Es una palabra muy agraciada y más o menos desde el Siglo XVIII comenzó a usarse, no solo para indicar o medir resultados de producción de una fábrica, sino que se les ocurrió trasladarlo al ser humano. Hoy día hasta tal punto, que se toma la productividad como una cualidad deseable en una persona y sobre todo, de un trabajador o de un profesional.
Hay inmensidad de libros. Como no bastaban los términos, se inventaron hiperproductividad, megaproductividad, superproductividad, ultraproductividad y antiproductividad… Señores, no gasten tiempo ni dinero en métodos, sistemas, talleres y charlas acerca de este tema. Les voy a dar un dato revolucionario: la productividad no es una cualidad del ser humano. Lo será para una panificadora, un motor o un molino de viento, pero no para el ser humano.
Ya nos hemos cargado cosas de la naturaleza como plantas y animales. Los huevos de hoy ya no tienen la consistencia de los huevos de antes y los tomates dejaron de oler y saber a tomate hace ya dos décadas por lo menos. Pero como somos así de primates, seguimos empeñados en clasificar a los humanos como productivos o improductivos. No tenemos bastante con los experimentos que hemos llevado a cabo en estos últimos siglos, que necesitamos seguir apretando más.
Cuando uno acude al concepto de productividad y se topa con su definición: «La capacidad de producir más (extraer resultados cuantitativos o cualitativos mayores) con el mismo consumo de recursos», me pregunto siempre en qué tipos de recursos se fijan. Está el tiempo, claro. No hablo de dinero porque hablamos de productividad humana. Y la materia. Y aquí se me pone mal cuerpo… ¿Acaso hablan de nuestra materia humana como recurso? ¿Materia gris? ¿Carne? ¿Energía e ímpetu? ¿Alma?
Aquí se halla la primera pista. Cuando las personas ponemos foco en una idea y empleamos la acción, se produce la creación de algo. El caso es que esa creación no siempre es material y aún siéndolo, debajo subyace un intangible. Es decir, hay veces que puede verse: un baile en el Metropolitan. Pero qué baile… Olerse: una camiseta sudada tras un partido de tenis. Ganado en un Roland Garrós. Escucharse: un debate acalorado acerca de los presupuestos de una mal avenida comunidad de propietarios. Tocarse: una chaqueta de terciopelo denso y suave. Y además una combinación de colores única. Saborearse: la tortilla de patatas del bar de la esquina que te transporta al hogar materno. Pero ¿qué hacemos con el buen rollo que alguien nos transmite solo por cruzarnos en el ascensor? ¿Y qué pasa con todo lo que te hace reflexionar unas líneas escritas por culturas ya inexistentes como los griegos? ¿Acaso el tiempo invertido por tus padres en tu crianza con paciencia y mucha dedicación es improductivo? Ejem… me voy a callar porque conociendo a algunos, estoy casi por cambiar mi argumentación.
Si nos ponemos a repasar la historia, los mayores logros del ser humano no se miden en términos de productividad. ¡Será posible, Edison, has tardado un cojón de mamut en que ese palito se pusiera incandescente! Por no hablar del carbono empleado. ¡Casi te gana Swan, cacho inútil! No sé, me da a mí que la mayoría deberíamos aspirar a ver más allá de nuestra gran miopía y entender que pertenecemos a una categoría diferente a una Thermomix.
Venga, me voy a dejar mi lado místico y ahora me pongo mi sombrero de negrero de fábrica, cual dinámica de De Bono. Tengo un trabajador que en dos horas y cuarenta minutos me corta el cuero para un par de zapatos, mientras que la media emplea unas tres horas y veinte minutos. Además, la suerte de esta empresa es que la última administrativa que entró, cumple las tareas diarias treinta y cinco minutos antes del cierre de la jornada. Debería de premiar a estos dos trabajadores que con menos recursos (tiempo, luz, etc.) logran obtener el mismo resultado. Pero… ¡No! Quiero más, quiero mejores resultados. Así que en vez de premiarles, voy a exigirles que mejoren su producción, a costa, obviamente, de que en el mismo tiempo que los demás, me adelanten más trabajo ¡más madera!
¿Nadie se ha dado cuenta de que acabo de castigar al supuesto trabajador productivo? Igual esa persona es capaz de concentrarse en mayor profundidad, o sus movimientos son más rápidos y ágiles. Todo mérito encierra su demérito y es que seguramente emplee mayor gasto de su energía y ello le pase factura si no tiene tiempos de relajación y descanso. Igual que los atletas corredores. El que tiene una potencia asombrosa y cabalga en los 100 metros lisos, seguramente no metería la misma marcha ni tuviera necesidad de alimentar tal envergadura muscular si tuviera que correr una maratón, donde siempre llegan los más escuchimizados y larguiruchos, pero fibrosos y persistentes.
Dejemos ya de medirnos como si fuéramos máquinas, cuando encima nadie se lee los libros de instrucciones de los humanos en general, porque escuchar el particular de cada uno, lo damos como tarea perdida… ¿Acaso no hemos aprendido que presionar a las personas para que den más de sí acaba por estropear y matar a la máquina?
Hay quien dirá que si no, no harían su trabajo. Si no encuentras a gente que quiera hacerlo o que aún queriéndolo, no en esas condiciones, quizá es que ese trabajo tal y como está pensado es erróneo. Si para algunos puestos cuesta tanto encontrar personal y los que trabajan no lo hacen a gusto ni se sienten compensados, es que no vamos por buen camino. Si tu negocio o empresa no es capaz de sostenerse si no es a golpe de látigo o a costa de la salud o bienestar de otro, ese negocio o empresa no debería tener cabida en el mercado de esa manera.
Somos capaces de mejorar capas de aleación para que un juguetito imaginado supere el campo gravitatorio y no se nos ocurre como configurar trabajos para que las personas las realicen con mayor satisfacción. Pues no. En vez de eso, inventamos máquinas para fichar, jefes para abroncar y excel con numeritos para exigir.
En base a estas rudimentarias herramientas que sirven para panificadoras, motores o molinos de viento, pretendemos colgar a las personas en la percha de la productividad o de la improductividad. El mejor y más continuado trabajo que pueden dar las personas son las que se miden desde su pasión, implicación, sentido de contribución o agradecimiento.
Si no te gusta lo que haces y cuanto más lo haces, más lo detestas, porque no estás todavía en el proceso de consciencia que te permita amar lo que haces, ese trabajo no es para ti. ¡Es que tengo que comer! Mientras pensemos que no tenemos opciones y estemos en modo supervivencia, sé que es difícil tomar decisiones a medio o largo plazo. Ahí es donde justamente tendríamos que forzar la máquina, no para ser más productivos, sino para adoptar otra actitud que nos haga aceptar lo que hacemos, descifrar el aprendizaje, aprender a querer lo que haces en todo momento, detectar la carencia que nos arrastra a eso o, en todo caso, buscar lo que deseamos.
Un buen reclutador en lo que tendría que fijarse es en los candidatos que aman lo que hacen, que sienten que con su trabajo contribuyen a algo más grande para sí y para la sociedad y tratar luego de mantener esas condiciones que ambas partes asumieron en el compromiso contractual laboral. Que a veces simplemente basta con tratar con humanidad a las personas. No hay mayor fórmula de anticipo de éxito de productividad o como se quiera llamar, que trabajar desde la pasión y con pasión y acompañar y poner los medios para que así pueda darse. Si les falta conocimiento, lo aprenderán, si les falta experiencia, lo practicarán, pero si les falta amor por esa tarea, ningún programa podrá suplirlo y hacerlo por ellos.
Cuando algunos consultores hemos intentado cambiar estas creencias acerca de la productividad, algunos nos han tachado de ilusos. Todavía no he visto a ninguno de esos realistas mejorar en términos globales este gran sistema llamado comunidad o sociedad, ni siquiera en términos de productividad, pues a medio y largo plazo sus resultados de insatisfacción, bajas, enfermedades, conflictos, reputación de marca y rotación, saltan a la luz. Así que quizá, va siendo hora de pensar otras soluciones y ponernos a la acción, que eso sí son cualidades del ser humano.