Es complicado entender que cuando algo desagradable nos pasa, se supera con la gratitud. Claro que está tan mal explicado, porque además de vulcanólogos y epidemiológos, nos hemos convertido en superólogos de barra de bar, que vomitamos la información sin haberla procesado. Así leemos que «gracias a mi accidente me di la oportunidad de dar un giro a mi vida, que no me gustaba» y entonces repetimos 3 veces con las manos juntas en posición de loto: Gracias, gracias, gracias, accidente mío.
Para llegar a la gratitud hay que pasar muchas fases, y sobre todo, hacer un gran ejercicio previo de desarrollo personal. ¿Y qué es el desarrollo personal? Pues abrirte a las fases de desarrollo de tu ego que van desde una inmadurez biológica y necesaria, hasta una madurez que transciende tu individualidad. Venimos funcionando desde la infancia en un programa mental inconsciente que nos bombardea constantemente con mantras de que estamos solos y separados del resto, de que no podemos, no valemos, no somos suficiente y no nos merecemos las dichas de la vida porque somos culpables de algo.
Lo primero de todo es porque dejamos de confiar en la vida e interpretamos calamidades y desgracias como hechos casuales que nada tiene que ver con nosotros. Y ciertamente, si fuera así, esto es aterrador, digno de un Jurassic Temático de mal gusto y cutre. No somos tan divos como para suponer que el mundo se confabula para girar a nuestro favor o a nuestra contra, ni tan insensatos como para despreciar el tesoro de la vida que se nos da entre nuestras manos como privilegiados de excepción. Todo lo que está dentro se proyecta afuera y si vivimos determinados sucesos es por bien de nuestra evolución. Que igual es que la palmemos, pero nuestra muerte es insignificante en la inmensidad, si bien trascendente para esa inmensidad.
Sé que con esta última frase me he metido en un jardín, pero si no sentamos bien las premisas, estaremos hablando diferentes idiomas sin entendernos. No se trata de tener razón, teorizar o filosofar, pero hemos de partir de que si uno cree que todo es circunstancial, externo y casual y que solo nos queda esquivar los golpes y comer los dulces, este post no es para ti y no nos vamos a desgastar en argumentaciones de algo que cada uno sabe. Ejemplo, si alguien me cuestiona que amo a mis hijos, no me molesto ni en debatirlo. Es algo que yo sé, que vivo, experimento, pienso y tiene un reflejo externo de conducta. Pues así tal cual es como yo tengo certeza de lo que voy a contar a continuación. Ni lo he leído, ni es algo que tengo que creer; es algo que sé y lo comparto.
Nos encontramos a diario con situaciones que nos provocan gusto y disgusto. Se nos cae el café encima, nos disgusta. Nos sonríen al entrar en el ascensor, nos gusta. Se nos borra un archivo importante, nos disgusta. Nos hacen un descuento en la comida, nos gusta. Y así todo el rato. Entonces, en función de lo que sentimos a través de las emociones: alegría, molestia, asco, satisfacción, frustración, bienestar, ansiedad, pena, placer, etc. hacemos una cruz a lo desagradable y sin reflexionar para qué estoy viviendo esto o qué puedo aprender de ello, las evitamos o nos desresponsabilizamos. Pues la culpa la tiene el otro, pues la gente es impaciente, pues este es un idiota, pues mi pareja no debería decirme esto, pues el gobierno me arruina, «pues el profe me suspende, pues yo he aprobado»…
Nadie nace enseñado, así que nadie nace líder, el líder se hace. Y lo primero que hemos de aprender a liderar es a nosotros mismos. Difícilmente podré liderar al Barça si no tengo pajolera idea de fútbol, desconozco quiénes son sus miembros ni qué significa Barça. En eso estamos todos de acuerdo. Y sin embargo, cuando nos preguntan por quiénes somos, no lo que queremos aparentar ser, y con qué podemos contribuir al mundo, bajo qué valores y paradigmas, cuáles son nuestros recursos, con quiénes podemos contar para según qué cosas y si identificamos nuestros limitadores de potencial y ante esto ponemos cara de sorpresa o nos abruma, no deberíamos concluir que somos líderes de nuestra vida. Si no somos líderes, no podemos hacernos responsables de nosotros mismos y entonces… balones fuera.
Las circunstancias vuelven a plantearse como algo externos a nosotros y solo toca reír o llorar a voluntad del aire. Así ni gratitud ni aprendizaje, nos entra una impotencia infinita que nos va desempoderando poco a poco hasta ser tanta, que la vida se nos convierte en una carga.
Si a alguien se le ocurre venir a decirnos que de alguna manera, normalmente inconsciente, estamos involucrados en el resultado de nuestra vida, hay quien da saltos de alegría por la oportunidad de aprender y tomar el reto de vivir, hay quien se clava profundo el puñal de la culpa y resignación y hay quien sale con la recortada para señalar a todo aquél que se atreva a insinuar esta gran verdad: como es fuera, es adentro.
Solo cuando podemos ver las cosas con serenidad y confiamos en la grandiosidad de la vida, más allá de nuestras cortas miras y de nuestro puntual dolor, podemos sentir la dicha de tomar consciencia de para qué vivimos esa experiencia y lo que nos aportó. Nuestro último fin aquí no es más que ser felices por nosotros mismos sirviendo a los demás.
Yo me di cuenta, a mis no más de once años, tras una experiencia bastante traumática, que las palabras que mi padre me decía andando por la calle a las pocas horas de aquello, encerraba mi mayor propósito de vida. «Laura, piensa que algún día podrás contarlo a los tuyos como una historia más». Y es tan cierto…
Más allá del caso concreto agradezco esa experiencia de intimidación por robo con estrangulamiento y casi resultado de muerte, por todo lo que me aportó. Me aportó vergüenza, miedo, dolor, desconfianza, rabia, impotencia, culpa, incomprensión, pérdida de inocencia, reclusión emocional y un sinfín de síntomas asociados autogestionados por el paso del tiempo. Pero también me aportó compasión hacia el verdugo, fortaleza y valentía, comprensión de mis padres, contacto con lo inexplicable, asunción de muerte, explicación de ser todos uno, esperanza en el mañana, relatividad de las cosas, aprecio de los pequeños gestos diarios, humildad y democracia en las desgracias, resiliencia, respeto por los procesos de cada uno…
¿Cómo no agradecer a mi mayor fuente de crecimiento? Si bien supongo que durante mucho tiempo me lastró en algunos aspectos, en otros me iba forjando la mujer que soy. No agradezco la mano apretando con fuerza, ni el sabor de la sangre en mi garganta, ni mis gritos impotentes, tampoco la cara de mis padres cuando abrí la puerta de casa y ni mucho menos el pavor silenciado que me acompañó durante muchos años. Pero sí tuve destellos de gratitud tras las palabras de mi padre. Pese a mi corta edad, intuía que aquello me traería provecho. Y así fue. Agradezco el aprendizaje e impacto que esa experiencia tuvo en mi vida. Aunque no pueda compartir qué me llevó a vivirla, pero sí lo que extraje de ella. Realmente ese es el significado de decir gracias por esta experiencia.
Es muy complicado generalizar en como se toma la vida cada uno, ya que somos únicos e irrepetibles.
Pero sí que más o menos tenemos actitudes parecidas o tremendamente opuestas ante el mismo acontecimiento.
No creo en la culpa, creo en el error y sus consecuencias, reconocerlo, asumirlo y saber su precio.
No creo que nadie sea responsable de mis actos, más que yo misma, tanto por acción o por omisión.
Creo que siempre decidimos, aunque no nos demos cuenta, estamos decidiendo no decidir.
Y el aprendizaje es el que dejamos que se cuele en nuestro cerebro y podamos ser coherentes con él, para sacar partido o simplemente frustración.
En definitiva, no somos dueños de lo que nos ocurre, pero sí de cómo lo procesamos, lo malo es que hay quien no sabe o no quiere.
Genial artículo, Laura.
Gracias por tu comentario y tu tiempo para aclarar tus ideas y plasmarlas. Me siento muy afortunada de tenerte como lectora, yo también reflexiono con tus aportaciones. Me ha intrigado que digas que no crees en la culpa, pero sí en el error. A mí sentirme errónea o torpe para cometer supuestos errores, me lleva ineludiblemente a la culpa. Y no se trata tanto de aceptar que somos dueños o no de nuestra vida, sino de aceptar que puede ser, de manera que la mente siempre se mantengan crítica y dispuesta al aprendizaje y no a la rigidez de creer que lo que pensamos es lo cierto. Un abrazo.
32h3ip