Viajes de sólo ida

Jamás regresé siendo la misma. Y no por lo que vi, experimenté o aprendí, eso también me pasa sin tener que moverme de casa. Jamás regresé de un viaje siendo la misma porque viajar consiste en ir, dejar mi punto por un tiempo para acudir a otro. Supone un gran ejercicio de empatía hacia ese lugar, hacia esa sociedad… hacia la humanidad en general.

Así entendí siempre un buen viaje, ponerme por un tiempo en el lugar de otros. ¡Bah! ver museos, comer otros alimentos, vestir ciertas ropas… sin el ejercicio de ponerme en el lugar de esos otros a los que acudo, ningún viaje me es fructífero. Igual que leer supone vivir otras vidas, viajar supone vivir de otras maneras.

Mi voracidad no me permite más que un último fin: enriquecerme. Podría buscar relajarme, y lo hago; podría buscar dejarme llevar, e improviso; podría buscar deleitarme, y lo consigo con la vista, el olfato, el tacto, el oído, el gusto… Podría buscar aprender, y a veces conscientemente proceso lo adquirido. Podría, podría… y lo hago, pero en última instancia mi último fin es tragar lo más posible de allá a donde voy. Mientras me relajo, me deleito, aprendo y me sorprendo me empapo de lo que a mi alrededor encuentro.

Entonces las cosas más distantes se me empiezan a acercar para llegar a entender el por qué de una diferente organización, reparto de recursos, decisión de ornamentación, etc. No resulta del todo un ejercicio aséptico porque nuestros sentidos y la interpretación de lo que percibimos nos condiciona, pero sí ensancha nuestras estrechas entendederas.

Casi siempre vuelvo enamorada de los lugares que visito y quizá por eso los viajes me resultan efímeros, superficiales y grandiosos. No siempre soy viajera, reconozco que ir de turista me tienta en muchas ocasiones. Cuando ello me acontece, los sabores raros me disgustan, las estancias carecen de comodidades, los monumentos me decepcionan, las colas son largas y tediosas, las personas parecen más groseras y la vuelta se hace atractiva y necesaria.

Mas cuando me meto en el papel de viajera… la curiosidad, el grato encuentro, la observación atemporal, la no comparación analítica, el provecho en otros contextos, el enriquecimiento en tolerancia, la relatividad conseguida, no cesa. Ponga lo que ponga en la balanza, en un viaje me compensa.

¿Qué me ha enriquecido este último viaje? Me ha tocado desde dentro como hacía tiempo que un viaje no me tocaba. Ni siquiera he sido capaz de escribir, ni de anotar en mi libreta, ni de memorizar frases, ni de recordar alguna sentencia o desarrollar historietas. Me ha desbordado la belleza, las emociones, la agresividad, la paciencia, la indiferencia, la amabilidad, la educación, el egoísmo, la desmesura, una cálida sonrisa y un hiriente codazo. Volvería una y mil veces a ese destino donde arranca la tendencia de lo que seremos en breve en esta diminuta parte del mundo donde hoy me encuentro, Alicante.

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Me hubiera encantado realizar lo que tenía en mente antes de marcharme de viaje, algo así como un diario de mis impresiones, pero cada día me vuelvo menos rígida con mis autoimposiciones. De nada sirve que ponga en marcha una acción de la que no esté plenamente convencida. No quiero achacar sólo al cansancio, a la banalidad o a la indulgencia el no ser capaz de poner una palabra detrás de otra para ordenar mi mente. Tan sólo he hecho un paréntesis, unas auténticas vacaciones, un viaje, un camino, un destino diferente. Me he dejado llevar y al fin he sido atrapada.

Sí, he vuelto, más llena, más enriquecida, más vacía y más o menos yo. Pero me fui de ida a ese viaje y ahora no soy la misma.

Las grandes urbes me dejan con la sensación de que precisamos apiñarnos para minimizar nuestra soledad y es precisamente donde más solos e insignificantes nos encontramos. No existe término medio que ande a caballo entre gran urbe y pueblo. Tan sólo el vaivén, el zigzag de escoger en un momento vivir de una manera o de otra lo que aporta el justo equilibrio. Por eso adoro viajar, ya sea en la Asturias profunda o en la trepidante city neoyorquina, me permite vivir de otra manera sin tener que mudarme de hogar.

Leo para vivir, viajo para transformarme, para ir con billete de no retorno. Sí, he vuelto, pero no volveré a ser la misma.

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