Tus trenzas

Bocadillo en mano, refresco y pipas. Iba directo a tu lado cuando Santi me pegó un codazo para que no me saliera de la cola. La educación y la vergüenza me retuvo. Pero tú me miraste y te reíste al aire. Tu amiga, la idiota, atisbó por encima de sus hombros sin detectar la causa. Te devolví la risa y esperé paciente que llegara mi turno para forzar nuestro encuentro.

Sentía la arena fría mezclada con pinocha caída colándose por los lados de mis chanclas. De la brisa suave que se había levantado con la caída de la tarde, mi pelo recién lavado se había secado en tiempo récord dejándolo pegado con la gomina en perfecto estado. Era esa tarde o nunca.

Me repasaba mentalmente lo que iba a decirte al estar a tu lado cuando mi amigo Santi se puso a llamar a Nacho a grito pelado para que se uniera a nosotros. ¡Qué bochorno! No sabía donde meterme. Otra vez me mirabas, pera esta vez la idiota de tu amiga sí me distinguió. No fallaba la chiquita ésa, era verme y ponerme cara de oler mierda. Algo te dijo la bellaca, pero tú miraste al suelo sin dejar de sonreír, volviste a cruzar tus ojos conmigo y de nuevo el suelo y el cartel de la peli fueron tus objetivos.

Todavía un amigo más se nos unió justo antes de alcanzar la taquilla. La señora de atrás protestaba sin dirigirse a nosotros directamente. Había sitios de sobra para ver la peli, si bien era cierto que tenías que añadir diez chasquidos más de pipas por cada fila que tuvieras delante.

Ya casi estaba, tú retrasabas el paso para no tener que elegir asiento todavía; yo apretaba al grupo para hablar contigo por fin. Después de esa tarde en el banco del parque con tus amigas y mi pandilla no había vuelto a coincidir contigo. Llevaba días ensayando lo que iba a decirte. Mi discurso estaba muy preparado. Había escogido las palabras clave, la entonación perfecta y el espejo me evaluó con un ocho mi sonrisita de duro y mi caidita de ojos.

A escasos dos metros de ti nos paramos y tú hablabas con un padre o un vecino. Aproveché para recrearme en tu cuerpo y tus trenzas. Tenías aire de niña crecida, de mujer incompleta, de misterio por descubrir. ¿A qué sabrían tus besos? Yo ya había besado antes a tres chicas. Era el más espabilado del grupo y mis amigos me preguntaban qué hacía con la lengua y con la respiración. No sé cómo supe, pero algo instintivo me guiaba. Aún así estaba nervioso por si contigo no me salía y quedaba como un pardillo.

Te diste la vuelta y tus trenzas te siguieron el movimiento. Estaban despeinadas con gracia y cuidado. El volante de tu falda quedaba justo a la altura de mis palpitaciones y la camiseta marcaba un minúsculo sujetador. Prenda que ese año conocí de primera mano por las chicas de mi clase. Al fin delante…

—Hola ¿qué haces?

Eso fue todo lo que pude articular pese a mi estudiado discurso. No debió de ser tan malo cuando accediste a sentarte a mi lado y sin mediar muchas palabras hicimos un pacto con las manos para sellar nuestro amor. Nos duró un año.

Ahora, donde estaba el cine de verano han levantado un residencial con una heladería en un bajo. Décadas después, tus desaparecidas trenzas se han girado para ver quien entraba por la puerta. Te acompañan dos niñas rubias con tintes de ti y caras de otro. Ya eres toda una mujer, más rellena, más morena y menos tímida. Me sonríes a la cara y me vuelve el olor a pipas…

Se me ocurre un montón de cosas que contarte. Que me gradué en lo que quería, pero que trabajo en el negocio de mi primo, ése que te caía tan mal, pero que resultó un crack. Que me enteré de la muerte de tu madre muchos meses después y que le di el pésame a tu hermano y te dejé un recado. Que mi hijo se llama como el niño del cuento que me escribiste a los pies de mi cama una tarde que tuve gripe y viniste a hacerme compañía. Que gracias a ti me rodeé siempre de buenas mujeres por no desmerecerte. Que miles de veces volví con mi recuerdo a ese cine de verano.

Y así, pensando por dónde empezar, te tocas el pelo en ese sitio donde lo atabas con gracia y viendo que el tiempo se me acaba, al fin te digo lo primero que se me viene a la mente:

—Hola ¿qué haces?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *