Sé generoso aunque sea por egoísmo

Eso mismo les digo a mis hijos: sed generosos, aunque sea por egoísmo. Si en vez de intentar siempre llevaros lo mejor y disfrutar momentáneamente el aquí y el ahora cuando estéis con gente por cosas tan banales e insignificantes como la mejor pieza de comida, el primer sorbo, el color de una ficha, la falda más bonita, la silla más cercana, el puesto más ancho, el trozo de barandilla con la mejor vista y un sinfín de nimiedades, os daréis cuenta que seréis los más afortunados, los mejor recompensados y los más libres.

Sin duda compartir, ceder, ofrecer y dar primero te hace libre para escoger con quien te quieres relacionar. Si os comportáis con generosidad, las personas a vuestro alrededor se sentirán amadas, respetadas y satisfechas y buscarán vuestra compañía.

Claro que se te pueden pegar por interés, pero recuerda que eres tú quien elige estar con ellos y al menos ya sabes de qué pie cojean…

Compartir con quien amas resulta la tendencia fácil. Es más, diría que es la esencia del amor.  No ama quien no se sepa compartir, quien no se entregue y quien no se deje las baterías a cero para poner en marcha una maquinaria compleja que exige madera y más madera. A mí me sirve para apreciar el grado de afecto que siento por las personas. Cuanto más generosa y entregada soy, más las amo y más profundo el vínculo se forja.

Luego está la generosidad interna, ésa que nada tiene que ver con las cosas o con tus más allegados o queridos… Ésa todavía hay que trabajársela más. Para llegar a ella sí que me obligo, sí que aprecio lo que entrego y tiro de fuerza de voluntad. Hay quien se hace fotos para obtener reconocimiento, se la apunta para cobrarla cuando algo le falte o consigue bulas para venideros favores que no desea prestar, pero aún así, aunque sea por una razón egoísta, escogen la generosidad.

He llegado a observar un tipo de generosidad que viene naturalmente, casi inconsciente y que se reconoce a distancia: la que practica alguien cuando escoge una actividad que le apasiona. Y lo ves en ese médico que atiende pasada su maratoniana jornada con guardias, a un paciente que lo requiere. A ese profe que conversa con un alumno de una duda que se solventa en dos segundos y le dedica veinte minutos. A ese dependiente que te saca mil pares para no llevarte ninguno y los guarda con una sonrisa porque te conoce y sabe que mañana te los volverás a probar para quedarte con el primero que viste hace días.

Ojo, que no se confunda de entregar las cosas gratis, de vivir del aire o la caridad porque ser generoso es regalarlo. No. Se trata de dar ese plus que hace que uno se convierta en un artista, en un referente, en un profesional con huella, en un empresario que deja legado, en un recuerdo inspirador.

Dicen que el altruismo puro no existe, yo también así lo creo. En el fondo precisamos una recompensa aunque sea anímica, propia y privada para movernos a compartir. En el fondo alimentamos nuestro egoísmo. Pero lo veo estupendo, fantástico y constructivo. Ojalá ese egoísmo aflore a cada paso. Ojalá ese egoísmo «sacrifique» su estómago, su vista, su comodidad, su status, su economía, su privilegio y su presente por darse a los demás.

Y luego leo las noticias sobre política, economía, cultura, sanidad, educación y… Y me viene la idea de que muchos han perdido su verdadera pasión, su contribución a esta sociedad. Los veo tan inmaduros, tan egoístamente inmaduros… ¿No podrán encontrar otro beneficio más evolucionado que reventar sus panzas o acumular cosas brillantes como las urracas?

Lo que te hace estar en paz y feliz no se acaba por compartirlo, todo lo contrario. Lo que en verdad alimenta tu alma crece cuanto más lo creas, más lo haces, más lo compartes, más lo das a conocer y más lo usas y así, más feliz y en paz te sientes.

Por eso les digo a mis hijos: que sean generosos, aunque sea por egoísmo.

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