Orgullo de privilegios gremiales

Los privilegios gremiales son meros detalles, pero algunos nos hacen reforzar nuestra distancia con los demás y nos otorga algo así como una distinción y un consuelo por nuestro quehacer, esfuerzo y dedicación a esa materia. Ahora vendrán mis compañeros de la profesión de abogados a decirme «¡qué va! a mí eso no me pasa», «yo no lo pienso» pero… a los hechos y comportamientos me remito.

En la entrada a los Juzgados y Tribunales hay dos pasillos separados por una cinta: uno por el que acceden todas las personas bajo un arco, un scanner y la atenta mirada de dos policías, y otro por el que discurre sólo el personal autorizado, sin scanner, sin arco y con un mero reojo de los susodichos agentes.

No se vaya usted a pensar que el criterio va sólo por ser funcionario y trabajador del edificio, o que su sistema se haga en base a tarjetas u objetos identificadores de tal condición, noooo, los abogados, procuradores y demás profesionales asiduos o adictos a los juicios, también pueden y sin chip grabado a fuego. Así como en la puerta de Hacienda son más democráticos y hacen pasar a casi todo el mundo por caja, o ya en plan más estricto en el aeropuerto que se regodean de chequear y desvestir a Enrique Iglesias, en los Juzgados se ve que acertadamente piensan que ningún idiota que no venga obligatoriamente y bien citado se le ocurre aparecer por allí.

El criterio para pasar por ese privilegiado pasillo que te dispensa de cruzar los dedos para que no te pillen con la navjita suiza o te curioseen el bolso y salte a la vista que tienes la regla o mucha moral por el paquete de 50 profilácticos sin estrenar, es que entres con uniforme (traje de chaqueta o pinta de pijo madrileño para los hombres; buen bolso y ropa «quedabien desde las 8 am hasta las 8 pm» para las mujeres) paso seguro y mirada al frente obviando exageradamente que hay arco, scanner y dos custodios.

Pero cuando en verdad se demuestra y te sirve este privilegio es cuando vienes acompañado de alguien, ya sea cliente, un familiar, amigo o simple conocido y tú sigues paso seguro y mirada al frente y un leve gesto de mano estilo pase torero que indica que cual vulgar ser, ha de ser inspeccionado, mientras que tu reputación ya de sobra conocida como Perry Maison te exime de mostrar tus credenciales.

Me acuerdo que cuando frecuentaba un poco más estos públicos edificios me hacía la toga un lío y con mi cara de ¿dónde narices estaba el pasillo correcto?, optaba por pasear palmito ante dos fornidos uniformados. Salvo que fuera con prisa desmedida, cosa que no me pasó en exceso, no le daba importancia al hecho de mezclarme con reos, presuntos, demandados o gente de mal llevar sus conflictos. Los del otro pasillo tampoco escapamos aunque tengamos el paso más despejado.

Alguna vez que entraba con un compañero letrado o mi procurador y yo por inercia y poca asiduidad intentaba acercarme a los nacionales, me cogía del brazo horrorizado de mi osadía y devolviéndome al carril adecuado accedíamos como miembros de honor de un club selecto. Así que si te ponías en la puerta a observar a la gente era fácil distinguir al del gremio ante su apartamiento y separación para acceder por lugar reservado e incluso en algunos se palpaba la condescendencia por los demás ante tales oprobios.

Tan sólo una vez creo haber experimentado con verdadero placer y regodeo esto de lo que hablo. Adrede, a conciencia y con evidente gusto me relamí el día que acompañaba a mi único, exclusivo y excluyente cliente (yo era asesora de empresa por entonces) esta vez en la persona del Gerente (el jefe, vaya) e iba a declarar en un pleito.

Presté mi máxima atención hacia qué lado estaba el dichoso cartelito que nos marcaría un abismo entre los dos y deteniéndome en la puerta con sonrisa contenida pero triunfadora le indiqué que él debía pasar por el scanner, el arco y la atenta mirada de dos policías, mientras todo el peso de la Justicia, la costumbre y mi gremio me concedía tal merecido privilegio y que pacientemente le esperaría dentro una vez que él pudiera pasar lo que me pareció la Puerta del Paraíso.

Sí, sé que suena a chiquillada, pero no se aleja de lo que en en el fondo también encierra: privilegios gremiales que dejan claro que uno está aquí y otro allá.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *