Nunca me han gustado los pequeños grupos donde para pertenecer tienes que ser, llevar, tener, mostrar… Me acuerdo cuando de niña me tragaba todas las pelis clásicas que veían mis padres porque teníamos un solo aparato reproductor, llamado televisión. (Lo digo por las nuevas generaciones que estas cosas parecen impensables).
Pues bien, en esas películas inglesas en blanco y negro de mitad del siglo pasado, era frecuente ver escenas de hombres que charlaban en lugares reservados para hombres. También era frecuente la escena donde una dama intentaba entrar y en ocasiones lo lograba clandestinamente, para expresarle al cobarde caballero que allí se refugiaba, cosas que se habían quedado en el tintero.
Este tipo de lugares cayó en desuso tras la construcción de una sociedad occidental donde ambos sexos conviven con naturalidad. Y sin embargo, parece que no… O nos empañamos en que no sea así. O seguimos pretendiendo marcar distancias. O torpemente marcamos el rumbo y la mirada hacia la orilla pero nadamos marcha atrás…
Si yo me acuerdo de niña y joven cómo me repateaba que a las mujeres se les restringiera el acceso expresa o sibilinamente a sitios, puestos o eventos; así como de adulta he ignorado esas puertas y vallas para presentarme y estar donde yo quería posicionarme sin pedir permisos masculinos ¿cómo voy a estar de acuerdo en replicar esa conducta hacia el otro sexo?
Siento que perdería toda mi legitimidad, toda mi coherencia, mis valores y principios, si yo devolviera con la misma moneda, aquel acto que tanto reprobaba.
No me gustan las restricciones porque uno tenga un color de piel, una edad, un sexo, una cultura, una vestimenta… El asociacionismo puede resultar útil e interesante cuando es para unir a quienes comparten gustos e intereses comunes, escasos, separados o esparcidos. Pero nunca para restar, excluir o impedir la participación.
Si yo no puedo entrar a un sitio por ser rubia, llevar falda, o por no ponerme tatuajes, por comer carne, o por exceder de los 25 años, no lo consideraría un sitio ético y respetuoso y mucho menos digno de contribuir a la mejora de la sociedad, por muy justificado que esté que las rubias contaminamos acústicamente más que las demás porque tienen que explicarnos las cosas dos veces.
Me niego a que pretendan defender mi discriminación discriminando. Si no estoy de acuerdo con algo, en mi estilo está fomentar la unión y la integración. Así que, gracias mil, pero mujeres que queréis mi bien, haced por el vuestro, porque os aseguro que ese que ensalzáis no es el mío.
No quiero vivir apartada, aupada, sobredimensionada, tutelada, protegida, escoltada… No lo necesito, me creo plena y llena de valor. Suficiente, grande, adulta, competente y libre. Igual soy una temeraria, una ciega o sorda, pero estoy bien y hago e intento influir en mi entorno más cercano de esta loca manera de expresar lo que pienso y siento, de no pedir autorización a nadie, de buscar apoyos y ayudas para perseguir mis sueños y de ofrecer mi voz, mis brazos y mis piernas a quien, ya sea hombre o mujer, así lo precise y yo así decida darlo.
Antes de entregarnos a causas externas y ajenas, mirémonos dentro desde dónde hacemos esa entrega. Desde el amor que nos damos a nosotras mismas, desde la grandeza que nos reconocemos, desde la competencia que nos intuimos, desde la valía que nos asignamos… Porque si es desde el revanchismo, desde la necesidad de reconocimiento público y no propio, desde la carencia, desde el victimismo, desde la flagelación, la ira, la desconfianza… Desde ahí nada constructivo se puede entregar.
Ya está bien de guetos, grupitos, gremios y circulitos… Supongo que será la sombra de esta sociedad que cuanto más amplia y global camina, con más microparcelas se tropieza. De ahí estos auges de localismos, nacionalismos, hembrismos y todos los «ismos» o «islas» que ahora contemplamos.
Se abren puertas y se crean espacios sin tabiques, y al lado aparecen redes sociales paralelas para solo mujeres. Conferencias para solo mujeres. Asociaciones no legalizadas, porque las leyes españolas no lo permiten, solo para mujeres. Manifestaciones y huelgas para solo mujeres… Me resultan tan terriblemente parecido a los harenes… ¿No se dan cuenta de que esto de los apartijos ya los hemos sufrido demasiados siglos? ¿Necesitamos más?
Pues yo digo, ya está bien. No quiero estar monopolizando colores, valores superiores, quejas y reclamaciones de la humanidad pendientes, ni colgarme pesados collares de víctima y sacrosanta. Hagamos presente.
A mi alrededor contemplo a hermosos seres, dolientes y felices. Bellos y terribles. Unos con numerosas canas en las sienes. Otros con imberbe semblante. Y también a preciosas criaturas de anchas miras, redondeados miembros y pelos ralos. Tenemos un mundo plural, diverso y fascinante. Un mundo aún pendiente de barajarse.
Quizás el ideal de la igualdad ya ha caducado. En tal caso ha durado poco.
Quizá no es que haya caducado, es que por todavía inalcanzable, ya han ideado otro ideal.