¿Por qué eres escritor?

Andaba viendo una película mala, mala. Ni me acuerdo de su título. Y que conste que uno de los actores le ponía tablas al tema, pero o bien obra y gracia del guionista, o del bajo presupuesto o de esa terrible manía de querer contar mucho y al final no contar nada, pero el caso es que resultó mala. Señores, en mi defensa diré que era domingo de siesta y para obligarme a cerrar los ojos suelo optar por el medio cine. Ni lectura, ni música, ni vino, ni oscuridad, no hay mejor solución que una mala peli que se deje ver. Y ésta al menos se dejaba ver por una pregunta que hacía uno de los personajes a otro y que colgaba su respuesta al aire como incitando al espectador…

Vamos, si no es por mi hábito de amenizar mi fugaz cabezada con pelis de clase B de fondo, no creo que esa pregunta sostuviera los 90 minutos que duró el asunto. ¿Por qué eres escritor? le preguntaba un maduro autor en plena crisis y ataque de pánico típico del que tuvo un éxito y no se lo termina de creer y por eso no puede continuar, a un chaval joven que se le arrima y que si no es porque el primero se lo pregunta como asumiendo en esa cuestión que efectivamente es un emergente escritor, jamás vincularías la profesión al profesado.

Me da una rabia que una pulga tenga la posibilidad al picarme de cuestionarme las más grandes creencias que yo pensaba asentadas… ¡Pues no tendrá miga el director éste de pacotilla! Y mientras intentaba extraer tal razón del hombrecito americano que estaba representando el papel que le otorgaron en el casting, me vi de lleno metida en mis cavilaciones. Y ya no tanto por el porqué, pues bien podría ser el excentricismo, el exhibicionismo, la diversión, el desarrollo de un talento divino o la ociosidad que a veces hace estragos, sino que me vi cuestionándomelo por la finalidad o motivación de tal actividad.

En medio de mucha palabrería predecible y primeros planos de chica-adorno con morritos pidiendo ser aplastados, exigencias del guión, se daban patadas acertadas al blanco, que conste. Un golpe fue cuando les ronda si uno busca la escritura o es ella la que te encuentra. Personificar el arte me fascinó, eso de que uno lleve el polo opuesto del imán que hace que se te peguen las cosas que pasan volando por el cielo, me pareció romántico. Y otro acierto llegó cuando le contesta la «sabia fruta» al «incipiente capullo» que para él escribir es adornar la realidad con palabras bonitas. Para demostrarlo se enzarzan en competir por describir una puesta de sol, que ya quisiera un estudiante de primero de la ESO esa soltura…

Aún así me tocó esa idea, la belleza. La respuesta que da el chico joven al final de la peli como en un arranque de inspiración, «porque no me veo haciendo otra cosa», no es digna de tratarla, porque ya apreciamos que en verdad ni siquiera es de las cosas que mejor hace y esa respuesta es la que uno se suele dar para no dejar vicios o hábitos nocivos. Es más, yo misma me veo haciendo muchas otras cosas, pero sí que no me veo escribiendo sin apretar a la belleza para que suelte algo de su jugo entre la unión de mis letras.

Supongo que eso hace un escritor, poner belleza. Que no quiere decir que tenga que ser bonito, ha de ser bello. Descarnado, pero bello. Irreverente, pero estético. Innovador, pero atrayente. Cursi, pero digno. Grotesco, sórdido, cruel, profundo, liviano, austero, prolijo… pero bello. Un periodista, un contador de historias, un conferenciante, un político, un ejecutivo, un maestro, un enamorado… pueden ser escritores si en su relato de ideas aparece la belleza.

¿Y por qué? Porque un escritor convierte las cosas en bellas para escapar de la realidad. Porque si en una puerta, por ejemplo, no aprecia una incitación a un paso o si a la hambruna no es capaz de verla sentada sorbiendo sopas con dentadura mellada mientras con su pie esconde la guadaña debajo de su falda, mejor que haga fotos y escriba al pie una nota elocuente. Porque quien se conforma, no ingenia, no seduce, se deja arrastrar por lo obvio o no ve posibles, no puede ser escritor. Nadie que no viva su interior con pasión puede ser escritor.

Y pese a que hay entre los escritores quien se suicida, se droga, malgasta su tiempo terrenal o crea murallas a su alrededor para no relacionarse con nadie, en el fondo para hacerle pasar a un extraño por sus ojos ha de tener una apasionada intención. La intención de embellecer la realidad. Una realidad que le creas o le recreas al lector. Ya la ames o la detestes, no quieres verla tal cual.  Te resistes a ella. Y la escribes…

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