Triángulo amoroso

Parece que más que en un mundo dual, bien/mal, blanco/negro, yo/otros, noche/día, etc., establecemos relaciones triangulares: bien-regular-mal, blanco-colores-negro, yo-yo con otros-otros… Es precisamente en ese debate del yo unido o separado del resto, donde estamos un poco perdidos.

Estaba dando una clase acerca del dar y recibir y expuse un esquema que a mí me parecía obvio.

Pero me di cuenta que no solo no lo era, sino que yo también he llegado a ello tras muchas vueltas, idas y venidas y que sin acallar a nuestro querido ego, no podremos entender.

Y digo acallar a nuestro ego porque este intentará por todos los medios hacernos creer que solo nosotros tenemos razón, que somos víctimas de las personas y circunstancias, que somos todo lo que pensamos conscientemente y que solo reforzando nuestras creencias limitantes acerca de la injusticia, crueldad, esfuerzo y sufrimiento de la vida conseguiremos sobrevivir.

¿Cómo va a ser posible sino que yo entienda que solo aquello que me doy y doy a los demás es lo que voy a recibir? ¿Pues no ves que no? Yo respeto muchísimo a los demás, pero hay gente que no lo hace conmigo. Está tan claro…

Y sin embargo, no es posible. Para recibir he de abrir las manos para acogerlo. Si alguien viene con su ofensa y yo no soy ofensivo conmigo ni lo practico con los demás, sencillamente no lo tomo. El otro viene, es cierto, viene con su ofensa para dártela, pero tú no la recibes. No la acoges, no la tomas, la ofensa se queda en sus manos, no en ti. Podrá tirarla al suelo, sacarla una y mil veces. Tú la ves, la escuchas, pero no la tomas ni la percibes como tal. No te la quedas, no te hiere, no te traspasa, no la coges y ni mucho menos para volvérsela a lanzar, porque entonces la segunda premisa (ofendo a los demás) se estaría cumpliendo.

Al final, no son las cosas, las conductas o las personas, es cómo nosotros respondemos ante esas cosas. En última instancia será nuestra interpretación de las cosas y nuestra actitud lo que determinará que decidamos ofendernos o no. Claro que el ánimo del otro está ahí. Pero en mí está el darle el poder de afectarme o no.

Es más, ante ese regalo que pretenden darnos podemos resonar ante su intención, ante su persona, ante su relación con nosotros, ante su incitación… Dependerá de nuestra herida, de nuestras experiencias o incluso expectativas recibir un pedazo o la totalidad de lo que nos ofrecen en esa interacción.

Si bien aparece sin dudas que si yo me amo, amo a los demás, nos cuesta entender que consecuentemente recibamos amor. Solemos apreciar los enemigos fuera, cuando en verdad es porque la primera premisa (me amo) suele estar, en el mejor de los casos, «tocada». Y entonces, lo que sigue después no es más que fiel reflejo de nuestro interior.

Voy a poner un ejemplo que tuve que aprender casi enseguida de salir al mundo laboral. Me movía en sectores muy masculinizados. En aquellos tiempos no tan lejanos y en esta misma galaxia, si eras mujer, joven, atractiva y no lo escondías, iba con el cargo que tuvieras que incomodarte cuando te ningunearan.

Con esto no quiero decir que los demás no lo intentasen. Tan solo que yo no me he sentido así. Porque así lo decidí. Mi mundo emocional me pertenece. No me ofende ni me falta el respeto a quien yo no le concedo ese poder. Si yo me respeto y me considero digna y merecedora del cargo o el puesto que desempeño, si alguien se atrevía a mandarme a por cafés, con no ir… No me daba por aludida.

Es que enseguida pillé el juego, y ni diciéndome piropos o mandándome callar en plena negociación me hacían sentir de menos. Se retrataban ellos, eran sus miedos y complejos, eso no iba conmigo. Jamás en el trabajo he consentido que nadie me haga sentir de menos. Tampoco ponerme de más, hubiera sido lo mismo, responder a ello. Y curiosamente, he recibido muy pocos mensajes de este tipo. Cuando no estoy en modo víctima, no hay verdugo que se me acerque. Pero no porque no los haya, es porque se vuelven invisibles, mudos e inválidos.

En otros aspectos de mi vida… Pues como todos, hay batallitas vencidas y otras trifulcas que se convirtieron en grandes obstáculos a salvar. Tan solo cuando hemos sanado o nos hemos perdonado algo, dejamos de doler a cada bocado que todo ficticio perro nos quiere dar.

Si estamos recibiendo algo no deseado de los demás, la mirada no es hacia el otro, ha de ser hacia nosotros mismos. ¿Qué hay en mí que sustenta esa situación? ¿En qué medida o en qué otro aspecto de mi vida me hago o yo hago a los demás esto que estoy recibiendo?

Como todo triángulo, a base de recorrerlo, termina limando los vértices y se vuelven círculos. Yo no me cuido, me cuesta cuidar de otros, siento que los de mi alrededor me descuidan. Estoy enfadado conmigo, me altero enseguida con los demás, y a cada paso me encuentro envuelto en peleas y discusiones. Me autoengaño de las cosas, tiendo a ocultar a los demás mis sentimientos, los demás me traicionan incluso sin disimulo.

Si yo me amo, me respeto, me pongo límites, me cuido, me permito lo bueno, contemplo a mis semejantes, como su palabra indica, un símil de mi yo; entonces respetaré sus límites, les permitiré sus sueños, les cuidaré para que sigan siendo ellos. No necesitaré colonizarlos, invadirlos, coaccionarlos… Estoy bien en mí, no necesito arrebatarle su bien a otro.

Y también, en esos límites con amor hacia mí que me he puesto, observaré que no penetran las ofensas, las crueldades, los maltratos que los demás quisieran infringirme. No lo harán. No dejaré la puerta abierta a que pisoteen mi dignidad, mermen mi bondad, alteren mi paz. No podrán tomar aquello que yo estoy protegiendo en mí con amor.

Y si no crees la verdad de este triángulo, no pasa nada, tan solo experiméntalo.

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