No pago para que me hagan pensar

Mejor debí titular este post como «Personas que no pagan para que las pongan a pensar… pese a ser lo único que necesiten». Y es que, como dice una amiga, las redes nos sirven para medir la estulticia del pensamiento común. Si ya se dispara en exceso, se observa un tímido movimiento de disidentes, que no se sabe por qué misterio  en la desproporción, equilibran un poco la balanza. Pero hasta que eso llega…

Así que ahora nos encontramos en plena campaña contra el noble oficio de hacer pensar. Véase contra los coaches con lo del chistecito de recorrer España de parte a parte sobre sus cabezas. (Una preguntita: ¿llegan hasta Cataluña y Euskal Herria? por aquello de internacionalizar la profesión) O eso de devaluar la palabra gurú para despreciar a los grandes conferenciantes que se entregan con su talento, reputación e imagen en escenarios por honorarios inferiores a los de famosillos en bolos veraniegos de pueblo. Y ya, por pasar así rápido y de corrido, por asesores y consultores calificando sus consultas, consejos, dictámenes o advertencias de simples palabras (orales o escritas) sin resultados tangibles (sí, palpables, como me exigen a mí mis hijos que les explique ciertos conceptos abstractos…).

Los hacedores están de moda, los pensadores demodé. Pero oye, don’t worry, ya habrá quien piense por ti. ¿Dónde va a parar la comodidad de que sea otro el que me lleve la cuchara de la sopa boba hasta el borde justo de mi boca? Lo entiendo, si es que no tiene parangón.

Contrata a quien hace, repara, pone, quita, pega y tira. Paga a quien produce, vende cositas y te llena las manos con ellas. Eso sí lo entendemos. Pero que la bienaventuranza te ponga a salvo de quien te cuestiona, te reta, te hace pensar, te muestra para que sigas tú, te haga esforzarte y te incordie para mejorar. Esto me recuerda a un inquietante programa que vi acerca del sexo plastificado que va imponiéndose entre varones japoneses. Jóvenes sin aparentes disfunciones eréctiles, aunque yo diría que con graves daños mentales, que habían renunciado a mezclarse con mujeres y convivían con muñecas de plástico a las que no sólo someten a sus gustos carnales sin mediar esfuerzo alguno por tener que corresponder y complacer, sino que además las vejan de la peor manera posible: las hablan y las humanizan. Y todo, señores, para no tener que pensar, debatir, compartir, dar ni tener que abrir su mente a otro ser humano. «Con estas manitas y mi muñequita…»

Esta comparación la he traído a colación porque fue lo que me vino así como un flash conforme veía el documental. ¿Cómo es posible que alguien prefiera vivir con un tros de carn* que con una mente? Me dieron tanta lástima. ¿Acaso están eludiendo pensar? Es cierto que en breves instantes desearía volver a ese paraíso llamado infancia donde ciertas cosas me eran dadas sin que me planteara que un día tendría que hacerlas yo, pero de ahí a cambiar placeres sólo humanos como es discurrir, por otros, como por ejemplo puede ser atesorar abalorios, compartidos con más especies animales, las urracas…

Por una App que ni sé del todo manejarla, pero que mi vecino parece tan entusiasmado que la ha cambiado por estar en un par de cafés con sus amigos, sí pago lo que sea y además presumo. Mas, ¿por leer un ensayo que ni siquiera me apaña la vida diciéndome en 5 pasos cómo hacerlo? ¿No lo dicen en youtube por ahí con coloritos y musiquita guay? Da lo mismo, nunca lo pongo en práctica, así que me veo con legitimidad para seguir canturreando que eso no sirve de nada. ¿Ves cómo son unos inútiles que no aportan soluciones? Lo que escriben, dicen o preguntan, por un oído me entra y por otro me sale (sin mucho obstáculo, claro). No aportan nada…

Vamos, hombre, no me faltaba otra que escuchar a una señora ponente que me hace razonar un rato. Pero si el asiento de la sala ni se mueve, ni se apagan las luces, ni sale vapor de humo, ni ponen el vídeo ese que parece que todo se te viene encima, además carece de música con letra en inglés subtitulada con frases clichés y a la salida no me regalan esa carpetita de cartón satinado que habrá requerido de varias talas de árboles para luego en casa guardar dentro los folios de papel reciclado. Y lo peor de todo, es que llego al curro y esa señora no lo ha hecho por mí.

Porque me hagan gustirrinín corporal pago el servicio más caro que me pueda permitir, pero que me hagan gustirrinín mental ¿haciéndome pensar? Eso debería ser gratis, como el arte y la cultura, «patrimonio» de la humanidad. ¿Los artistas? Unos vende humos… ¿No dicen que la moda es arte? ¡¡Diooor, ¿dónde estás gratis para cuando te necesito?!! Ya os tocará, ya… y de grandes diseñadores pasaréis a modestos modistos.

Así que en otros ámbitos como en el de la empresa, el comercio o los negocios, si algo no viene en caja, o se sientan en mi silla ergonómica chafándome las rodillas y cogiéndome el dedito para que clickee con el ratón justo en… no vale. Eso no ayuda, te dicen. Pensar, pensar… si yo pienso solito y a todo momento. Lo que quiero es que me lo solucionen=que me digan lo que tengo que hacer. Y, efectivamente, la mayoría de los servicios, acciones, productos u objetos los podemos externalizar o pagarlos para tenerlos sin más. Pero todavía, nada ni nadie podrá sustituirnos para que pensemos por nosotros mismos… pero sí ayudarnos a ello. Y tú ¿pagarías porque te hicieran pensar?

* Locución del valenciano que aunque su traducción literal sea «trozo de carne», hace referencia a una persona con ausencia de mente pensante. El valenciano para eso es muy gráfico y será objeto de tema de otro post. ¿Lo demás se entiende?

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