Nos pasamos la vida escondiéndonos, apagando luces, sofocando fuegos…
El otro día un hombre estupendo, comportándose estupendamente se lo escondía a la persona elegida para entregar su amor. Sí, le escondía todo el bien que hacía por otra persona por no molestarla. Sí, no vaya a ser que esa persona elegida por él supiera que es estupendo siempre, y que así resulta y parece a otras personas.
No es más absurdo porque no se puede…
Seguramente la persona que le ama lo hace precisamente porque es estupendo. Y tanto lo es que no está escondido bajo tres mil gruesas capas de basura. Es algo que resalta y que debería llevar a gala que esa estupenda persona la haya elegido a ella.
Pero no, es mejor que nos escondamos…
Un otro día de un otro año, un hombre muy agradable, derrochando su gracia entre sus congéneres consiguió su justa condena por ello. Llegaron a oídos de su elegida para compartir su amor, que era agradable y para que no le molestaran esos comentarios él debería pasar más desapercibido.
Parece insensato, pues lo es…
Estará encantadísima de ir con un hombre a su altura: anulado, desconfiado, inseguro y temeroso. No se fijó en él por eso, no, que va, pero no se trata ahora de fijarse; ahora se trata de convertirlo para que dure… lo que ella quiera que dure.
Y eso hacemos, apagar nuestra luz para no cegar…
En este instante, un hombre que era fogoso, ardiente y apasionado, ya no lo es. Ya no se muestra así. Su elegida quiso ver en su actitud una provocación constante, un anormal comportamiento sexual hacia ella. Querer estar, tocar y contactar con ella… ¡Qué inconveniente tan grande ahora que no le viene bien!
No hay más salida, apagar el fuego…
Porque ya no se trata de buscar otras formas, de alinear deseos, de hablar de insatisfacciones. El calor quema cuando uno solo decide. Si tiene frío, enciende la estufa, se sirve hasta tres bandejas. Mas cuando ya está con las baterías cargadas, entonces se alía con el hielo y monta una empresa cuyo objeto social sea no producir cambios de temperatura y censurar el verano.
No queremos darnos cuenta que pasamos demasiado tiempo escondidos en la penumbra oscura y fría. Es un lugar común, recurrente y atestado de almas. Todos sabemos que allí no habita el amor. El amor siempre inunda con su presencia, ilumina verdades y enciende las chispas que contagian. Pero la inercia nos lleva.
Y así pasamos la vida, apagando luces creyendo que así, no pagamos factura.