¿Cuántas veces habremos escuchado cuando estábamos perdidos, tristes, temerosos o angustiados de alguien cercano: si me necesitas, me llamas? ¿Y cuántas veces en verdad lo hicimos?
Y yo que me creí que cuando se lo decía a mi hermana, mi pareja, mis hijos, mi amiga, mi cliente… estaba acertada… Pensaba que bastaba con indicar que silbaran… Ahora sé que mi ofrecimiento servía tanto como poner mercromina bajo la ducha.
La puñetera vida me dio una lección que no olvidaré. Me regaló una amiga. No, me regaló dos. Bueno… tres… Un amigo más… y otro… Perdí la cuenta. Y además doble afortunada porque en vez de darme la lección en negativo, me lo enseñó con enorme amor hacia mí.
Necesité a alguien. Mucho. A rabiar. Necesitaba ayuda. Urgente. Y no lo sabía… No supe cuánto necesitaba la ayuda de alguien hasta que me vi ayudada. Nada de intromisión, fue una ayuda en toda regla.
Un día casi me ahogo en mí. No vi ni siquiera el fondo, era caída libre. Y Marieta sacaba cubos y cubos de agua dentro de mí. Paciente, sin prisas, sin incomodidad. Con precisión de cirujana y sin perderse en sus proyecciones ni propias miserias me sujetó con tal fuerza, que por fin me caí. Pero de pie. Había suelo. Era nuevo y distinto, pero había suelo. Y ella no esperó a que yo silbara. Lo pilló al vuelo…
Otro día, que andaba sin avanzar, vino Morenita. Yo no habría llamado, jamás hubiera hecho un plan. Ni se me pasaba por la mente en ese momento que yo me mereciera sonreír y alegrar mi alma. Te vienes, me dijo. Su mano intuía mi respuesta. Con honda sabiduría de a quien también le duelen las penas sin mostrarlas, tiró de mí para arrancarme de las negras sombras para airearme a luz brillante que habita en mí. Y ella no esperó a que yo silbara. Se sintió la herida y me miró…
Llegó una semana negra. Y a quien yo le daba palabras de algarabía y piruetas de baile, me preguntaba por el discurso oculto. El Ingeniero se sentó a esperar a que yo me decidiera a sentarme también. Y así, poco a poco, me daba titulares de mis circunloquios. Y él no esperó a que yo silbara. Caló la llamada sorda de mis ojos.
Y cuando me atenazaba la perfecta máscara de que todo está bien y no me permito volver a caer, Bego me empujó con suavidad hacia sitio llamado guarida. Abrió sus brazos y de debajo se sacaba una carcajada, un capricho culinario, una acertada canción, una resiliente conversación, una mirada de complicidad, un cachete a mi ego, un su tiempo dedicado para mí. Y ella no esperó a que yo silbara, le bastó verme mover los labios sin atinar y acudió.
Me sorprendí un día un poquito ciega para conmigo. Supongo que son bienvenidos recursos que nos protegen de las grandes debacles para que podamos abordarlas poco a poco. Ahí estaba La China con esos sabios ojillos y su enorme generosidad para darme todo lo que ella tiene dentro y fuera. Es experta en llenar mis manos cuando se me quedan vacías. Y ella tampoco esperó a que yo silbara. Sacó su manual, buscó mi nombre y siguió las instrucciones de qué hacer conmigo.
Todas estas ayudas me van arrimando al montoncito de la dicha y a la montaña del ejemplo. ¡Cómo me gustaría saber hacer eso!
Aunque no pienso mortificarme por enviar un mensaje escrito para dar un pésame y no encontrarme los arrojos necesarios para llamar o acudir en persona y aguantarme el llanto. Tampoco voy a machacarme porque me vence el «no molestar» frente al «yo haría esto» o mi desvalorización de «qué le podré aportar yo»… Y ya desterré la idea de culparme por no estar atenta, hábil, despierta, dispuesta y capaz para el otro.
Me comprendo y me entiendo. Comprendo y entiendo a los demás. No es que valgan más unos amigos que otros. Al menos no por eso. Tan solo escogemos las compañías en función de nuestras necesidades. Ya sean necesidades de auxilio, de diversión, de alimento anímico, de cariños, de compañía, de sujeción, de mover muebles o de crecimiento personal.
Que alguien no sepa o no quiera cubrirlas en ese momento no es para despreciar como persona. Tan solo no lo hace. No puede. No sabe. O nosotros no le dejamos, no le indicamos, no le pedimos, no silbamos…
(PD: Todos los demás amigos no homenajeados es que ya eran amigos y siguen siendo y me siguen demostrando, ignorando, ayudando, mandándome al cuerno y… Y ellos lo saben.)