Víctima de mi propia trampa

Me fascina cómo nosotros mismos vamos regando la tierra bajo nuestros pies y al tiempo que crecemos, nos metemos en charcos muy grandes. Como quien no quiere la cosa, me gusta lanzar mensajes y provocar a mi «comunidad de face» para que me regalen sus reflexiones. Sí, he dicho bien, que me regalen, pues me parece un privilegio que alguien invierta su tiempo e interés en contestar las preguntas que lanzo, en que me recomienden libros o me den diferentes puntos de vista a los míos. A veces atino y se cumple mi objetivo: hacer pensar a alguien un ratito en algo diferente en lo que tenía ocupado el día, o sea, sacarle de su contexto.

Pero mira por dónde, en la mayoría de esos mensajes, post o conversaciones me enredo yo misma. Laura, no sé cómo lo haces, pero al final nos tienes ahí en tu muro desnudándonos, me comenta un amigo. Entonces me paro y releo algunos de ellos… Es verdad, las personas necesitamos expresar lo que llevamos dentro y yo me reconozco que soy una más, no sólo una voyeur de los comentarios, sino que termino el striptease con mis contertulios. Corre por ahí el chiste fácil de que dejes de lavar tu vida en Facebook y lo hagas… ¿dónde? ¿en tu casa? ¿en la casa de un amigo? ¿en un bar? ¿en un confesionario? ¿en la consulta del psicoanalista? Pues verás, ni todo el mundo tiene quien le escuche, ni todo tiene que quedar en la estricta intimidad. Eso dependerá de lo que decida el que lanza el mensaje, qué mensaje, cuándo y dónde, y si no es de tu agrado, no lo leas o no respondas.

Considero que una herramienta (hay muchas más) que te permita conectar con otros y exponer así de una manera un tanto impersonal tus pensamientos, no sólo no es buena, sino que es necesaria. Antes se llamaban tertulias, foros, clubs, encuentros, ágoras, ateneos, cafés… Se ha perdido todo eso, no tenemos tiempo para debatir e intercambiar con personas más o menos afines en un mismo sitio a una misma hora, tan sólo para vestir uniformados la ropa de moda y lavar esas prendas en casa. ¡Venga ya! Cuánto daño ha hecho eso en algunas familias cuyos «secretos inconfesables» pasaban de generación en generación como estigmas. O en aquellas mentes inquietas encerradas en ciudades pequeñas donde no encontraban alma para conversar. O en entornos reducidos donde te etiquetaban o marginaban. O tan sólo amigos dispersados por toda la geografía o profesionales frikies distanciados. ¿Disponemos ahora de otras posibilidades? ¿Por qué no utilizarlas? No condenemos el palo, sino el uso que se hace de él. Como canta el gran Fito, «nunca es la mano, es el puñal».

Quizá esté defendiendo la libertad de expresión, la libertad de cotilleo, la libertad de respuesta, de exhibición o de crítica; o quizá la oportunidad de los que están solos, de los que necesitan escucharse a sí mismos, de los que gustan de sentar cátedra, de los inocentes de mentes retorcidas o de personas que disfrutan conversando, pero en cualquier caso, me parece fantástico. Declaro y prometo que nadie me obliga a leer si fulano o mengano ha corrido 12 Km, si llovía en la puerta de su casa en el otro extremo de la Península o si le ha salido una oportunidad laboral o un pastel de queso para chuparse los dedos. Esto como el «Hola», si lo hago y lo sé, es porque me he detenido a verlo.

Y dicho esto, te invito a que pases por mi muro o blog por si te interesa, porque a mí, sí me interesas.