No le des tu poder

Y mientras le decía esto a mi hija: «no le des tu poder», me vi a todos a los que yo estaba dando en ese momento mi cetro. Eso sí, ipso facto, los recuperé, para luego, en otros breves instantes volverlos a entregar… El juego de las relaciones es así, repartimos cartas para volverlas a jugar mejor en la siguiente partida.

El tema es que un día me vino toda alterada porque un chavalín, que a ella ni le iba ni le venía, la estaba incordiando. «Me pone de los nervios«. Frase que compruebo sigue exclamándose por la nueva generación Z; o sea, que siguen carentes de educación emocional. Así que dispuesta a dar y recibir lección, no solo la escuchaba, sino que como «buena madre», le respondía.

—No le des tu poder, le dije tranquilamente.

—¿Yo? ¿Poder? Pues si no me importa lo más mínimo —me contestaba enojada.

—Pues yo observo que el botón de tu estado emocional lo aprieta este chaval cuando le viene en gana. No tiene más que hacer o decir, que es lo mismo que pulsar un botón, e inmediatamente te subes a la terraza de la ofensa o al ático del enfado.

Ambas nos quedamos pensando, ella en mis palabras y yo en las miles de situaciones que mi ascensor era manejado por alguien desde el vestíbulo de mi ser, mientras yo subía, bajaba, me detenía, me embalaba… yo sola.

La situación iba más allá cuando ni siquiera con el dedo del sujeto presente, tan solo de invocarlo, ya me ponía yo en marcha descontrolada, con el gasto de energía que un ascensor sin viaje de provecho conlleva…

Ella seguía erre que erre, que no le importaba en absoluto, y como sé que estas cosas les gusta hablarlas mientras tiene algo entre manos, yo me dedicaba a aprovechar la ocasión para recoger ropa de mi armario ojeándola como si no la observara detenidamente, y ella jugueteaba con el cajón de mis cinturones, frunciendo ese ceño tan familiar y conocido.

—¿Cómo le voy a dar ningún poder sobre mí? Todo lo contrario, no me importa nada, es un ***. Lo que quiero es que me deje en paz.

—Pues eso mismo que le pides es lo que te has dejado quitar. Al darle el poder sobre tu estado emocional, él sabe que no tiene más que decir esto y aquello para que tú reacciones, y encima reaccionas según lo esperado. Te molesta porque tú has decidido que sus palabras te importen. Y no por él, sino por lo que piensas respecto de ti y él te hace ver.

—¡Pues aunque te entendiera, no es así!

Ante ese comentario, no queda otra que recurrir de nuevo a la metáfora.

—¿Cuál es el elemento más importante en un ascensor? ¿Cuál es la pieza clave y decisiva?

—….

—El dedo que pulsa. El ascensor no es más que una herramienta para ir de un sitio a otro, es un medio. Podría decirse que las teclas de un ascensor son el conjunto de emociones que nos informan de a dónde vamos, si a los infiernos o a los cielos de nuestro ser. Si dejas esa decisión en manos de cualquiera, no serás dueña de ti. Es muy probable que todavía no conozcas del todo el funcionamiento de la maquinaria. Incluso es más que probable que por cariño, cercanía, dejadez, despiste o miedo, hagas concesiones a otros para que pulsen. Aún así, es tu última decisión bajar en ese piso o seguir dentro.

No sé ella, le preguntaré en la próxima ocasión, pero yo desde entonces procuro subir y bajar por las escaleras siempre que puedo y más, si el ascensor tiene espejo.

 

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