separa a la persona de sus palabras, ideas o creencias.

  1. Cuestiona, juzga, critica, exalta, echa por tierra, abandera… ¡la idea! Haz referencia al mensaje, a los argumentos, a sus palabras. No a su persona. No personalices. No digas «eres», no le califiques, no le pongas un adjetivo. No hables en segunda persona del singular. Solo conseguirás que se ponga a la defensiva porque se ha sentido atacado en su persona. No has rebatido la idea, has cuestionado su ser y, querido amigo, si entras ahí, es que tu argumento es tan pobre, que solo se sustenta en el ataque, no en el debate. Acabas de entrar en discusión.
  2. Muéstrate conforme en lo que puedas aceptar y en lo que no, te corresponde a ti aguantarte, soportarte en tu magnífico y exclusivo bando. Monta un club de amigos de tus ideas, pero deja de colonizar el cerebro del otro. ¿No ves que no? Insistir para que el otro cambie hacia lo que a ti te viene bien, es una falta de respeto hacia la otra persona. ¿Te gustaría que alguien examinara y dictaminara lo que es acertado o no de tu criterio? Eres un adulto, no creo que busques papás que te digan qué pensar. Si decides cambiar de idea, es cosa tuya. Cuando quieras y como quieras. Y eso lo decides solo tú. Pues muy bien, la otra persona, también.
  3. Parte de un sí. Coorganizo un grupo de Tertulia donde mi compañero sugirió un lema para suscitar debate y no discusión. Cuando uno termine de hablar, el siguiente que hable que no esté de acuerdo empieza diciendo: Sí, y además. Elimina el «no», ese simple gesto legitima y reconoce al otro su derecho a pensar y expresarse. Desde ahí, se construye y aporta. Gracias, Alejandro, por esta gran lección.

Venga, va, voy a hacer otra paradita técnica. Si a pesar de que una persona no es lo que piensa, porque puede cambiar su pensamiento y seguir siendo esa persona, ¿puedes vivir con ello? O mejor reformulada: ¿puedes vivir con personas que tienen ideas diferentes a las tuyas? a) Sí. Deja de leer, ya está, ya lo has entendido, ya lo has pillado, sal al mundo WhatsApp y demás redes y disfruta. b) No. Móntate un club de amigos de tus ideas y deja a los demás en paz. Si no te caen bien, ¿qué haces que los persigues para clavar tu bandera de razón en su tierra de criterio propio? No estás preparado para ellos, no te desgastes. Te estás creando cortisol venenoso para tu organismo. El resto del mundo que no piensa como tú, tampoco te necesita, déjalooo. La Tierra sigue girando sin tu opinión. (Bueno, para los terraplanistas: la Tierra no se cae para abajo sin tu opinión).

Tercera premisa: para un YO no existe el otro

Todos vemos el mundo a través de nuestros sentidos y filtrado por nuestras creencias, experiencias, sensaciones. Lo que cada uno vemos de fuera, no es lo de afuera; es lo que proyectamos, es lo que nos espeja, es lo que está en nosotros o en nuestra sombra y no nos permitimos iluminar. Lo que no vemos, no existe para nosotros. El mapa (la subjetividad) no es el territorio (la objetividad o «realidad», si es que ésta existe). Nuestra percepción no es la única, la válida, la correcta, la certera y la verdad, y ello aunque coincidamos con muchos otros que así, desde su más profunda subjetividad, también lo vean y afirmen como nosotros.

Cuando mantenemos conversaciones con los demás, en verdad son conversaciones con nosotros mismos y los demás son los vehículos para que nuestro diálogo interno se manifieste. Todo el universo es filtrado por nuestra particular y única subjetividad. Así yo soy, así me proyecto al mundo y así lo percibo. Nada que venga de fuera nos es ajeno, porque sino, no podríamos contemplarlo. Luego, el mundo que percibimos, es nuestro mundo. Si hablamos de perros, aunque estemos atentos a la conversación del otro, solo captaremos lo que comprendamos, lo que rechacemos, lo que admiremos, acerca de nuestra idea de perros, y nada más.

Tercera pauta: no te tomes nada como algo personal

Si ya sabes que el otro solo habla de sí mismo, aunque le haya puesto tu nombre y haya depositado sus evacuaciones encima de vuestra progenitora imaginaria de profesión meretriz, no iba la cosa contigo. Si en ese instante en vez de Jaime, pelo ralo, 1’70, cuarenteño y levantador de pesas, hubiera mandado el mensaje a Rosita, pelazo, metro y medio, veinteañera, patinadora del Carrefour, hubiera modificado el nombre, pero su madre coincidiría con la tuya en el vestíbulo del garito igualmente.

Visto así, de verdad ¿a qué amargarse con nadie? Debatir ideas está genial, es sano, te enriquece. Discutir personalmente, desgasta, es insano y te merma para hacer cosas más productivas, como encontrar tu paz interior y tu satisfacción personal, por ejemplo. Pierdes relaciones porque no existe el encuentro. El WhatsApp es una herramienta para conectarte con alguien o con un grupo, no para sembrar desencuentros. Deja la descalificación, el insulto, el ataque, la burla, las lecciones de moral, el juicio, el señalamiento, la comparación. Utiliza las redes para compartir ideas, contrastar opiniones, escuchar diversos pareceres y cambiar o mantener EL TUYO, no el de los demás, y verás qué maravilloso mundo te encuentras. Partiendo de ti y aceptándote, porque en ello se encierra la aceptación (que va más allá de la tolerancia egótica) del otro.

Y si no puedes, monta tu propio club de amigos de tus ideas, cierra la puerta por dentro y tira la llave y el móvil por la ventana.

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