Pertenecer al club de la riqueza

Hablando de empleabilidad y para mis alumnos o asistentes a mis cursos y charlas, observo que sobre algunos ronda una idea que a mi modo de ver, les impide salir de la situación en la que se encuentran. Te pongo en situación: imagina que manifiestas tu deseo de pertenecer a un club, el cual te está resultando complicado su acceso. Proclamas que su pertenencia te proporcionaría aquello que ahora mismo anhelas, pero me hablas pestes de sus miembros y del fin último de este club. ¿Qué pensarías?

Fácil me resultaría decir que no lo entiendo, pero sí lo entiendo. Más fácil aún me resultaría decir: aclárate. Pero es que no hay manera de aclararse, más que haciendo un profundo examen de nuestras creencias para no caer en incongruencias, que finalmente se conviertan en sabotajes sutiles que anclan nuestros pies impidiéndonos vivir en plenitud con la riqueza. Muy pocos deciden el camino consciente para transitar por la vida. Pese a que observo, paradójicamente, un afloramiento en talleres y formaciones que publicitan este concepto. Quizá el quid de la cuestión esté en averiguar desde dónde se aborda el tema, desde la carencia, desde la superación, desde el ego espiritual, desde la valoración, o desde la utilización.

La mayoría de las creencias acerca de la abundancia o riqueza, de las que luego se materializan en cantidad de dinero, logros conseguidos, o facilidad o dificultad para conseguir nuestros objetivos, son fruto de lealtades a nuestro clan familiar. Nuestros padres y parientes nos inculcaron, no solo con palabras, sino con demostraciones, que es como más se retienen los aprendizajes, así como con información no dicha, secretos mantenidos y un sinfín de comunicaciones inconscientes, toda nuestra diversa gama de ideas, valores, principios, creencias y paradigmas, que a su vez fueron inculcados por sus antecesores. Llegados a la adultez, previo paso por la adolescencia donde sumamos a nuestra familia biológica, la escogida (amigos y parejas) adoptamos dos comunes posturas frente a ese sistema: nos oponemos y nos vamos al extremo contrario, o lo perpetuamos buscando experiencias que lo refuercen. Y solo alguna vez conseguimos cuestionarnos alguna creencia. Normalmente cuando nos van muy mal las cosas.

A grandes rasgos, esto es lo que suele acontecer y no te sorprendas si te digo que las creencias acerca del dinero, o lo que éste simboliza en cada clan, tienen un fuerte arraigo difícil de detectar y de cambiar. Tanto es así, que hay sociedades y culturas que han hecho de ello sus normas de funcionamiento con castas y clases sociales bien diferenciadas y con obstáculos fuertes para no traspasarlos.

En España, por ejemplo, hay un montón de dichos y refranes populares que refuerzan estas ideas para perpetuar la imagen del beatífico pobre y del malvado rico: «El rico solo ayuda a quien le adula», «Hombre poderoso, casi nunca dichoso», «Buena bolsa, envidiosos y ladrones la hacen peligrosa», «A perro flaco, todos son pulgas», «Cuanto más rico, más mezquino», «La pobreza es ociosa, la pobreza industriosa»… por citar unos cuantos.

Y sin embargo, todos coincidimos en que la riqueza es deseable. La riqueza de amor, de prosperidad, de bienestar, de salud, de paz, casi nadie la cuestiona. La Naturaleza es abundante, fuente de riqueza, inmensa en su generosidad, que ni siquiera discrimina por merecimientos. Todos tenemos cabida en la vida. Mas, nuestra mente a veces asocia la abundancia y riqueza al derroche, las injusticias, el despilfarro, la opulencia, la codicia, la envidia, la vileza… Pero son asociaciones de ideas, no la idea de la riqueza en sí.

De manera, que cuando tanteo cómo vamos de creencias en grupos de personas desempleadas, enseguida aparece la mala suerte, la falta de oportunidades, el determinismo de nuestro entorno y el victimismo. Comprendo que frente a un muro nos detengamos. Pero solo el tiempo oportuno para estudiar la situación, calibrar nuestros recursos y actuar, no más. Comprendo que frente a un muro, el impulso irrefrenable de darnos una cabezada de frustración se nos pase por la mente y que lleguemos incluso a comprobar su dureza. Pero no insistir hasta sangrar. La queja y el lamento aparecen y nos puede servir para aliviarnos, sin embargo no lo hace desaparecer.

Una vez que volvamos a tomar las riendas de nuestra vida y dejemos el papel de títere, la revisión de nuestras creencias se hace imprescindible. ¿Cómo voy a aspirar a entrar en un club del que en el fondo reniego? Nuestra coherencia interna nos impedirá acceder. Y si acaso vencemos alguna barrera, volveremos a quedarnos fuera y no sabremos el porqué, retornando con más intensidad nuestro sentimiento de impotencia y victimismo.

Cuando en el año 2018 participé en un programa de la Generalitat Valenciana para el empleo y el emprendimiento, en el que participamos muchos profesionales, desde coaches hasta economistas, poníamos en común numerosos casos en los que pudimos comprobar cómo al tratar determinadas creencias limitantes, las personas salían de situaciones en las que algunos llevaban años anclados. Y no era solo porque tuvieran más herramientas o conocimientos en empleabilidad, ni siquiera por hacerse más bonitos los CV, el trabajo lo habían hecho removiendo los cimientos de lo que pensaban y no solo salían con un trabajo, miraban la vida con otra actitud. Algunos parados de larga duración no habían tenido ninguna llamada para una entrevista de trabajo y de pronto, ¡surgía la oportunidad! El inconsciente de algunos se sublevaba y el mismo día de la entrevista, un sin fin de casualidades lo impedía: un accidente de tráfico, una caída con rotura, un familiar enfermo…

Hay muchas formas de abordar el tema, pero una es bastante sencilla y gratuita. Si tienes oportunidad, pregunta a tus padres, tíos, abuelos o primos historias de antepasados donde el dinero, los negocios, las herencias, los robos, las apuestas, la ruina, los matrimonios de conveniencia, las venganzas, envidias, los patrimonios perdidos, el hambre, la guerra y otros hechos relacionados con el dinero y la riqueza, tuvo un impacto negativo en la familia. Anota qué frases se emplean, qué enseñanzas o advertencias te hacen y luego reflexiona dónde te reconoces diciendo o pensando eso. ¿Veías peligro en tus primeros momentos de independencia? ¿Te lavas las manos tras tocar dinero porque lo sientes sucio? ¿Usas tarjeta de débito por temor a descontrolar tus gastos con crédito? En tus hábitos y conducta existe un montón de señales e indicadores de tu sistema de creencias. La toma de consciencia de al menos una idea que puede lastrarnos, es clave para comenzar a acercarnos a ese club al que queremos racionalmente pertenecer, pero anímicamente mantenernos distante.

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