Existe un paseo de la mano donde te cuento que me río cada vez que me miras con esos ojos. Lo sé, ya no habrá abrazo largo que sepa a poco, ni piel con ese puntito de sal.
Ahora que te he perdido…
Llueve a mares en aquella parte del jardín que tanto me gusta, inunda el suelo que he de cruzar. Mañana estará seco y saldrán flores.
No es que hable sola, es que estoy muy acompañada.
Ahora que te he perdido…
Me contemplo delante del espejo con los dos vestidos: el blanco de la ilusión y el negro de la despedida. Antes no podía hacerlo, como si existiera un mal fario. Mas ya no te me repites.
Todavía el que mejor me queda es el de mi desnudez desparramada por ahí, encima de la rectangular soledad, al lado de la redonda añoranza, dentro de la inmensa quietud.
Ahora que te he perdido…
El otoño levanta con ligero impulso la sequedad de lo que fue brote. Ensucia el camino que he de pasar. Amortigua el golpe que he de recibir. Renueva el paso que he de seguir.
Murió estar contigo, llorar con dulzura, sonreír sin causa. Rebusco en los cajones de la curiosidad. Levanto la tapa de la esperanza.
Ahora que te he perdido…
Esa yo para ti desaparece en la estación de un tren, como el auxilio no prestado, la llamada ignorada o el mensaje no contestado. Aunque tengo más versiones de mí.
Sentada, me llevo la cuchara a la boca. Pasmosamente me peino el cabello mojado. Me viene la idea de frenar si el semáforo está en ámbar. Y siento el picor del rasguño de ayer.
Ahora… ahora que te he perdido, te guardo por los rincones.