Cuando no amamos ¿a quién en verdad no lo hacemos?
Deja ya de controlar, de sentir que dominas la situación. No manejas ni tu ser. Es una gran quimera. Ser fuerte, serena, centrada, segura… ¡Ja! mil temores esconde esa estúpida intención. ¿Frente a quién necesitas mantener tu control? ¿Para qué? ¿No te crees libre?
Amar es ceder una parte de ti. Es ponerte y poner al otro en el mismo lugar, en la misma sintonía. Para amar hay que entregarte, hay que dejar que algo de ti ya no dependa estrictamente de ti, se lo ofreces al otro. Y eso da un miedo terrible.
Todavía seguimos pensando que lo de afuera está separado de nosotros, que no tiene nada que ver con nosotros. De hecho, nos imaginamos con temor que no seremos capaces de recuperarnos, de decir a tiempo no, de confiar, de sanar y de morir con honor. Estoy resguardándome, nos decimos cuando no somos recíprocos en nuestras relaciones. Aprendemos a adiestrar egoísmos con una elegancia infinita.
El mundo está plagado de acojonados. No pasa nada, pero aceptémoslo, somos unos críos que ante el dolor de que nos digan que no… ya hemos salido corriendo antes. O nos buscamos pruebas imposibles que el otro no superará jamás y que por supuesto, nosotros ni nos plantearíamos poder cumplir. O nos portamos muy malamente para que no tengan más remedio que abandonarnos y reforzar así nuestros argumentos lastimeros. O permitimos que nos colonicen hasta que sobrepasamos nuestro aceptado servilismo y lo convertimos en justo rencor.
Tenemos un gran repertorio de eufemismos en el arte amatorio, todo para no decir que estamos aterrados y que no podemos amar y nos salen los mil impedimentos para no ser plenos seres. Inventamos que por hijos, dinero, trabajos, familia, distancia, parejas inercia, tiempo, estatus social, oportunidades, carreras, pasiones artísticas, sacrificios, enfermedades, etecé.
Pero todo esto no habla más que de la falta de amor propio. Amor hacia uno mismo. Hacia permitirse, hacia creer que merecemos, que por el simple hecho de ser, somos dignos de ser amados. Y primero por nosotros mismos. El camino viene de lejos, viene del amor recibido por quienes nos crearon. Así lo aprendemos, para con nosotros y luego para con los demás, que no son más que una extensión de nosotros mismos.
El amor, así como su falta, es una relación a tres. Uno se ama en la misma medida que ama a los demás y en la misma medida que los demás le aman. Esto es así y punto. Le puedes dar las vueltas que precises, que llegarás al mismo lugar: Así tú te tratas, tratas a los demás y serás tratado.
Si tu círculo está roto por alguna parte, comienza por ti, y lo demás vendrá solo. Pero ojo, no se vale creer que uno se quiere mucho y sin embargo ir por ahí queriendo tener la razón, pidiendo aplausos por tus logros, haciéndose el enfermito, arreglando la vida de los demás, expiando pecados de cara a la pared, salvando almas descarriadas, excusando tropelías recibidas, exigiéndote la elevación a la tercera potencia o negando que te afecta la ofensa, la humillación, la traición o el beso no dado.
Y es que el mayor miedo es doler lo que somos y por eso no nos amamos bien. Y por eso no amamos. Cuando no puedes perdonar, ni tener compasión por alguien… en verdad ¿a quién no amas?