No vamos a hablar de Shakespeare y su gran obra, vamos a ver si me ayudas a despejar una cuestión que se me planteó en un curso y de la que nos enzarzamos en una jugosa discusión que lamentablemente tuvimos que poner fin por exigencias del programa: ¿Lo que hacemos nos determina como personas?
Andaba yo soltando mis perlas en clase con la autoridad que da ser la única levantada en la sala, tener a todos mirando de frente, callados y convencidos de que si pagan, han de escuchar, pero como no me gusta dar las cosas por sentado, ni siquiera lo que yo digo, lancé el anzuelo y enseguida alguien picó: Que cometamos un acto violento no nos convierte en violentos, que un día hagamos un acto egoísta no quiere decir que seamos unos egoístas. Que si tengo desorden en mi mesa, no soy un desordenado. Y así seguí unos cuentos ejemplos, hasta que una mano habló: ¿No se dice (bien, así parece que no sea su opinión la que habla) que lo que hacemos es un reflejo de lo que somos?
Por esa regla de tres (o ecuación simple), yo hago, yo soy. Yo un día ordeno un armario, soy ordenado. Después de 3 años, le doy un abrazo a un amigo, soy cariñoso. Noooo, hace falta más de un día, ¿21 como en el programa de Samantha? Yo un día robo un móvil en un tienda, soy un ladrón. Sí, no hay duda, como el asesino que mata una vez. ¿Nos quedamos entonces sólo con que lo malo determina y lo bueno hay que crear hábito?
Yo doy todos los meses dinero a los necesitados, soy solidario. Yo cuando me enfado mucho, pego un puñetazo en la mesa, soy un agresivo. ¡Ah, pues sí! Vale, entonces si doy dinero que me sobra porque me desgravo impuestos y porque mi entorno así lo hace y espera eso de mí aunque piense que el dinero para el que se lo trabaje, soy un solidario de cojones. Ahora bien, si mi cuñado es un borde de narices y tiene a bien tocármela todos los domingos que comemos en familia humillándome hasta que no puedo más, soy tan agresivo que seguramente estarán esperando a ver cuando cojo el cuchillo del pan y aumento la sección de sucesos en el periódico. No, entonces soy un hipócrita en el primer caso y un inmaduro impotente en el segundo.
¿Así que cuenta la intención con que se hacen las cosas? Sin embargo, nos habían dicho (lenguaje totalmente impersonal) que no vale lo que pensemos o digamos, tan sólo nuestras acciones. Si tenemos que unir a nuestras acciones la intencionalidad o la finalidad con que las hacemos, ¿qué prima en el ejemplo anterior? ¿Somos solidarios y agresivos? ¿o somos hipócritas e inmaduros impotentes? Ya te veo venir, no vale combinar y decir que somos unos solidarios hipócritas y unos agresivos impotentes, que sí que lo somos, pero ahora estamos para decidir: ¿somos lo que hacemos?
Muy bien, vamos a avanzar, siguiente paso: Sufro un revés económico en la vida y me doy cuenta que algunos necesitados no es que no quieran trabajar, es que no saben o no pueden y sigo contribuyendo a una causa que sí me parece digna de apoyo y no porque me lo digan. Debido a los berrinches que me cojo los domingos, decido leerme un par de libros y poner en práctica un truquito que me ayuda con la situación y antes de pegar un puñetazo, opto por levantarme al baño. ¡Ostras, ya no somos los mismos! ¡Ha surgido un nuevo ser! Eso si cambio una cosita, imagínate si me da la locura ésta de hoy día de reinventarme, me podría cambiar hasta el número de la Seguridad Social y todo. Bueno, y si me cambio de profesión y me busco un novio nuevo, entonces ya…
Curioso que si echo la vista atrás, me reconozco en mi niñez, en mi adolescencia, en mi juventud, en mi madurez… ¿Qué pasa entonces? Hemos cambiado desde entonces en todos los aspectos posibles: de físico, de valores, de prioridades, de principios, de creencias, de amistades, de actividades, de gustos, de ilusiones, de habilidades, de escenarios, de prejuicios, de… ¿Hemos dejado de ser? Cuando llegamos a este punto, terminamos el debate en clase y a mí este post se me hace demasiado largo ;·)