Y no la ve…

Ahí estaba ella, radiante, bajo un sol que aumentaba esa sensación. Tenía todos los colores exactos para dibujar alegrías, las formas adecuadas para adaptarse al juego y los sonidos que armonizan con la paz.

No solo estaba de frente, estaba mirándole en esa dirección. Sonreía hacia él, sus brazos tenían la postura de incitar a ir.

No es que fuera la única, ni la mejor, era la que estaba delante de sus pasos, en medio justo de su camino y tenía los colores… Ella tenía todos los colores.

Y él alzó la vista y… le dolían los pies. Abajo sus zapatos oscuros se fundían con el asfalto. Y caminaba mirando al suelo. Era difícil que contemplara su gama y variedad.

Ella permanecía bajo esa lluvia de posibilidades. Era preciosa, no solo por ella, era preciosa porque ese era justo el momento en el que se embellecen las cosas, el aquí y el ahora.

Y él alzó la vista y… ¡ay! su dolor no le dejaba. Le pareció distinguir destellos, chispas… Pero el dolor de sus pies le impedía prestar atención.

Y ella con su risa intensificó aún más los colores. Su primavera brotaba y fundía cualquier hielo. Su rojo se rompía y los blancos, traviesos, se exponían joviales al viento.

¡Y ella lo comprobó! él alzó la vista, él iba a ir hacia ella y… le dolían tanto los pies…

A ella no le faltaba ni el verde de la ensalada, ni el granate de un beso apretado, ni el amarillo muero de ilusión; tenía todos los colores. Cualquiera podía apreciarlo, a simple vista, o escarbando en los secretos.

Y él… a él le hubieran encantado sus colores. Pero no podía verla, cada dos por tres su mirada bajaba. Le dolía tanto…

Y en un ir y venir y en un deambular y no ver, los colores pasaron de largo. Ella sigue siendo preciosa, aunque él no la ve.

Aquí lo puedes escuchar

2 comments

  1. Ese es el problema, mirar sin ver, incluso cuando sientes que tu atención deriva a otro punto que no eres tú. Entrañable, como siempre. Gracias.

  2. Laura Segovia

    Gracias, gracias por mirar y gracias por ver.

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