Nada nace sin previa muerte

Se veía venir que era así de sencillo,  mas nadie quiere reconocer  su responsabilidad en el ciclo vital. Pero bueno, para eso están las señales luminosas que nos manda el Universo. Las llamamos Navidades. Y las ponemos de colores, lazos, papeles brillantes y cosas altas. El árbol, la estrella, los fuegos artificiales, los señores regordetes, el ritmo de las campanadas y las mentiras magas.

Y da lo mismo de lo que tratemos y bajo las creencias que lo disfracemos, hablamos de viejo/nuevo, noche/día, muerte/nacimiento.

Para mí este año ha sido diferente. ¿Y qué año no lo ha sido? Bueno, diré que ha sido más diferente a la normal diferencia, o tan solo que ha sido más incierto de lo que mis expectativas suelen vaticinar.

Curioso es que se han cumplido muchos deseos. Diré que tantos, que ahora creo en la Magia. Había dejado de lado mis Navidades. Incluso cuando mis hijos eran pequeños… Ahora me doy cuenta que me he perdido muchas Navidades con ellos estando a su lado.

Todo empezó por un arbolito comprado en un chino. Sí, un día que casi todo estaba cerrado, menos esos recintos orientales que venden justo lo que recuerdas que te falta cuando ya no queda otro remedio. Yo estoy segura que de ellos saldrá el primer humano clonado. ¡Ostras, me olvidé de mí en algún suceso de la vida! Y saldrá un chino detrás del mostrador contigo embolsado y listo para seguir tu camino.

Lo compramos mi hija y yo riendo porque las ramas se parecían a las escobillas de baño, pero pintadas de verde con el palito marrón. Y tanto nos ha hecho reír, que no podíamos pasar a su lado sin esbozar una sonrisa. Sin duda, el mejor artículo festivo. Colgamos la horterada de foto de cole de mi hijo en forma de campana. Pero él la miraba de vez en cuando y ya solo por su curiosidad ante su imagen, merece la pena. Una amiga nos regaló a todas las de un grupo una bola de cristal. No ha durado para guardarla al siguiente, lo normal…

Quiso el azar que nos quedáramos sin coche tirados en la carretera. Me recordó tanto a mis Navidades de niña cuando nos cruzábamos media España para celebrarlo con toda la familia de mi madre y raro era el viaje que mi padre no exclamara esa famosa frase: «Es un magnífico coche. Cuando va. Pero cuando va, es un magnífico coche ¿verdad?» desde lo alto de la grúa o apretujados en algún coche de mis tíos que venían a nuestro rescate un 24 de diciembre. Así que, lo normal…

Fui al cine, una de mis actividades de ocio favoritas. No podía faltar una de Star Wars para demostrarnos que nuestro lado oscuro sigue oscuro y si no fuera así, no podríamos emocionarnos ante un bello acto. Y sí, antes de que terminara la peli y sin spoilers por en medio, ya sabía cómo iba a terminar. Lo normal…

Lo que no fue normal es que compartiera tanta Navidad con mi otra familia. Tengo una inmensa y maravillosa familia y así lo he comprobado este año. Esa familia que uno escoge. Esa familia en la que uno se siente libre. Esa familia en la que no hay tradiciones que cumplir ni imposiciones que asumir. Esa familia totalmente voluntaria, necesaria, deseada y conectada por lazos más espirituales que físicos. Esa familia llamada amigos.

Tampoco fue normal que me olvidara comprar mi propio regalo y que me importara bien poco. O bien nada.

Y llegó la Magia. Unas cosas volvían, otras se iban, otras no esperadas llegaban, otras deseadas se cumplían y otras llegarán. O al menos, mi fe en ello me alimenta. De eso iban las Navidades ¿no?

 

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