Ustedes no me han visto desde ahí, pero he levantado la mano hasta casi dislocarme el hombro. Yo soy…; no, yo era… Uyyyy, voy a empezar.
Cuando tenía cuatro años mis padres me llevaron al psicólogo porque no me despegaba de las faldas de mi madre. Bueno, la terapia se la tragaron ellos por mí, pero al parecer, les dieron las pautas que yo luego he dado a mis hijos sin saber por qué.
Lo de las faldas era literal. Me recuerdo en un banco del parque pegadita a mi madre agarrada a su ropa, mirando el tobogán lleno de niños con anhelo. Y también estar en una fiesta de cumpleaños infantil esperando al lado de la puerta toda la tarde a que me recogieran para irme. Joer, si me vieran esos chiquillos ahora, me intentarían quitar la cara a lo Mision Imposible buscando a la impostora.
Mi carácter es extrovertido. La prueba es que les hablo de mis intimidades, ya sean cool o mierdis, con naturalidad y sin sonrojo. Es más, les confieso que me pone. Ahora bien, para mostrar mi vulnerabilidad presente soy reservada y tan solo a muy íntimos y solo a veces, lo expreso. Todavía me protejo de antiguos fantasmas. De mi pasado ya procesado y digerido, puedo hablar y escribir años enteros. Por eso sé que mi pluma no se secará por falta de contenido.
¿Mi timidez? Pues se fue, no está. Debido a que la timidez no es un rasgo de carácter, sino una inhabilidad social, o un complejo o miedo al juicio ajeno no superado, comprenderán ustedes que a estas alturas de la vida, por mi profesión y por mi experiencia, la timidez, vergüenza torera y apocamiento, se ha esfumado como un presupuesto de menos de 100 € en un IKEA.
Tan solo guardo ese encogimiento para una cosa, para una gran cosa… cuando me gusta alguien. Se ve que toca mis tiernos mimbres internos y me ruborizo, me entran ganas de salir corriendo y me vuelvo estirada, esquiva y callada. Bueno, no cuento más que luego me van a descubrir y ya saben que vivimos en el mundo del no demostrar para que el otro no se entere lo que en verdad quiero que sepa para que algo suceda, pero si lo demuestro, sucede. ¡Necesito urgentemente una clase acelerada del Siglo XVIII estilo Jean Austin para ligar en este el primer cuarto del Siglo XXI!
Esta misma estrategia ocurre cuando hablamos en público. Debemos exponernos hasta el punto de no ser tan evidentes que demos lástima ni tan enigmáticos que no nos descifren. A mí me funcionan varios papeles: la rubia que se vuelve lista. La lista que se hace la graciosa. La seria que se torna cercana. La simpática que vira a la ironía. Ah, sin olvidar la motivada que termina con lágrimas emocionada y la buen rollo que mete puyas de vez en cuando. No sé si me dejo alguna, pero aunque pueda parecer que interpreto personajes, descubrí que todas esas están dentro de mí. Tan solo que la falta de timidez me las deja mostrar y la extroversión está deseando hacerlo.
De hecho, seguro que ustedes conocerán a alguien cercano que no para de hablar de sus cosas, que incluso se emociona contándolas, bastante expresiva en su exposición, pero que jamás se pensaría ir a ningún evento sin compañía o sin conocer a alguien y para ponerse delante de varios con soltura para explicarse habría que drogarle previamente. Pues claro, es un tipo concreto de estilo de comunicación que en el tú a tú es fantástico, cuando ya va conociendo a la persona, pero en el tú a varios, en el caso de que se decida a hacerlo, pasa muy mal trago y baja su rendimiento.
No se preocupen, para todo hay solución y con entreno, reseteo mental de creencias y actitudes, la cosa mejora y mucho. Además en la mayoría de casos, se debe a nuestra querido sistema educativo que te sacaba de niño a la palestra poniéndote a prueba y asociamos aún más hablar en público con examen y juicio ajeno.
Si se trata de timidez en las distancias cortas, sugiero entablar conversaciones con quien te cruces. Yo me lo propongo adrede y le doy bola a la del supermercado, al de la tienda de libros, al que me arregla un pinchazo, a un desconocido en un ascensor, a mi portero, a la madre de un amigo de mis hijos, al repartidor de Amazon… Hay infinidad de situaciones que podemos provocar para aprender a saludar, a sacar temas de conversación o para variar nuestras despedidas.
Y ya, para todos aquellos que quieran superar esos sudores, bloqueos, molestias estomacales, taquicardias, pérdidas de visión, tierra trágame y un largo etcétera de sintomatología, empiecen por sus redes sociales, por unas fotos, un corto vídeo, una reunión de vecinos, un cumpleaños masivo… Si no mueren, se darán cuenta de que todo está en su cabeza y que tan solo consiste en tomar las riendas de esa magnífica persona que es usted y que le está esperando para salir al mundo.