Qué difícil es perdonar

Alguien me dijo una vez que lo más difícil era perdonar. Yo pensé que eran los jeroglíficos, pero no, porque lo cierto es que conozco a muchas personas que dominan este juego de ingenio. Mas perdonar…

Claro, que no hablo del perdón egótico. De ese en que suponemos que hemos de decirle o pensarle a alguien: «Te perdono por el daño que me hiciste». Ejem… esto no es el perdón al que me refiero.

Primero, porque la premisa de partida está ya mal formulada. Nadie nos hace daño. Nadie puede lastimarnos sin nuestro consentimiento. Voy a destripar este truco para que veamos que no hay magia en lo que digo, tan solo falta de vista.

Cuando hablo de nadie y alguien, de los demás y nosotros, hablo de personas adultas, personas no dependientes de la voluntad de otro adulto, de personas libres y dueñas de su cuerpo y mente. No me voy a meter en los grandes berenjenales de los malos tratos o abusos que pueda recibir un niño, ni de esclavos ni torturados. Tan solo voy a hablar de casos cotidianos y al uso donde decimos: «me lastimó de palabra y obra», «me ofendió», «me humilló delante de los demás», «me engañó», «me traicionó desvelando intimidades», «se aprovechó de mí», «me utilizó para sus fines», «me abandonó en el peor momento», «me negó su ayuda cuando yo se la había prestado antes», «me culpó y yo era inocente», «me ignoró cuando le llamé», «me insultó», «me retiró su palabra», «me gritó cuando perdió los nervios», «me…». En resumen, «me hizo daño».

Pues bien, en todos esos casos, cuando dolemos por la acción de alguien es porque hemos depositado nuestro poder emocional sobre los hombros, el corazón, las expectativas, las manos o la mente de otra persona que no somos nosotros. La pérdida de nuestro poder, de nuestro control y de nuestro bienestar emocional es lo que nos duele. Y nos duele porque la hemos trasladado fuera de nosotros y nos hace depender del amor, de la aprobación y del reconocimiento de otra persona que no somos nosotros. Ser la marioneta de alguien es lo que nos duele.

¡Pero si nos lo ha hecho otro! Mira, mira lo que me ha dicho, cómo se ha comportado, en qué posición me ha dejado…

Todo, absolutamente todo lo que acontece a nuestro alrededor, ya sea por la acción del hombre o del cosmos, es neutro. Que sea bueno o malo, provechoso o catastrófico, un problema o un reto, una aventura o un obstáculo, una putada o un aprendizaje, es fruto de nuestra interpretación. Eso sí, nuestra interpretación, a falta de entendederas o consciencia, viene activada de serie. Tranquilos, que si no hemos actualizado, comprado o innovado con el software más avanzado, que nadie se preocupe, que el humanoide viene con un programa por defecto suficiente como para comer, dormir y algunas funciones más para la vida. Sin necesidad de nuestro permiso ni voluntad.

Por así decir, un básico atemporal que nos mantiene en modo supervivencia. Me desagrada, me alejo. Me agrada, me acerco. Con el tiempo a favor, es posible que ampliemos esta escasa gama rudimentaria para madurar el cortoplacismo, la tolerancia a la frustración, cambiar reacción por respuesta, indagar en la causa y no quedarnos en las consecuencias. A esto también se le acuña como control de la impulsividad, aceptación, inteligencia emocional y asunción de responsabilidad. Todo términos muy viejunos, ok boomer, lo sé.

Así que a falta de radar interno, nos salta el dedo que señala fuera hacia cualquier bicho viviente que detecta: el otro. Sí, el que nos ofende, agrede o daña…

Si nos subimos a ese trono de gracia desde donde vemos la pradera de los oprobios ajenos, nos estamos colocando en una posición de superioridad moral. Y desde ahí al juzgar al otro y sentenciarlo a muerte, con condescendencia (denótese cómo ese término viene de descender de las alturas) inclinaremos la mano para pronunciar de las más egóticas expresiones: «Te perdono».

Pues bien, a nada de esto me estaba refiriendo yo con el verdadero perdón.

El perdón nace primero de una reconciliación con nosotros mismos. Referida además a un hecho pasado. Y el pasado, ya se sabe, no existe. Fue, sí. Pero ya no es. Esto ensombrece mucho el presente y parece que lo condiciona. Quedarnos en hechos pasados es tan inútil como salir al parque abrigados y con paraguas en un día veraniego radiante de sol porque en la estación anterior pasamos frío y nos caló la lluvia. Pero bueno, aceptando nuestra torpeza obsesiva y nuestra gran obra maestra llamada memoria, aún tenemos alguna posibilidad de vestirnos adecuadamente.

Nos perdonamos por ser quien fuimos, por sentir lo que sentimos, por carecer de los recursos o la confianza que nos llevó a someternos a otros. El perdón nace de la aceptación de uno mismo. Y desde ahí, y solo desde nosotros podremos observar al otro como semejante. Entonces nace la compasión (que no la condescendencia ni la pena, ni la inicial y sola empatía).

Compadecer ya es perdonar. Es ver al otro a la misma altura. Es contemplar sus «pasiones», incluso las capitales, es reconocer las carencias y debilidades del otro, tal como las reconocemos en nosotros mismos. Y también es no perderse en el discurso que nos lleva a entender o justificar sus acciones.

Perdonar no es volver a sentar a la mesa de tu casa a esa persona. Perdonar no es compartir sus razones. No es mirar para otro lado ni borrar de la mente hechos pasados. Perdonar no es olvidar ni tragar. Perdonar no ha de implicar recuperar esa relación donde se dejó. Perdonar no es ceder ni someternos. Perdonar no es poner mejillas ni otras partes del cuerpo. Perdonar no es tener que dejar entrar en tu presente. Nada de eso es perdonar.

Perdonar es una capacidad del amor que encierra reconocer y comprender lo que vemos en la acción del otro. Y soltar… Dejar marchar esa influencia que nos activa la indignación, la cólera, el miedo, la humillación… el dolor.

Perdonar es liberarse del sufrimiento que emana del poder que concedemos al otro sobre nuestra paz interior. Cuando uno tiene sus propias cuentas saldadas, se sabe proporcionar amor y cuidarse, no hay fuerza humana posible que derribe tales muros.

Y desde esa quietud interna que proporciona habernos perdonado por odiar, por situarnos por debajo, por inconsciencia, por seguir un mal entendido respeto, por haber hecho responsable al otro de nuestra felicidad, por haberlo convertido en nuestra fuente de amor y no haber confiado de pleno en nosotros… desde esa calma interna podemos contemplar cual espejo o sombra al otro. Y salir… Alejarnos de la escena.

Hay quien piensa que nos volveremos insensibles. Todo lo contrario. La compasión y el perdón es la sublimación de la sensibilidad. Solo quien ha descendido a sus infiernos es capaz de percibir el calor de un cuerpo doliente. En la medida del trabajo interno que hayamos realizado para enfriar nuestro dolor seremos capaces de acercarnos hasta tomar esa otra mano… Perdones…

2 comments

  1. Isabel Figueroa Herreras

    Es la segunda vez que escribo este correo.Tu madre,Margarita Miranda,fue amiga mía muchos años,en nuestra juventud.Después perdimos el contacto,en la vorágine de nuestros tiempos de madres de niños muy pequeños,superatareadas.Piendo mucho en ella,y en cual habrá sido su devenir…Perdona la intromisión en tu privacidad.Si puedes,contéstame

  2. Laura Segovia

    Hola Isabel. En cuanto la vea le traslado tu mensaje por privado. Saludos.

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